lunes, 27 de abril de 2009

II - El sudario de Oviedo (inicio)

 

En este precioso libro que se llama Los milagros y otros prodigios, nuestro querido amigo François, después de estudiar la prodigiosa sábana santa de Turín, estudia otro tema interesante: el sudario de Oviedo. Reconozco que apenas sabía nada sobre este sudario, pero, leyendo el minucioso estudio de François, me parece muy interesante.

Comienza estudiando lo que es un sudario en general y lo aplica luego al que debió cubrir el rostro de Cristo. Confiesa la decepción que produce, a primera vista, este sudario, cosido actualmente sobre una tela blanca y que se conserva en la sacristía de la catedral de San Salvador, de Oviedo: no se ve el rostro de Cristo, sino sólo algunas manchas de sangre.

¿Cómo llegó a Oviedo esta supuesta reliquia de la Pasión de Cristo? El P. Brune analiza el itinerario que siguió, según la Tradición. El persa Cosroes II invade Palestina en 614 y le se encarga al sacerdote Philippe trasladar el «Arca Santa» a Alejandría. Cuando los persas invaden el Norte de África, se traslada el Arca a Cartagena a través de Gibraltar. Luego a Sevilla, a Toledo y finalmente, ante la invasión musulmana, a Asturias …

En el último punto de este envío, revisa François un análisis de polen, similar al realizado para la sábana de Turín por el mismo científico, Max Frei. Se espera que otros estudios vengan a confirmar los resultados positivos hallados por Frei.

¡Buen día!

Alfredo Camarero Gil

Grupo Aqui-Alla

 

Los recientes descubrimientos en torno a la sábana de Turín han llevado a un nuevo interés por otras reliquias, relacionadas también con la Pasión de Cristo. Una de las más importantes es el sudario de Oviedo. Aquí, el término «sudario» es realmente el adecuado. Un «sudario» era un poco lo que hoy un pañuelo. Se utilizaba para secarse o lavarse la cara. Con él se cubría normalmente el rostro de los muertos, así, por ejemplo, el rostro de Lázaro (Evangelio de san Juan, 11, 44). El sudario de Oviedo habría servido para cubrir el rostro de Cristo. Pero no parece sin embargo que se trate del «sudario» del que habla san Juan y que se encontraba en el sepulcro. El «sudario» del Evangelio se traduciría hoy mejor por «barbera» o incluso «ciñe-cabeza», como algunos sugieren. La tela conservada en Oviedo, habría servido para cubrir el rostro de Cristo, pero sólo unos instantes, desde el descendimiento de la cruz a la colocación en la tumba. Se sabe que el uso podía variar bastante. A veces, el rostro del ajusticiado estaba ya cubierto mientras se le clavaba, otras veces mientras estaba en la cruz, a veces sólo después de su muerte.

El primer congreso científico internacional es todavía bastante reciente, pues tuvo lugar del 29 al 31 de octubre de 1994, en Oviedo. Reunió sin embargo a ciento cuarenta y siete participantes de diversos países y los primeros resultados obtenidos son ya significativos [1].

El sudario de Oviedo es una tela de lino de 83 x 53 cm. Los hilos del sudario tienen la misma composición que los de la sábana y el grosor de las fibras es idéntico. Fueron hiladas a mano en ambos casos y según la torsión llamada «en Z». Pero el tejido es distinto. Es en arista de pez para la sábana; la trama, por el contrario, es octogonal para el sudario.

El sudario aparece hoy cosido sobre una tela blanca de fondo, blanca, sin ninguna protección. Todo es presentado en un cuadro de plata.

A primera vista, esta tela decepciona bastante, cualesquiera que sean las razones históricas y afectivas que se tengan para venerarla. Casi no hay nada que ver. El rostro de Cristo no aparece en él en absoluto. Sólo se ve cierto número de manchas de sangre. Han sido necesarias las posibilidades que da la ciencia moderna para comenzar a hacerlas hablar.

Para la precisión del estudio, una foto del reverso se dividió en cuadrados. Hay cuarenta y dos por línea a lo largo y las líneas van de la A a la Z en lo ancho. Los bordes, sobre dos centímetros de ancho, presentan pequeños agujeros. La tela estuvo clavada largo tiempo con clavos de plata antes de ser cosida sobre la tela de fondo.

Los pliegues tienen una gran importancia para el estudio del sudario. El pliegue principal se corresponde casi con el eje central, aunque un poco desplazado, lo que hace que una de las caras se destaque un poco con relación a la otra y, por tanto, que algunas manchas que se encuentran en la extremidad de la cara más larga no se encuentren en la otra. Pero hay también mucho otros pliegues, siguiendo ejes diferentes. Algunos son horizontales, otros en diagonal, lo que explica que en ciertos sitios nos encontremos con grupos de manchas simétricas y que en otras partes algunas manchas no tengan su correspondencia simétrica. Finalmente, para complicarlo todo, algunos pliegues no se corresponden con la fecha del propio acontecimiento, sino que pertenecen más bien a la historia posterior del sudario.

Se han sacado ya cantidad de fotos de esta tela. Con luz normal, en infrarrojos, en ultravioleta, por trasparencia, con luz a ras de suelo. Las imágenes obtenidas han sido objeto de tratamiento electrónico, dinámico, etc. Para daros un ejemplo de este trabajo, diré que sólo el día 24 de mayo de 1985, se tomaron ciento ochenta fotos con luz normal y ciento cuarenta y cuatro en infrarrojos [2].

De Jerusalén a Oviedo

Uno de los aspectos más importantes de esta tela es que su historia es relativamente bien conocida, al menos a partir de una fecha ya bastante antigua. Sin embargo, como siempre, son los primeros años, no obstante fundamentales, los que están peor documentados. Tenemos que contentarnos aquí con textos muy antiguos, pero que no ofrecen el rigor de actas notariales.

Pues bien, según la Tradición [3] (transmitida especialmente por Pelayo, obispo de Oviedo en el siglo XII [4]), desde lo primeros años del cristianismo, cierta cantidad de reliquias de Cristo y de la Virgen María habrían sido guardadas por los apóstoles en un cofre de cedro, el «Arca Santa». Ante la invasión de Palestina de Cosroes II, rey de los persas, en 614, el sacerdote Philippe habría recibido el encargo de trasladar el Arca Santa a Alejandría. Pero, cuando los persas invadieron África, las reliquias fueron evacuadas a través de África del Norte y, finalmente, al otro lado del estrecho de Gibraltar, a Cartagena, donde fueron recibidas por san Fulgencio, obispo de Écija. Éste se las envió a san Leandro, obispo de Sevilla. Su sucesor en Sevilla, san Isidoro, es muy conocido por los historiadores.

Se podría muy legítimamente dudar de una reconstrucción de la historia del sudario, porque el primer testimonio de su existencia no sería anterior al siglo XII. Ahora bien, en el siglo XVIII se encontró toda una serie de cartas de san Braulio, obispo de Zaragoza y amigo de san Isidoro. En una de ellas, de 620-650, san Braulio hace alusión al descubrimiento «de las telas y la sábana en la que fue envuelto el cuerpo de Cristo». Fue en esta época cuando el «Arca Santa» llegó a Sevilla. San Ildefonso, discípulo de san Isidoro, convertido en obispo de Toledo, llevó las reliquias y su cofre para ponerlas a salvo en la capital del reino hispano-visigodo. La presencia del Arca Santa es atestiguada en esta ciudad a comienzos del siglo VII.

En la primera mitad del siglo VIII, huyendo siempre de la invasión musulmana, el Arca Santa es trasladada hacia el norte, a Asturias, adonde llega, según autores sólidos, entre 820 y 842. El cofre de cedro, entretanto, es reemplazado por un cofre de roble.

Sin embargo, no tenemos constancia de ningún inventario que hubiera sido realizado en esta ocasión. El cofre va a permanecer cerrado durante varios siglos, rodeado de inmenso respeto, pero cerrado. Contamos sin embargo con toda una serie de textos que se refieren a las reliquias y a sus guardianes, en 847, 906, 908, 1006, 1044, 1056, 1128 [5]. Pero, antes de este último testimonio, se produjo un acontecimiento notable:

En 1075, el rey Alfonso VI visita Oviedo. Se abre entonces el cofre y se hace inventario de las reliquias que contiene. El rey ordena que se cubra de plata el cofre de roble. Sobre la tapa, una inscripción, en repujado, da la fecha de la realización de esta obra, 1113, así como la lista de las reliquias, entre las que se menciona «el Santo Sudario de N.S.J.C.»

Después, se hacen varios otros inventarios cuyas listas tenemos, especialmente del realizado a finales del siglo XVI por orden del obispo de Oviedo. Un texto de 1765 muestra claramente que, para el rey, la continuidad de la presencia del sudario no ofrecía ninguna duda. Los peregrinos que iban a Santiago de Compostela generalmente se desviaban un poco, atravesando los montes cantábricos, para ir a venerar el sudario en la catedral de San Salvador de Oviedo. Había incluso un dicho que subraya bien la importancia se concedía al sudario:

«El que va a Santiago y no al Salvador,
honra al siervo y deja al Señor.»

Hoy el sudario se conserva en la sacristía de la catedral de Oviedo. Sólo se expone a la veneración de los fieles el Viernes santo y en la octava de la fiesta de la Santa Cruz.

La confirmación por los pólenes

Se podría sin embargo dudar todavía sobre la fiabilidad de los pocos documentos que tenemos sobre la historia de esta tela. Pero, aquí también, los pólenes encontrados en el sudario son de gran ayuda. En 1971, el mismo Max Frei, al que se deben las muestras de polen más completas sobre la sábana, realizó un trabajo similar sobre el sudario. Encontró los pólenes de seis plantas de las que se encuentran también rastros en la sábana, dos de ellas características de Palestina; otros pólenes, que no se encuentran sobre la sábana, corresponden a plantas de África del Norte; ningún polen de plantas propias de Turquía o de Europa, mientras son abundantes en la sábana [6]. Aquí también, los especialistas se muestran muy críticos a propósito de los trabajos de Max Frei sobre el sudario. Sin embargo, se han realizado más tarde otras pruebas, especialmente por Montero y Pintado que han catalogado de este modo treinta tipos distintos de polen, que luego han sido estudiados por Carmen Gómez Ferreras [7]. Estos análisis han confirmado, por lo menos,  que el sudario procedía de la cuenca mediterránea. Pero si se tienen en cuenta que los descubrimientos más recientes han confirmado finalmente los resultados de Max Frei sobre la sábana, es lícito esperar que otros estudios sobre el sudario vengan a corroborar sus conclusiones sobre éste.

NOTAS

[1] Sudario del Señor, Actas del I Congreso Internacional sobre El Sudario de Oviedo, 1996, Ediciones de la catedral basílica metropolitana de Oviedo.

[2] Jorge-Manuel Rodríguez Almenar «Otros datos históricos sobre el sudario», en Sudario del Señor…, op. cit., p. 122.

[3] Tomo todas estas informaciones del artículo de Jorge-Manuel Rodríguez Almenar, ibid., p. 113-127.

[4] Mark Guscin, «The sudarium of Oviedo: its history and relationship to the shroud of Turin», en las actas del congreso de Niza, 1997, p. 197-201.

[5] Vicente José González García «Las reliquias de la cámara santa y el santo sudario», en Sudario del Señor… op. cit., p. 101-112.

[6] Jorge-Manuel Rodríguez Almenar, «Otros datos históricos sobre el sudario», en Sudario del Señor… op. cit., p. 121-122.

[7] Ver los artículos de Felipe Montero Ortego y de Carmen Gómez Ferreras en Sudario del Señor…, op. cit., p. 67-82 y 83-90.

 

 

II - El sudario de Oviedo (final)

Las investigaciones del profesor Villalaín

Fue un largo y paciente trabajo reconstruir más o menos cómo fue utilizado el sudario y en que circunstancias. La primera etapa, para el doctor Villalaín, profesor emérito de medicina legal en la universidad de Valencia, España, fue demostrar que se trataba de sangre, después de sangre humana, finalmente determinar a que grupo sanguíneo pertenecía: el grupo AB [1]. Destaquemos que se trata del mismo grupo que la sangre encontrada en la sábana.

La siguiente operación fue tratar de dar cuenta del color muy diluido de estas manchas. Tras numerosos intentos de disolución de sangre sobre una tela de lino parecida, el doctor Villalaín  llegó a la conclusión de que estas manchas estaban formadas por una sexta parte de sangre. Sin embargo, en la zona central, que correspondiente a la nariz y a las ventanas de la nariz, algunas partes de estas manchas presentaban un color más intenso. En estas partes, el derrame se hizo más intenso por olas sucesivas cuyos contornos son por otra parte muy claros. Lo que supone que los primeros derrames estaban ya secos cuando se produjeron los siguientes. Así es como se produjeron al menos cuatro derrames sucesivos. Medidas realizadas con un densitómetro lo han confirmado [2].

El doctor Villalaín trató entonces de reconstruir más o menos cómo pudieron ocurrir las cosas. Las primeras pruebas en las que la sangre estaba diluida con un suero fisiológico salino no eran concluyentes. Villalaín llevó entonces más lejos la reconstrucción. Se sabe que los crucificados morían probablemente por asfixia. Ahora bien, en este caso, se produce un edema pulmonar con formación de un líquido específico. Si el cuerpo sufre luego choques, este líquido puede salir por las narices. La mayoría de las manchas que se ven sobre el sudario en esta zona central son de este tipo. Villalaín diluyó por tanto sangre fresca con el líquido procedente de los pulmones de un hombre muerto que había sufrido también, aunque por otras razones, un edema pulmonar y, en esta ocasión, el resultado fue totalmente convincente. El halo producido llevaba pequeños puntos en el sentido del derrame y pequeños grumos, exactamente como en el sudario.

El estudio muy concreto de estas manchas permite situar perfectamente el punto de la nariz y la forma de las paredes nasales. Villalaín piensa incluso, según la forma de las manchas que se corresponden con estas olas sucesivas, que puede reconstruir, en cada ocasión, la posición de los dedos que trataban de detener el derrame. Esta idea de querer detener a toda costa las hemorragias se explica en el contexto judío en el que la sangre está, a la vez, en relación con el espíritu vital y es fuente de impureza.

El doctor Villalaín llevó aún más lejos la investigación con la ayuda, en primer lugar, de una cabeza de escayola dotada de pequeñas sondas que terminaban en la nariz y en la boca, después con una cabeza trasparente de cristal, dotada del mismo sistema de pequeños tubos, pero alzada sobre un pie metálico con una rótula que permitía dar a esta cabeza cualquier posición, siendo ésta perfectamente medida cada vez. Este ingenioso sistema le permite constatar que todas estas manchas no pudieron formarse en las mismas circunstancias, en la misma posición de la cabeza.

En una primera fase, la cabeza de Cristo, ya muerto, debió estar inclinada hacia delante y ligeramente hacia su derecha. La sangre y el líquido pleural, al salir por la nariz, impregnaron las barba y el bigote. En una segunda fase, el cuerpo debía encontrarse horizontal, boca abajo, la cara contra el suelo, pero siempre un poco inclinada hacia la derecha. Se formaron entonces las manchas a lo largo de la nariz, de las mejillas y hasta el lado derecho de la frente; no hay rastro de sangre en la parte izquierda de la frente.

Las heridas producidas por la corona de espinas no podían ser alcanzadas directamente mientras Cristo estaba en cruz y llevaba este casco de espinas. Cuando la cabeza fue liberada de estas espinas, el grueso de la sangre que éstas habían hecho correr estaba ya seco y no se imprimió en el sudario.

Sin embargo, se formaron varias pequeñas manchas puntuales, especialmente en la base del cuello. El proceso de su formación no fue el mismo. Los primeros intentos de reproducción terminaron en fracasos, hasta que el doctor Villalaín comprendió que estas manchas procedían probablemente de hemorragias anteriores a la muerte y que era necesario por tanto reproducirlas, no ya con la sangre procedente de cadáveres, sino con sangre fresca. Villalaín utilizó entonces su propia sangre y, en esta ocasión, obtuvo sin dificultad las mismas características que en el sudario. Según estas pruebas de impregnación, el sudario debió aplicarse sobre estas llagas alrededor de una hora antes del derramamiento de sangre.

Otras manchas sólo parecen explicarse por la aplicación sobre cabellos ensangrentados…

De todo esto se deduce que el cuerpo, ya muerto, debió permanecer en posición vertical, es decir en la cruz, alrededor de una hora, con la cabeza inclinada 70 grados hacia delante y 20 grados hacia el lado derecho, y por tanto, prácticamente apoyada sobre el hombro derecho, permaneciendo el brazo derecho estirado hacia arriba, lo que explica que el sudario no pudiera aplicarse en esa parte. Fue entonces cuando se formaron las manchas más antiguas. El cuerpo fue luego bajado de la cruz y tendido en tierra, sobre el vientre, con la frente apoyada sobre una superficie dura, y permaneció también en esta posición alrededor de una hora. Así se habrían formado las segundas señales. Las terceras debieron aparecer más tarde, cuando alguien trató de detener la hemorragia de sangre y de suero que procedía de la nariz. Finalmente, debió darse la vuelta al cuerpo, que permanecía tendido, pero de costado. Las últimas manchas pudieron formarse durante el traslado del cuerpo hacia la tumba.

El sudario y la sábana

El análisis químico del sudario reveló toda una serie de contaminantes inorgánicos que ya se habían detectado en la sábana: calcio, potasio, silicio y azufre. Esto sugiere que las dos telas debieron someterse al mismo tratamiento [3].

Las características de las dos caras se corresponden. Se trata de un hombre de tipo judío muy típico. El largo de la nariz es exactamente el mismo: ocho centímetros. La barba se divide en dos pequeños picos, siendo el izquierdo más poblado que el derecho, en las dos telas. El cartílago de la nariz está roto en el sudario y en la sábana. La gran mancha de sangre en forma de 3 invertido en la frente de Cristo aparece en la sábana, no en el sudario. La sangre debía ya estar seca cuando se aplicó el sudario sobre el rostro de Cristo en cruz. Lo mismo sucede, yo mismo lo he visto, con gran parte de las llagas debidas a la corona de espinas. Son mucho más numerosas en la sábana que en el sudario.

Otro detalle se encuentra también en las dos telas, aun cuando generalmente pasa inadvertido. A decir verdad, sólo puede advertirse en ciertas fotos. Se trata de un flujo importante de sangre grumosa en el lado derecho de la barba. Esto se explica perfectamente debido a la inclinación de la cabeza de Cristo hacia la derecha estando aún en la cruz, y sobre todo si se admite, con la mayoría de los especialistas, que Cristo se apoyó en el clavo de sus pies para respirar e incluso, al menos una vez, para hablar [4]. Ahora bien, según los Evangelios, Cristo fue crucificado entre dos ladrones y, según la tradición, el «buen ladrón» se encontraba a su derecha. Por tanto, tal vez tendríamos una señal todavía visible del momento en que Cristo se dirigió al buen ladrón para decirle: «En verdad te digo, hoy estarás conmigo en el Paraíso.»

Pero la comparación entre las dos telas puede llegar todavía mucho más lejos. Mons. Ricci ya había notado la coincidencia entre muchas señales de sangre. Sin embargo, la imagen del sudario procedía de una tela enrollada en la cabeza del muerto, mientras que la de la sábana se había formado sobre una superficie relativamente plana. Además, en el sudario, la parte alrededor de la nariz al presionarla para detener la sangre, una vez desplegada la tela, hacía aparecer necesariamente el rostro demasiado alargado. Estas diferencias de la formación de las dos imágenes dieron lugar a sabios cálculos matemáticos [5].

Sin embargo, por superposición de imágenes polarizadas del sudario y de la sábana, Alan Whanger pudo concretar este descubrimiento fundamental. En realidad, para el rostro solamente, coinciden más de setenta manchas y, para el cráneo y la nuca, más de cincuenta [6].

La conclusión se impone: es el rostro del mismo ajusticiado el que cubrieron las dos telas. Sin embargo, no es probablemente el mismo proceso por el que se formaron las imágenes de la sábana y del sudario. Se sabe que las manchas de sangre del sudario no contienen informaciones tridimensionales como la imagen de la sábana [7].

Añadamos que los estudios científicos sobre el sudario siguen siendo muy incompletos. Al final del primer congreso internacional dedicado al sudario, los principales investigadores propusieron una lista impresionante de experiencias y de tests a realizar. Pero creo que la sábana y el sudario se confirman ya mutuamente de manera clara.

NOTAS

[1] José Delfín Villalaín Blanco, «Estudio hematológico forense realizado sobre el “Santo Sudario” de Oviedo», en Sudario del Señor…, op. cit., p. 131-176; en particular p. 139-141.

[2] Pierre Luigi Baima Bollone y colaboradores, «Risultati della valutazione dei rilievi e degli esami su alcuni prelievi effettuati sul sudario di Oviedo il 24 maggio 1985 ed il 7-8 maggio 1994», en Sudario del Señor…, op. cit., p. 398-399.

[3] Felipe Montero Ortega, «Sudario de Oviedo, descripción química y microscópica, elementos encontrados», en Sudario del Señor… op. cit., p. 67-82.

[4] Giulio Ricci, «Comparación morfológica entre las huellas microscópicas del sudario y las anatómicas de la faz sindónica», en Sudario del Señor…, op. cit., p. 363-368.

[5] Miguel Ángel Hacar Benítez, «Sudario de Oviedo, análisis matemático de las manchas», y con el mismo título, Ángel del Campo Francés en Sudario del Señor…, op. cit., p. 191-202 y 203-309.

[6] Alan D. Whanger y Mary W.Whanger, «A comparison of the sudarium of Oviedo and the shroud of Turin using the polarized image overlay technique», en Sudario del Señor…, op. cit., p. 379-381. Ver también el resumen de Mark Guscin «The sudarium of Oviedo: its history and relationship to the shroud of Turin», en las actas del congreso de Niza, 1997, p. 197-201.

[7] Pier Luigi Baima Bollone, Nello Balossino, Mario Moroni y Stefano Zaca, «Rusiltati della valutazione dei rilievi e degli esami su alcuni prelievi effettuati sul sudario di Oviedo il 24 maggio 1985 ed il 7-8 maggio 1994», en Sudario del Señor…, op. cit., p. 387-412.

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