lunes, 6 de julio de 2009

La serpiente y el camino

Había una vez, no hace mucho tiempo, un camino que llevaba a un lugar muy lejano, en aquel camino, había una serpiente.

La serpiente gustaba ser tranquila y se divertía entrando en el camino y asustando a las personas que por ahí pasaban. Era una serpiente muy grande, casi enorme Era una serpiente grande y escamosa, como son las serpientes: verde, alargada y muy muy grande. Nadie la quería en el camino. No la guardaban respeto ni la querían allá. La gente tenía miedo que quisiese derrumbarles; tenían miedo de pasar por el camino y que la serpiente les atacase con sus largos colmillos, les envenenase o se cambiasen a su lado.

La serpiente gustaba ser más grande cuando pasaba alguien. Se enroscaba y se fusionaba con esa persona. Le gustaba estar a un lado del camino y aparecer como de la nada cuando pasase alguien y asustar así a la gente. Luego volvía a su refugio, a un lado del camino y se quedaba allí, agazapada, esperando otro visitante.

Su veneno mortal no era tan mortífero como el de otras serpientes pero era tan peligroso que podías durar unos 8 o 7 minutos después de su picadura. ¡Que miedo! Todo el mundo la tenía miedo, porque su veneno era muy peligroso y muy venenoso. Yo una vez sentí ese pinchazo de sus colmillos pero no llegue a sentir el dolor porque caí, y no me llego a inyectar su veneno en la piel.

A veces cuando una persona aparece en este camino, si la serpiente esta con ganas, la sigue todo el camino y no la deja hasta que llega al final. A veces sale al camino y la ataca. Cuando ataca tiene que morder pero no siempre pica con veneno. A veces sólo la ataca con un sustillo de nada y a veces, a otras personas, les deja morir desangrando por su picadura y envenenados con su brebaje interno en medio del camino.

La serpiente sabe que es muy peligrosa y le gusta que los demás también lo sepan. Si alguien pasa por el camino y no la guarda el cuidado o el respeto deseado, puede atacar sólo para demostrar su poder sobre los demás. Le gusta que la respeten y que la quieran. Claro que es una serpiente, una serpiente enorme y muy peligrosa, la gente no suele quererla y no la suelen guardar respeto.

Algunas personas creen que si una serpiente es así, será que tiene que cambiar, o que tiene que ser de otra manera. No se dan cuenta que es una serpiente y eso no lo va a cambiar, porque no se puede dejar de ser lo que por esencia se es.

Tenía la serpiente una casa pequeña en la que guardaba los colmillos de todas las personas que atacaba en medio del camino. Tenía cientos de colmillos de todos los tamaños, eran su trofeo y le recordaban todas las vidas que se había llevado. Y no es que fuese malvada, es que conocía su papel en el mundo; su labor era atraer a quien la siguiese y picarlo si se dejaba. Era esta su vida.

Yo no recuerdo que la serpiente supiese que yo quería seguir su rastro o no. Por su puesto que no quería que la serpiente me dejase en medio del camino tirado, es verdad, pero ella tampoco quería dejarme allá. La serpiente sabía que yo debía estar en el camino y no me dejo en medio tirado, me dejo pasar.

Sólo depende de ella si te deja pasar, pero a veces las personas ayudamos a que esa decisión se tome. Y ocurrió que cuando decidí cruzar el camino, no tenía intención de cruzarme con la serpiente enorme y peligrosa, no quería que me atacase y no quería que me envenenase, pero cuando estas allá en medio, todo se hace cuesta arriba: parece que tu cuerpo se agota, o que tu mente se duerme, ya sólo quieres estar en el camino y bailar, o volar, o que se yo; o no quieres seguir adelante, no lo se. Algo ocurre en ese lugar que no te deja reaccionar ni recapacitar. A veces es tan difícil seguir adelante, que te quedas parado en medio del camino durante días y meses y no avanzas porque crees que estas donde debes de estar, sin darte cuenta que el camino continúa.

La serpiente te persigue todo el rato. Ella esta a un lado del camino de cada uno que pasa por allá, y no mira nunca para atrás. Sólo mira a uno mismo; sólo te mira a ti. Tiene esos colmillos y esa mirada peligrosa que te asusta tanto y no la puedes dejar de vigilar.

Cuando la vi la primera vez, tenía los colmillos grandes y brillantes y en los ojos tenia un hueco negro grande y profundo con un destello de color blanco en el centro y miraba con amenaza y paciencia. No sonríe nunca, eso es verdad. A veces el espejismo del camino te hace creer que esta feliz, pero no es verdad, y tampoco te abraza con amor. La serpiente no sabe lo que es el amor o lo que es abrazar, solo persigue ese cuello del caminante que puede quedar al descubierto para su colmillo.

Tendrías que ver su colmillo apuntando al cuello de alguna persona, y ella a veces creyendo que va a ser un beso de amor. Tendrías que ver cómo se acerca, con que sutileza, y cómo ataca a las personas sin que estas lo estén viendo. A veces juraría que es amiga de alguna persona, pero no es así, la serpiente no tiene amigos, solo se tiene a si misma. Luego corta la vida de la persona y la deja en medio del camino sin que la persona pueda ver nada más. A algunas sin que lleguen ni si quiera a la mitad del camino, a otras las saca de su camino sin que se den cuenta, y fuera del camino ella puede hacer lo que la plazca, es libre.

En el camino no existen reglas al contrario de lo que mucha gente opina, sólo existen las reglas que quien camina a decidido. La persona que camina sabe de entrada que la serpiente va a estar allí y sabe que la serpiente no ataca ni pica por placer, es su trabajo, su labor y la cumple a rajatabla.

Todo aquel que se despiste o no quiera estar en el camino, todo aquel que reniegue que se canse o se pierda, puede ser atacado. Es una señal de victoria de la serpiente, su marca.

Alguna vez ataca a alguna persona porque no esta atenta, pero esto sólo ocurre cuando esa persona decide que así sea. Es la misma persona quien, que pide a la serpiente, inconscientemente, que la ataque para volver a despertar.

A otras personas las ataca sólo porque están contentas, y su felicidad es peligrosamente audaz. Una persona puede derrumbarse si descubre que el camino no es tan feliz. A estas las ataca con tal fuerza, asustándolas de manera tal, que a veces no vuelven a caminar. Luego creen que ya no tienen forma de caminar, y a lo mejor no las a echo nada, sólo que ahora temen ese camino porque temen que la serpiente vuelva a atacar. ¿Pero no estaban ellas tan felices que habían olvidado su vida, su camino y su función?

Una vez vi como la serpiente atacaba a un caminante que iba descalzo. Él llevaba los zapatos en la mano porque decía estar así mas cómodo, y la serpiente, al ver sus pies descalzos caminando por la arena del camino, decidió acercarse y besarlos un poquito. La persona se asusto al ver la serpiente. No volvió a andar descalzo. Estaba asustado con aquel enorme bicho que se le acercaba. Ni siquiera tenia recuerdo que aquel bicho estuviese en el camino, pero allí había estado todo el rato. Él lo había olvidado y había decidido bajar la guardia y andar descalzo, y así pasó. La serpiente se le puso encima de los pies y por un momento no pudo caminar, la serpiente fue a picar su piececillo pisando descalzo el camino cuando el hombre se escapo y volvió hacia atrás unos pasos:

- No me picaras tan fácilmente. Tú, serpiente, eres horrible y no te quiero. Fuera de mí, mis pies no serán bocado para tu boca. Tengo cosas más importantes en las que perder el tiempo que en un bicho como tú, vete pues.

Y la serpiente, por un momento se escondió. Vio que el hombre estaba perdido, que no sabía que ella podía estar allí por derecho propio. Se acerco un poco más y le dijo al hombre:

- Yo que tú me pondría esos zapatos que llevas en la mano, solo para que no estén tus pies a mi altura. Guarda dentro de ti tu luz y déjame para mi la cascara. Así no tendré que castigar esos hermosos pies de carne que tanto me atraen.

La persona quedo anonadada, se puso los zapatos y la serpiente se marcho, aunque no le perdió de vista en ningún momento.

No hace mucho que la serpiente estaba esperando a alguien especial. Esperaba una persona que se decía cambiaria su función en el camino de la vida. La serpiente estaba deseando conocer a la persona que tenía ganas de cambiarla.

Ocurrió que un buen día esa persona apareció, pero no era como la serpiente se esperaba. No era una persona alta, inmensamente fuerte, llena de armas o de lo que necesite alguien para vencer a una serpiente. No tenía nada, de hecho tenía menos de nada. Solo era una persona. Y de todas las que habrían pasado por ese camino, tal vez era la más ingenua de todas, la más tontorrona y la más inocente. No sabía ni si quiera que hubiera una serpiente. Iba descalza y caminaba sin preocupación por nada.

Pero la serpiente, que estaba mirándola atenta, no se lo podía creer: ¿esa persona tan poco constante podría con ella? ¿esa persona seria la responsable de que su vida cambiase, que su función en el camino cambiase? ¿qué haría?, si no tenia ni si quiera pinta de llegar al final del camino. Qué podría hacer alguien tan ridículo en ese camino, y con ella, que era una sabia y vieja serpiente ya tan enorme y peligrosa que nadie la podía vencer, ni si quiera la intentaban vencer porque la gente ya sabia que eso era imposible.

La serpiente no perdió de vista ni un momento a esta personilla que caminaba tan alegre por la vida. No entendía su forma de ver la vida, no entendía como no la intentaba cambiar. Sólo caminaba, sin más. No intentaba ni si quiera acercarse a la serpiente, ni hablar con ella, ni atacarla; caminaba y veía la vida feliz. ¿Qué podría hacer una persona así con alguien como ella, la hermosísima, grandiosísima y peligrosísima serpiente?

La persona que caminaba no tenía ganas de entrar en un juego tan peligroso como el de una serpiente. No sabia ni si quiera que esa serpiente estuviera allá, ni si quiera recordaba que tenía que cambiar el rumbo de la serpiente. Este camino le parecía demasiado hermoso y bueno para cambiar nada en él. Le gustaba el camino. Le gustaba ver como todo se hacia según caminaba; como la vida, el tiempo, las cosas, las ilusiones, todo se iba fabricando de la mano de Dios a su paso, sólo para él, solo para ella, pues él era hombre y mujer a la vez. 

Ocurrió que esta persona no tenía ninguna intención de pasarlo mal con una serpiente, ni de olvidar que su vida era maravillosa. Se dejaba en medio del camino las cosas. Andaba descalza y después se tumbaba en medio del camino para aparecer después en otro lugar. Jugaba a caminar y no caminaba, o jugaba a ver cosas que no estaban. Se lo pasaba pipa.

Ya llevaba un tiempo caminando así por el camino, olvidada de todo y sólo pensando en disfrutar, cuando un buen día la serpiente se cansó de esperar y decidió acercase a ella. Le dijo:

- Oye tú, personilla interesada en cambiarme. Sabrás que soy una serpiente vieja y sabia y que conmigo no ha podido nadie. Sabrás que nadie podría vencerme porque soy fuere y tengo estos colmillos y esta boca, y puedo envenenarte con una facilidad espasmosa. Puedo hacer que dejes el camino y no vuelvas nunca más. Yo soy la Serpiente. La mayor y más grande y más peligrosa de las serpientes. Nadie, y menos tú, insignificante personilla, podrán cambiar mi destino. Creí que serías una persona más peligrosa y más fuerte, pero veo que eres una enclenque persona que no puede ni si quiera consigo misma.

La persona, que estaba escuchando, no le pareció nada divertido todo eso. No tenía ganas de cambiar a aquella serpiente. Si ni si quiera la conocía, y la serpiente no la había echo nada. No entendía lo que esta serpiente le decía. Así que se quedo allí observando aquel enorme animal que la miraba fijamente pensando en lo que debía hacer: ¿Para que tendría que cambiar a ese animal?, ¿y por qué ella?, ¿acaso no había mas gente en el mundo?, que la cambiase otra persona más interesada en pelear contra una serpiente.

Pero no dijo nada a la serpiente. Se quedo observándola y esperando a ver si la serpiente la daba alguna otra pista de eso que se suponía que tenia que hacer. Por fin descubría la función de la vida y resultaba que no tenía nada que ver con ella, ni con su manera de pensar, ni de sentir, ni con su manera de interpretar la realidad. ¡¿Cambiar a alguien?! En que cabeza cabría cambiar a alguien, y menos a un animal tan imponente como aquel: una serpiente tal vez milenaria que podría haber picado a tantas personas sólo con uno de sus colmillos y que la miraba con hambre desde ese lado del camino que parecía tan cómodo, tan alegre. ¿Pero por qué la serpiente estaba sentada en el mejor lugar del camino? ¿por qué la serpiente iba a la sombra y las personas no podían? No lo entendía. Que morro tenía ese animal. Se había llevado para si lo mejor de la vida: se había quedado la sombra, el privilegio a estar donde quería, el don de la palabra y del cambio, e incluso esa serpiente podía hacer lo que le diese la gana. No le gustaba aquello.

Y qué importancia se daba esa serpiente ahora, allí parada, mirándola con cara de tentación. ¿Acaso no sabría la serpiente que sus palabras y sus actos no valían para nada? La vida era demasiado hermosa como para fastidiarla con tonterías de venenos, peligros y cuentos chinos. No tenia ganas de luchar contra ese animal. Así que pensó que debía irse, no iba a cambiar al animal ni quería seguir perdiendo el tiempo con ella.

Tras un rato allá sentado, hablo por primera vez la persona y le dijo a la serpiente:

- Mira serpiente, yo no tengo ganas de cambiarte, yo solo quiero que me dejes en paz. Vete a asustar a quien te de la gana. A mi no me pasará nada porque mi vida es maravillosa. Vete ya. Eres libre de mi vida. Nada puede hacerme un veneno como el tuyo. Mi vida es plena y feliz, y tu veneno solo afecta a las personas que no lo son, yo si quieres te dejo que pruebes mi carne porque tengo ganas de que te envenenes tú con mi alegría, pero nada más.

La serpiente estuvo callada un rato. No entendía esa contestación. Parecía demasiado ingenua, demasiado natural. ¿Una persona feliz?, habría que ver semejante tontería. Llevaba en el camino cientos de vidas de cientos de personas y ninguna era feliz. ¿Por qué no iba a atacar a una persona feliz?, pensaba la serpiente.

- Déjame probar esa carne. -  le dijo la serpiente con ganas de tentar esa carne con su veneno.

- Toma. - le dijo la persona y le dio un cabello de su cabeza.

- Esto no me valdrá para comer, es un cabello, no se puede comer. – contestó la serpiente. Y le dijo la persona:

- Pues esto es lo que hay. Mi carne ahora mismo acaba de subir su valor, ahora vale mucho más. Tendrás que comer ese pelo si quieres probarme un poco.

Y la serpiente se atrevió y se comió el cabello. No paso nada. No entendía lo que la persona quiso decirla pero allí no pasaba nada. Todo era igual, no había cambiado.

- Ahora me voy a seguir mi camino Señora Serpiente, o Señor, no lo se bien. Y recuerdos a su hijo. – le dijo la persona alegre y despreocupada, y marchó siguiendo su camino.

La serpiente se quedo en duda: ¿Por qué le tuvo que dar ese pelo y no un cacho de carne?, ¿Era de vedad tan peligrosa esa persona? ¿Por qué la persona no se sentía amenazada por ella? ¿Acaso no le importaba morir en medio del camino? ¿Acaso le daba lo mismo su picadura?. No estaba asustada, le daba todo igual. Y además, decía saber que no podría hacerla nada: ¿Cómo que nada? ¿Una serpiente tan sabia y grande como ella no podía atacar a una persona? Eso no era posible. Así que siguió el camino con la persona a un lado como siempre, pero esta vez la observaba con más atención para detectar todos sus movimientos y saber cuando se despistaba lo mas mínimo para atacarla.

La persona no tenía ganas de preocuparse con una serpiente tan grande. No le gustaba esa serpiente. Le parecía demasiado borde, ahí, a un lado, siempre observando y esperando para atacarla porque la caía mal. Ahora tendría que estar atenta a esa serpiente y no le apetecía. Así que un día, dijo la persona a la serpiente:

- No te vayas de este camino sin antes hablar conmigo, Serpiente. Tengo ganas de demostrarte que cambiarte no es tan difícil como tú te crees. Yo puedo cambiarte con solo pensar que voy a hacerlo. No te me escabullirás ni podrás picarme tan fácilmente, porque yo soy libre. Tú no puedes atacarme: soy libre de ti y de tus garras. Soy libre de la vida mala y de la maldad y del rencor y del dolor. Soy una persona feliz.

La persona estaba convencida de esto. Lo sabía. Sabía que su vida era plena y estaba exenta de juzgar, de tratar mal a otras personas y de ser herida por una serpiente o por nadie. Su vida era otra. Estaba hay por otra cosa, no por una serpiente tan peligrosa. No la tenía miedo.

Ocurrió que la serpiente no pensaba lo mismo. La serpiente creía que esa persona era fácil de atacar: iba demasiado descansada, demasiado despreocupada. Era demasiado fácil esa presa. Podría atacarla cuando quisiese, lo que no lo hacia porque creía que esa persona debía cambiarla. Estaba esperando dignamente su destino. Pero creía que se merecía ser atacarla por ser tan agradable y tan feliz. Nadie iba con esa alegría y esa despreocupación por su camino. Ese era su camino, el camino de la serpiente, no de la persona, qué se habría creído aquella persona.

Y así ocurrió que la serpiente enfadada y cansada de esperar fue a morder a la persona. Fue a atacarla al cuello directamente. Paso como un rayo de velocidad y cuando casi llegó al cuello algo la paro. Algo causo que la serpiente se parase en seco. La persona se quedo ahí, mirándola, paralizada. La persona no hizo nada por detener a la serpiente. Y la serpiente se quedo mirando, esperando. Algo no la dejaba atacarla y no sabía lo que era. ¿Por qué no podría tacar a una persona? Si siempre había atacado a quien quería. Pero nada ni nadie le respondía.

La persona después de un rato observando la serpiente paralizada le dijo:

- Yo no soy como tú, Serpiente. Yo no soy como las personas que te tienen miedo. Tú no puedes atacarme si mi ego no esta conmigo y mi ego se quedo en la entrada del camino. Soy libre de ti, de todo lo que tú puedas hacer para dañarme. Soy libre de todo lo que tú representas. Tú no puedes atacar a una persona que no tiene ego, porque es el ego lo único que puedes atacar, no a la persona en si. Soy libre de tus ataques.

¿Qué era el ego? Pensó la serpiente. Estaba atónita. ¿No podía atacar porque esa persona no tenia ego? No lo entendía. Ya no podía estar más así en esa postura, algo la apartaba a un lado. Algo misterioso la alejaba de esa persona. ¡Voy a morir! Pensaba la serpiente. ¡Me va a matar una persona! Pero no era así del todo. La persona no la había matado ni la había echo nada, simplemente tenia el antídoto mágico que hace que las personas y las serpientes no puedan mezclarse, no puedan cruzarse.

No podía morir en manos de esa serpiente porque el ego no estaba. Lo que hace que una persona pueda sufrir o pueda morir atacada por una serpiente malvada, por un veneno o simplemente de ser asustada por una, es el ego. El único causante de que la serpiente tenga sentido, y el único responsable de los ataques que nosotros mismo tenemos de nuestra propia vida. Y esa persona no tenia ego. Así que se marcho sin problemas porque ninguna serpiente podría atacarla y ella lo sabía. Sabía que era libre, que esa serpiente no era parte de su vida.

La serpiente se marcho pero ahora ya no era la misma. Sabía que no tenia forma de atacar a esa persona, y tal vez vendrían ahora muchas más igual, sin ego, personas a las que no podría atacar. En verdad que había encontrado la forma de cambiarla pero nunca hubiese imaginado cómo.

Esto era demasiado para ella. Todo en su vida, todo su futuro como serpiente peligrosa se iba al garete. Ya no podría atacar igual porque tal vez la siguiente persona fuese igual y la siguiente. Y qué pasaría si durante siglos no aparecía nadie a quien pudiese atacar. Qué pasaría si las personas dejaban a partir de ahora su ego en la entrada de su camino, y ya no podía entrar en disputas con ellas porque ya no eran como antes, no eran vulnerables a ella. Ya todo estaba perdido para la serpiente.

La serpiente marcho a su cabaña allá a la entrada del camino y dejo tranquila a la persona pues sabía que junto a ella ya no hacía nada. Y espero a que llegase otra persona a quien atacar. Pero no vino nadie más con tanto ego como las de antes. La vida había cambiado con sólo una primera persona sin ego, y parecía que iba a más.
Poco a poco dejaron de entrar personas en su camino con ego. Poco a poco cambió el papel de la serpiente y paso a ser solo un animal mitológico, fácil de engañar, fácil de vencer.

La serpiente ya no tenía fuerza porque sólo el ego se la da, y nadie más tendría ego a partir de ese reconocimiento de uno mismo y de la liberación personal. El ego moriría para siempre con esa primera persona que dejo el ego a la entrada del camino, y aunque alguna otra persona vino después con el ego tan grande como hacía años, cada vez eran menos. El ego perdió la batalla y gano la autentica libertad del ser.

Y no quedo ahí la cosa. Ocurrió que poco a poco la serpiente se debilito. Y tanto se debilito la serpiente que ya no podía picar a los pocos personas que sí tenían ego. Así ahora las personas tenían más oportunidades de cambiar y de mejorar, su situación de peligro constante había acabado.

Así las personas eran mas felices, viajaban y caminaban felices por el camino de la vida. Y ya no era un camino seco y vacío. Ya no era el camino de la serpiente y de la tentación, ni mucho menos. Ahora era el camino de la vida y de la paz interior. El camino de la alegría la felicidad y el amor.

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