miércoles, 22 de abril de 2009

Exprimento del Delpasse

Delpasse se preguntó hasta qué punto la materia forma parte de la consciencia. Tal vez existirían
"mol éculas de memoria", que a su vez integren "moléculas de consciencia energéticas". La materia
del cuerpo, sus proteínas, enzimas, sales, etcétera, pueden corromperse, pero la energí a es capaz de
sobrevivir a las estructuras moleculares disociadas. Esos "quantum" de consciencia, compatibles con
la visi ón materialista del Universo que defienden hoy casi todos los físicos y biólogos, sobrevivirían
en el Cosmos dejando incólume a la personalidad humana.
Veamos cómo realizó Delpasse el experimento supremo que avalaría esta fascinante hipótesis. El
neurólogo inglés Grey Walter habría descubierto que unos instantes antes de adoptar una decisión, el
cerebro emite unos ritmos que él llamó "ondas inductoras", capaces de ser amplificados para
controlar una máquina. De ese modo, si nosotros tenemos intención de pulsar un botón para ponerla
en movimiento, sería posible conectar a nuestras sienes electrodos que, recogiendo aquella señal
inductora y mediante un circuito electrónico adecuado, pongan en marcha un motor unos
milisegundos antes que nuestro dedo se apoye en el interruptor del arranque.
Delpasse, excitado con los trabajos de Grey Walter descubre que, si a un enfermo se le educa para
emitir tales ondas encefálicas y después de cierto tiempo fallece a causa de su cuadro clínico, tal
señal sigue siendo generada aunque su vida se haya extinguido: incluso horas después de que su
electroencefalograma aparezca plano, signo inequívoco de que el encéfalo ha cesado en su actividad.
Delpasse habría demostrado así que las moléculas de la consciencia sobreviven a la
descomposición del tejido nervioso, base biológica de nuestros procesos mentales. Que esos
"quantum" de energía que codifican la memoria, el yo, la personalidad (en suma, la consciencia)
aglutinados como un racimo de letras que portarían toda la información adquirida a lo largo de toda
una vida –no otra cosa sería nuestra entidad consciente– podrían seguir insertos en el Universo
perpetuando nuestra existencia, no como un espíritu adimensional incapaz de interaccionar con la
materia y, por lo tanto, incompatible con nuestros modelos físicos, mucho mejor elaborados que esos
ingenuos esquemas teológicos, sino como glóbulos de energía condensada: los "paquetes de
memoria".
Pero analicemos ahora los mecanismos directrices del comportamiento fantasmal.
En la vida psicológica del hombre común, sus conductas oscilan permanentemente entre los
extremos del placer -displacer (dolor) a instancias de "ataque" y "huída". El pendular anímico
responde a la preeminencia, en esa esfera psíquica, de dos impulsos primarios: de Eros (dios griego
del Amor y la Vida) y de Thanatos (í dem de la Muerte). Un impulso erótico nos empuja hacia la
evolución, multiplicación, construcción, mientras que un impulso thanático lleva hacia la involución,

la destrucción, el quietismo inercial. Un individuo erótico es aquel que busca siempre, por ejemplo,
progresar, amando la vida, mientras que uno thanático gustará de la violencia, la destrucción, la
muerte.
Tales impulsos sobreviven en el paquete de memoria, y así tendremos fantasmas eróticos y
fantasmas thanáticos. los primeros, movilizados por ese impulso, tenderán a continuar su evolución
(lo que Jung llamaba Proceso de Individuación, el de realización y búsqueda de sí mismo, y del que
sugestivamente comentara que "...aunque no culmine durante la vida biológica, puede completarse
después de la muerte...") ascendiendo, por decirlo de una manera asequible, a estados superiores de
manifestación, "planos" superiores. En cambio, los thanáticos tenderán a adherirse a lo material por
grado de bajo nivel evolutivo, y así serán los más habitualmente detectados.
Tomemos un ejemplo típico. Supongamos que un individuo thanático (muy materialista,
totalmente descreído en la vida después de la muerte) fallece repentinamente o a causa de una penosa
enfermedad.
Como no entiende la posibilidad de la vida después de la muerte, vale decir, de subsistencia
psíquica luego de la destrucción orgánica, su "paquete de memoria" no asume que está muerto, y
psicológicamente permanece "adherido" a los elementos físicos que constituyeron su entorno
material durante su paso por este mundo. Esta adherencia psicológica sólo puede ser tal, pues el
"paquete de memoria" es, por definición, "sólo" un estado de toma de consciencia. O "casi"
consciencia, pues la consciencia no es más que los procesos mentales derivados en buena parte de la
información que del mundo exterior llega a través de los sentidos físicos. Con la muerte, cesan las
percepciones sensoriales y la corteza cerebral (donde se asientan los mecanismos neurológicos del
pensamiento consciente) comienza a descomponerse, con lo cual es físicamente imposible el "darse
cuenta" tal como lo conocemos. De donde el "paquete de memoria" percibe la realidad de esa forma
crepuscular que mencionara anteriormente. Pero el mismo no dejará de actuar psíquicamente sobre
otros humanos presentes.
Tal "paquete de memoria thanático" tendrá de sí mismo la sensación de estado comatoso o
sonambúlico, o algo similar a los estados hipnagógicos (inmediatamente antes de dormirnos) o
hipnopómpicos (inmediatamente después de comenzar a despertarnos). En consecuencia, "ronda"
aquello que permanece en su consciencia subliminal como última referencia espacio-temporal, el
lugar donde reposan sus restos, o donde falleciera por enfermedad o accidente, su vivienda o sus
seres queridos. A todos ellos los denominamos "puntos de anclaje".
Pero de pronto las cosas comienzan a cambiar. Para un "paquete de memoria" el tiempo no
transcurre ya que el mismo, al no existir objetivamente, sólo es una sucesi ón de estados de toma de
consciencia. Pero, pongamos por caso, sus seres amados en vida sí sienten el paso del tiempo;
envejecen, cambian de domicilio o venden sus propiedades a terceros, rehacen sus vidas con otras
personas. Y el "paquete de memoria thanático", naturalmente perturbado por estos cambios en los
cuales se observa totalmente desplazado –quizás con una carga crítica de angustia por la
"indiferencia" con que su gente deambula a su alrededor, lo que amplifica la violencia
fenomenológica– presiona mentalmente. En él sobrevivirá la natural Potencialidad Parapsicol ógica y
será a través de las exteriorizaciones de la misma (telepatía, telekinesis) como aquél afectará a los
vivos, produciendo la aparente percepc ón visual de los mismos, o bien "poltergeists" diversos en su
entorno (palabra alemana que significa "duende burlón" y que debería ser reemplazada por la mucho
más correcta expresión de "Psicokinesis Espontánea Recurrente" o P.E.R.
Buceando ya en el tema de la reencarnación (sobre el cual volveremos oportunamente) este
esquema teórico explicaría por qué estadísticamente "encarnan" con mayor probabilidad individuos
de discutible catadura moral (sacerdotisas babilónicas, guerreros bárbaros, oscuros obispos
medievales o sinuosos politicos decimonónicos). Esto podría explicarse porque un "paquete de
memoria than ático" tendría una "velocidad de escape" inferior a los eróticos. La remanencia en un
lugar físico específico del PMT podría incidir en la esfera psíquica de otros seres vivos que habiten

ese entorno, y aquí deberé hacer un alto, pues la cuestión de la hipotética transmigración de las almas
requerirá un acápite propio.
Debemos también entender lo siguiente: puede llegar a ser muy difícil encontrar pruebas empíricas
de su existencia (debiendo quizás conformarnos hoy por hoy con manejar evidencias y argumentos),
por el sencillo hecho de que por ahora su naturaleza no es abordable con el método e instrumental de
que dispone la ciencia; acostumbrada ésta a medir patrones y referencias físicas y energéticas, lo
psíquico y espiritual no le es detectable y, por ello, no existe para muchos científicos. Esa es la razón
por la que muchos académicos "duros" consideran que la mente es sólo una función del cerebro (en
el sentido matemático de "función": cantidad que varía respecto a y es dependiente de otra), y sin
olvidar que los sistemas de investigación, químicos, ópticos, físicos, electrónicos, por maravillosos
que parezcan no son, después de todo, más que una extensión de los sentidos del observador, y han
sido diseñados en orden a detectar, por propia definición, aquello que es previamente considerado
como posible por el investigador , y que además todo método físico de investigación sólo puede,
por eso mismo, detectar lo físico. Entonces es lógico que un científico mecanicista-positivista, puesto
a estudiar la naturaleza humana con elementos electrónicos, diga que el espíritu no existe
simplemente porque él no lo ha encontrado por ninguna parte.
Pero debe necesariamente entenderse que si hemos de detectar cosas como el espíritu, la
sobrevivencia del alma, etc., deberán crearse nuevos instrumentos concebidos específicamente con
ese propósito; para detectar materiales radiactivos con un contador Geiger, por caso, fue necesario
que antes se definiera en teoría la propia existencia de la radiactividad y recién a partir de su
aceptación se diseñaron los equipos que permitieron descubrirla.
En resumen, que los planteos de los científicos materialistas sólo hablan de su ignorancia. Dicho
de otra manera: que no se pueda detectar no significa en absoluto que no exista.

 

Fuente: AL FILO DE LA REALIDAD

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