lunes, 23 de marzo de 2009

El Síndrome de la Estatua.

 

Esto es la descripción de la secuencia que un personaje emplea en muchos casos para destruir a su alrededor todo lo que toca. Como Salomón pero a la inversa: convierten en nada todo lo que tocan. Y, en concreto, destruyen la vida de aquel que le rodea, y a aquel a quien se acercan con esa “energía negativa”, generando más negatividad y destrucción. No pueden evitar su dependencia de los demás y esa urgente necesidad de aprobación, pero necesitan sentirse “por encima”, ser más que. Y no pueden. Porque no lo son, ante la ley de igualdad de todos y cada uno de los seres humanos. Y lo saben. Y atacan hiriendo de muerte como respuesta de su supuesta y frenética supremacía.

Es una secuencia de intento de destrucción psicológica infringida por un ser “muerto por dentro”, con perdón (o sin él). Está devastado, consciente de su inutilidad como humano, y convencido de ella, de lo que en realidad es, y llega a disfrutar haciendo sufrir. Sintiéndose por encima de cualquiera, usándole o usándola a modo de chivo expiatorio, proyectando en ese alguien sus frustraciones y fracasos. Y además es cobarde. Incapaz de hacer ningún bien a nadie. Utiliza y manipula a los demás. Maltrato psicológico. Esto es, también, una forma de destruir lentamente, poco a poco.

Primero te anula. Y te anula ignorándote. Impidiéndote que te expreses, que sientas por ti mismo y que seas persona. Y cada vez eres más pequeño y más insignificante frente a él. O eso te hace saber él. Tú no vales. Eres un incompetente. Y lo hace hablando única y exclusivamente de él, de lo mucho que sabe de eso y de lo otro, de los poderes que ha recibido, de la información que posee y no comparte. Siempre mirando hacia arriba, donde está la superioridad; ignora a los de abajo, no le sirven para nada. Sólo existe él y sólo puedes sentir a través de él. Porque está muerto y necesita recordarle al mundo constantemente que está vivo, o que quiere estarlo. Y cuando ya te han salido “callos” de escuchar su monólogo (yo, yo y yo) sobre su monotema, entonces te reprocha que no hablas, que no intervienes, que no trabajas y se lamenta de su “soledad” y, de paso, de tu “incompetencia”. Pero te lo impide. Y bajo esa aparente dualidad, se suceden toda una serie de asaltos para tirar abajo tu autoestima.

Niega tu personalidad. Tus necesidades, tus pensamientos y tus sentimientos no existen. No tienen cabida en la relación. Son de mal gusto. Los suyos no. Va dejando caer sutil o directamente tu escasa valía, tu ingenuidad y poca inteligencia, y capacidad para desenvolverte. Nunca con tales palabras. Solo aseveraciones e interrupciones, desautorizándote, menospreciando tu trabajo y, en el mejor de los casos, ignorándote. Incluso utilizando sugerencias envenenadas (¡no te masturbes! es su respuesta a una sugerencia tuya) A su lado pierdes todo. Sólo él “brilla”. Tú y los tuyos sois restos de feria. De segunda y tercera categoría.

Únicamente él sabe lo que es la vida y cómo disfrutarla, y tú nunca serás capaz de hacer nada sin él, ni por supuesto comparable a él. (Diálogo machacón: él, él, siempre él…!)

Jamás te garantiza su apoyo, su cariño o sus sentimientos hacia ti. Su calor pende de un hilo muy frágil que en cualquier momento puedes “romper” si das un paso en falso. El ambiente se carga de tensión y produce angustia. Tus movimientos se limitan, tienes miedo a equivocarte en cualquier cosa, en no gustarle u ofenderle. Y la ansiedad te invade. Nunca estás relajado, nunca estás cómodo en su presencia, nunca más eres tú. No sabes con exactitud por qué, pero estás nervioso. ¿Fallaré hoy? ¿Puedo presentarle esto o lo otro? ¿Puedo hablar de esto con él? La inseguridad se apodera lenta y silenciosamente de tu patrón de conducta.

Te niega su apoyo, o peor, te ignora. Nunca tajantemente, pero te das contra un muro. Bajo apariencia de despreocupación, de relatividad de las cosas y de insultante frivolidad, él no está, no lo encuentras. Se esconde. Porque tu vida profesional tiene que girar en torno a él y sólo a él. Tu trabajo no debería tener sentido si no es con él. Tú no tienes problemas. Sólo él. Tú no tienes vida. Sólo él.

De ese relativo cariño, voluble y lábil, pasa al rechazo, en toda la extensión de la palabra y su significado. A la negación como compañero. Teme mostrarse porque teme no ser lo suficiente bueno, porque sabe que no lo es. Y se deja. Eres tú quien lo pone todo y lo da todo. Pero nunca es suficiente, porque siempre él puede ser mejor. Porque no eres suficientemente especial para entenderle y estar a la altura de sus circunstancias y grandezas. O simplemente te demuestra desprecio. Simplemente no vales nada. Cualquiera podría ser mejor que tú. Nunca tiene suficiente. Siempre está por encima.

Cuando te ha negado como compañero y ha dinamitado sistemáticamente tu autoestima (sutilmente pero sin contemplaciones: hoy no, pero mañana sí; hoy me sobras, pero mañana necesito tirar de ti; hoy me das risa, pero mañana tengo sentimientos…), cuando la humillación ha alcanzado cotas suficientes para él, cuando se ha regocijado en tu sufrimiento diario…prepara la escena. Monta el espectáculo. Tiene a su víctima principal, el decorado y multitud de desencuentros y vejaciones que han colmado tu paciencia. Nunca reconoce un daño, porque él nunca se equivoca. Nunca palabras subidas de tono que le descubran. ¿La excusa? Cualquiera. Provoca que seas tú quien de el paso, una vez más el culpable. Cualquier motivo sirve. Su objetivo es robarte protagonismo ante los demás (ante SU público) o simplemente ser mejor que tú.

No hay mayor desprecio que no prestar aprecio. Las explicaciones vuelven a ser psicodélicas. Desaparece de la escena, te desprecia, te humilla. Se va de viaje, no te dice nada; regresa de viaje, tampoco dice nada. Ese desprecio que siente por la vida de cualquiera (ya no sólo por la de su víctima) no tiene parangón. Porque en definitiva no quiere, no sabe amar, a veces ni a él mismo. Y se siente impotente y frustrado ante su propia insensibilidad. Pero quiere, necesita ser amado. No soporta ser ignorado. Y ante esto cree que la única manera es causar daño. Y para ello, no tiene el menor reparo en mentir, en transformar y distorsionar la realidad que le rodea, es la negación absoluta de la realidad y siempre en beneficio propio. Todo mérito es suyo y, a la vez, todo error o fracaso es tuyo. Otra vez, proyecta sus miserias contra ti; eso le produce alivio. Es para lo que utiliza a los demás, para evacuar su perversión sobre ellos. Si esto no es capaz de destruir a una persona, díganme qué significado tiene.

No quiero terminar esta reflexión sin antes ejercitar la osadía de definir un nuevo síndrome, el “Síndrome de la Estatua”, y por qué de la estatua?, sencillamente porque las estatuas se sostienen sobre un pedestal, normalmente de hormigón o de granito, para estar por encima de los hombres, de los que le rodean, él debe sobresalir por encima de los demás; porque las estatuas son de bronce, frías por fuera y vacías por dentro; porque las estatuas sólo miran y, en ocasiones señalan, el cielo, que es donde está el poder, lo único que le interesa a este tipo de personajes. Es el narcisismo perverso en estado puro. Sin embargo, al final, la sociedad, las víctimas de estos personajes y hasta las palomas, terminan evacuando sobre ellos.

Gracias por leerme.

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