lunes, 22 de junio de 2009

El "milagro" de la Virgen de Guadalupe _François Brune

PROLOGO DEL GRAN TEOLOGO Y AMIGO ALFREDO CAMARERO GIL CON CUYO PERSMISO PUBLICO ESTE ARTICULO

 

 

 

 

Recuerdo con inmenso cariño aquellas estrofas que cantaban lo mejicanos a la Virgen de Guadalupe, en San Bernardino, California, en los primeros años ’70:

BUENOS DÍAS, PALOMA BLANCA, Con los que cada mañana

HOY TE VENGO A SALUDAR salen al rancho a “piscar”

CON TODOS LOS MEJICANOS y defienden al hermano,

QUE TIENEN SED DE VERDAD si atacan su dignidad…

La verdad es que, a pesar de este cariño que suscitan en mí los mejicanos cantando a la Virgen, creo que comprendo bastante bien a los que dudan del milagro de la Virgen de Guadalupe. Es tan formidable lo que sucede al pobre indio Juan Diego en la cima de la colina de Tepeyac, que entiendo a los que dudan… Para creer en estas cosas, hay que tener claro que la Comunión de los Santos va más allá de unas tesis teológicas…

Por eso admiro tanto a nuestro querido amigo François. Su labor es ingrata y dura: cree y trata de hacer razonables sus creencias. Esto es muy duro, porque hay quien cree saber de estas cosas maravillosas y ni siquiera se digna leer, en este caso, lo que sucedió realmente al indio Juan Diego. Os invito a leer lo que le sucedió. ¡Ah! pero no olvidéis que, para creer, quemar ciertass naves: de la racionalidad, de que a uno lo consideren un bicho raro.

¡Buen día!

 

 

Quinta parte

________

MILAGRO PARA

EL NUEVO MUNDO

I

El rostro de María

El milagro de Guadalupe[1] es sin duda uno de los más emocionantes de la historia del cristianismo. Se trata de un acontecimiento mayor sucedido en 1531, en Méjico. Según los documentos que nos han llegado, la Virgen Santa, Madre de Dios, se apareció a un pobre indio llamado Juan Diego y dejó milagrosamente impresa su imagen en su capa. Esta capa existe todavía y se encuentra actualmente expuesta en una inmensa basílica en Méjico. Es el gran centro de peregrinación común a toda la América latina, un poco el equivalente de Lourdes al otro lado del Atlántico. Alrededor de un millón de personas van allí a rezar cada año y a pedir gracias. Pero ¿quién conoce en Francia el milagro de Guadalupe?

Sin embargo, desde hace algunos años sobre todo, los descubrimientos científicos que confirman el prodigio se han multiplicado. Proceden de muchos sabios de distintos países y de distintas disciplinas, y parecen irrefutables. El no creyente más radical podrá negarse a reconocer en esto un milagro. Se verá obligado no obstante a reconocer un prodigio. Los hechos están ahí.

Nos encontramos aquí por tanto, como en el caso de la sábana de Turín, ante un caso en el que los documentos literarios, los textos, serían insuficientes para demostrar por sí mismo que hubo un milagro. Es la ciencia, con los medios extraordinarios de que hoy dispone, la que nos permite llegar más lejos que el solo testimonio de los textos del pasado y afirmar la realidad del prodigio.

Una razón especial para interesarse por este caso excepcional, es que este milagro parece habernos dejado el verdadero rostro de la Virgen María, Madre de Dios, lo mismo que la sábana de Turín nos dejó el rostro de su Hijo, Jesucristo.

Hoy se puede hablar de una verdadera renovación de los estudios sobre Guadalupe. La devoción pasaba desde hace siglos de pruebas y de documentos. Pero los descubrimientos científicos recientes y el anuncio de la canonización de Juan Diego, que ya se preparaba, parecen haber dado nuevos ánimos a todos los investigadores. En octubre de 1997, durante mi estancia en Méjico, la prensa se quejaba del estado de abandono en que se encontraban la casa de Juan Diego y la primera ermita construida en el lugar de las apariciones. Pero los periódicos anunciaban también grandes trabajos de restauración y la instalación en los lugares de un museo. Mientras tanto, son sobre todo las publicaciones del Centro de estudios de Guadalupe las que hacen avanzar las investigaciones y estimulan el interés de los poderes públicos. Los documentos que con tanta amabilidad me ha facilitado Mons. Enrique Roberto Salazar, me han permitido concretar en varios puntos los problemas que hasta ahora siguen pendientes.

Un cuento de Navidad

La historia es hermosa, tierna, casi ingenua, y como se sitúa en diciembre se podría confundir fácilmente con un cuento de Navidad. Tan hermosa que parece realmente increíble. Y sin embargo, vais a descubrir que los estudios científicos recientes parecen confirmar totalmente la realidad de los hechos. El héroe de esta aventura es un pobre indio llamado Cuautlactoactzin, que significa «El que habla como águila». Como el águila es con frecuencia el símbolo del sol, se puede pensar en sentidos secundarios como «El que dice verdad», «El que no disimula nada», etc. Cuautlactoactzin nació probablemente en 1474. Se hizo cristiano con toda su familia y fue bautizado en 1525. Fue entonces cuando tomó el nombre de Juan Diego y su mujer, Malintzin, el de María Lucía. En cuanto a su tío que había hecho con él de padre, ya que Juan Diego quedó muy pronto huérfano, tomó el nombre de Juan Bernardino. Pero comencemos por el relato de los acontecimientos.

Día 1º:

El sábado 9 de diciembre de 1531, muy temprano, Juan Diego sale de su casa en Tulpletac para ir al catecismo a Tlatilolco. Oye cantos maravillosos de pájaros que parecen venir de la colina de Tepeyac. Después, silencio; el canto cesa bruscamente. Oye que le llama un voz muy dulce: «¡Juanito, Juan Dieguito!» La voz parece venir de la cima de la colina. Juan Diego, intrigado, sube hacia arriba.

Primera aparición: Encuentra entonces a una mujer muy joven que le dice que es la siempre virgen Santa María, Madre del verdadero Dios. Envía a Juan Diego al obispo para pedirle que construya allí mismo una iglesia donde ella podrá manifestar a Dios y dárselo a los hombres, recibir las plegarias de sus hijos y aliviar su pena. Juan Diego va a ver al obispo, Zumárraga, que le escucha un momento y luego le dice que vuelva otro día cuando tenga más tiempo.

El mismo día, por tanto el mismo sábado, Juan Diego vuelve a la cima de la colina de Tepeyac para informar a la Madre de Dios de su misión y de la educada negativa del obispo a prestar atención a su petición.

Segunda aparición: Juan Diego se permite hacerle notar a la Santísima Virgen que, si ella tiene interés por su iglesia, haría mejor encargando de esta misión a alguien más importante que él. Pero la Madre de Dios insiste: «Es absolutamente necesario que seas tú personalmente… y te ordeno ir mañana de nuevo al obispo.» Juan promete volver al día siguiente por la tarde, es decir el domingo, para traerle la respuesta del obispo.

2º día:

El domingo por la mañana, muy temprano, Juan Diego va a la misa, después va a ver al obispo que le escucha con más atención, le pregunta y finalmente le dice que le pida a la Santa Virgen una señal para autentificar su misión. Despide a Juan Diego, pero encarga a unos criados que lo sigan y lo espíen para ver lo que hay detrás de esta historia. Tal vez se encuentre en realidad alguien que abuse de su ingenuidad. Pero los criados pierden el rastro de Juan Diego y, bastante contrariados, vuelven para poner en guardia al obispo contra Juan Diego que suponen ha hecho todo lo posible para despistarlos.

El domingo por la tarde, Juan Diego lleva la respuesta a la Madre de Dios.

Tercera aparición: La Santísima Virgen le dice entonces: «Vendrás aquí mañana para llevar al obispo la señal que ha pedido.»

Pero el domingo por la tarde, al volver a su casa, Juan Diego encuentra a su tío enfermo. Ahora bien, este tío era para él muy querido, porque Juan Diego había perdido a sus padres cuando era todavía muy pequeño y era este tío el que lo había criado.

Día 3º:

El lunes por la mañana, Juan Diego no sube a ver a la Madre de Dios. Va a buscar a un médico y vuelve con él para curar a su tío, junto al que se queda toda la jornada del lunes. Pero, el lunes por la tarde, su tío va de mal en peor. Le dice que es seguro que va a morir y que Juan Diego debe ir, sin falta, al día siguiente por la mañana para que le traiga un sacerdote.

4º Día:

El martes por la mañana, 12 de diciembre, muy pronto, Juan Diego sale por tanto de su casa para ir a buscar a un sacerdote. Sin embargo, recordando que la Santísima Virgen debe esperarlo en el camino, pasa por otro sendero. Pero, como sucede con frecuencia en cada una de nuestras vidas cuando intentamos huir de Dios, la Madre de Dios lo espera en un recodo, en medio del camino.

Cuarta aparición: Juan Diego trata de explicarse y promete a la Santísima Virgen que tan pronto como se solucione el problema de su tío, cumplirá su voluntad. Pero la Madre de Dios le tranquiliza sobre la suerte de su tío y le dice que vaya enseguida a lo alto de la colina y recoja allí todas las flores que encuentre. Que descienda luego para mostrárselas.

Estamos en pleno diciembre e, incluso en Méjico, en esta época del año lo único que crecen en la colina de Tepeyac son piedras. ¡Oh, maravilla! la cima de la colina está llena de flores frescas, sobre todo rosas, cubiertas de rocío, unas y otras a cual más maravillosas. Juan Diego recoge todas las que puede y levanta su capa para envolverlas dentro. Después, vuelve a bajar para mostrar a la Santísima Virgen lo que ha encontrado.

Quinta aparición: Ésta toma algunas, después las guarda en su capa y lo envía al obispo.

Los criados lo hacen esperar mucho tiempo. En realidad, no quieren dejarlo entrar. El permanece de pie, con la cabeza baja, esperando humildemente. Sin embargo, observan que tiene algo envuelto en su capa. Se acercan, admiran, tratan por tres veces de sacar rosas fuera de su capa, pero es inútil, como si ellas estuvieran pintadas, bordadas o cosidas. Pero, sin embargo, huelen bien.

Informado el obispo, lo hace venir. Juan Diego cuenta toda su historia y, por fin, como prueba de su relato, suelta su capa que se despliega. Las flores caen a tierra, pero, para gran sorpresa de Juanito, el obispo cae también a sus pies, de rodillas delante él. Es porque, en la capa, acaba de descubrir la imagen de la Madre de Dios: ¡aparición de la imagen!

Vuelto a su casa la misma tarde, el martes por tanto, Juan Diego se entera de que la Santísima Virgen se le ha aparecido también a su tío y lo ha curado (sexta aparición). Ella le ha dicho también que su sobrino le explicaría todo, pero que él también tenía que ir a visitar al obispo y contarle cómo había sido curado.

El obispo recibe a Juan y a su tío durante algunos días en su palacio y pide a Juan Diego que le muestre dónde exactamente se le ha aparecido la Virgen por cuarta vez. Llegado a los lugares, Juan Diego duda un poco y es entonces cuando una fuente brota de pronto del suelo a cierta distancia del lugar donde se encuentra. Atraído por este nuevo fenómeno, reconoce que es allí exactamente donde se encontraba la Madre de Dios cuando lo envió a recoger flores en la cima de la colina. Este último episodio no figura en el texto del Nican Mopohua, pero la fuente sigue existiendo, limpia y aromática, con un gusto ligeramente ácido, y los peregrinos ven en ella con toda naturalidad un don de la Santísima Virgen. Beben de esta agua y se rocían con ella con la esperanza de obtener así alguna curación, algo así como en Lourdes[2].

Esta vez, por supuesto, el obispo quedó convencido, y catorce días después se terminó una pequeña capilla. En 1666, las autoridades eclesiásticas de Méjico mandaron hacer una primera investigación. Un segundo proceso, más tarde, en Roma, acabó en el reconocimiento oficial del milagro por la Iglesia romana, con Benedicto XIV que fijó la liturgia de Guadalupe para el 12 de diciembre y proclamó en 1754 a la Virgen de Guadalupe como patrona de Méjico.

Hace ya mucho tiempo que la pequeña capilla ha sido reemplazada, primero por una iglesia llamada la «basílica de los indios» (en 1555), después por una basílica más grande (de 1509 a 1622), sobre cuyo emplazamiento se construye otra basílica, más grande, de estilo barroco (1694 a 1709). Ésta sigue existiendo, pero los temblores de Tierra la han zarandeado demasiado. Se ha construido al lado, en 1976, una enorme basílica, la Nueva Basílica, donde acuden cada año alrededor de veinte millones de peregrinos de toda la América latina para venerar la santa reliquia y sobre todo encontrar a Dios. Desde cinco mil fieles, los días de la semana, el número de peregrinos puede llegar a cerca de cien mil, el domingo, y a un millón el 12 de diciembre.


[1] . El único estudio serio, en francés, es el del Hermano Bruno Bonnet-Eymard, publicado desgraciadamente por La contra-Réforme catholique au XXe siècle de sacerdote de Nantes, en 1980, y que, de hecho, no tiene ninguna difusión. Existen otros estudios serios en otras lenguas que utilizan frecuentemente los trabajos del Hermano Bonnet-Eymnard y le rinden homenaje. Los iremos descubriendo poco a poco. Señalemos también la existencia de unos pocos folletos que no han hecho sino resumir el trabajo del Hermano Bonnet-Eymard.

[2] . Ver sobre esto: Francis Johnston, The Wonder of Guadaupe, op. cit., p. 58-59.

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