lunes, 16 de febrero de 2009

La Señal más grande: La Resurrección

 

 

Jesús dijo: “Nadie me la arrebata (mi vida), sino que yo la entrego por mi propia voluntad. Tengo autoridad para entregarla, y tengo también autoridad para a recibirla. Este es el mandamiento que recibí del Padre” (Juan 10:18).

Pablo argumenta que “Si no hay resurrección, entonces ni siquiera Cristo ha resucitado. Y si Cristo no ha resucitado, nuestra predicación no sirve para nada, como tampoco la fe de ustedes. Aún más, resultaríamos falsos testigos de Dios por haber testificado que Dios resucitó a Cristo, lo cual no habría sucedido, si en verdad los muertos no resucitan. Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo ha resucitado. Y si Cristo no ha resucitado, la fe de ustedes es ilusoria y todavía están en sus pecados. En este caso, también están perdidos los que murieron en Cristo. Si la esperanza que tenemos en Cristo fuera sólo para esta vida, seríamos los más desdichados de todos los mortales” (1 Corintios 15:13-19). La realidad y la historicidad de la resurrección es el pilar más importante de la fe cristiana. Al levantarse Jesús de los muertos comprobó ser el poderoso Hijo de Dios, con el mismo Espíritu de santidad de Dios (Romanos 1:4).

R.M’Cheyne Edgar dijo en su obra “El Evangelio del Salvador Resucitado” (The Gospel of a Risen Saviour): “Aquí tenemos el maestro de una religión que confiadamente profesa apostar toda su afirmación en su poder y que después de vencer a la muerte se levantaría de la tumba. Podemos asumir sin lugar a dudas que nunca ha habido una propuesta como esa, ni antes ni después. Hablar de esta extraordinaria prueba inventada por estudiantes místicos de las profecías e insertada de la manera como ha estado en las narrativas de los evangelios es colocar una gran carga sobre nuestra credibilidad. Aquél que estaba dispuesto a arriesgarlo todo en base a su promesa de regresar de la tumba mediante su poder, está ante nosotros como el más fidedigno de todos los maestros, uno que resplandece por las evidencias de su vida misma”.

Jesús predijo su resurrección y recalcó que al levantarse de los muertos, esto sería una señal para autenticar su afirmación de ser el Mesías. Las siguientes citas documentan las afirmaciones que Jesús hizo sobre su resurrección: Mateo 12:38-40; 16:21; 17:9; 17:22, 23; 20:18, 19; 26:32; 27:63. Marcos 8:31; 9:1; 9:10; 9:31; 10:32-34; 14:28, 58. Lucas 9:22. Juan 2:18-22; 12:32-34.

Solo para citar una de esas referencias, Juan 2:18-22: “Entonces los judíos reaccionaron, preguntándole: ¿Qué señal puedes mostrarnos para actuar de esa manera? – Destruyan este templo – respondió Jesús -, y lo levantaré de nuevo en tres días. Tardaron cuarenta y seis años en construir este templo, ¿y tú vas a levantarlo en tres días? Pero el templo al que se refería era su propio cuerpo, Así, pues, cuando se levantó de entre los muertos, sus discípulos se acordaron de lo que había dicho, y creyeron en la Escritura y en las palabras de Jesús”.

Utilizando la perspectiva histórica notamos que la resurrección de Cristo es un evento que ocurrió en una dimensión definida de tiempo y espacio. El noTable escolar y maestro Wilbur Smith (Smith, Wilbur M. Therefore Stand: Christian Apologetic - ‘Por lo tanto permanece: Apologética Cristiana’, (Grand Rapids: Baker Book House, 1965, página 386) realiza la siguiente observación:

     “El significado de la resurrección es un asunto teológico pero el hecho de la resurrección es un asunto histórico; la naturaleza de la resurrección del cuerpo de Cristo puede ser un misterio pero el hecho de que su cuerpo desapareció de la tumba es un hecho sobre el cual decidir basado en la evidencia histórica. El lugar es un lugar definible geográficamente, el hombre que compró el sepulcro fue un hombre que vivió en la primera mitad del primer siglo; la tumba fue hecha de la roca en una colina cerca de Jerusalén, no era ningún invento ni una cortina de humo para distraer, sino algo que tiene una importancia geográfica. Los guardias ante la tumba no eran seres ficticios del monte Olimpo; el Sanedrín fue un cuerpo de hombres que se reunía frecuentemente en Jerusalén. Esta persona Jesús, tal como lo afirma una gran cantidad de literatura, fue un ser viviente, un hombre en medio de los hombres; y cualquier otra cosa que haya sido, y los discípulos que salieron a predicar al Señor resucitado eran hombres en medio de los hombres, hombres que comieron, bebieron, durmieron, sufrieron, trabajaron y murieron. ¿Qué tiene esto de  doctrina? Se trata de un problema histórico”.

     “Digamos que simplemente sabemos mucho más acerca de los detalles de las horas que precedieron la muerte de Jesús en Jerusalén y acerca de Jerusalén, que de lo que sabemos sobre de la muerte de cualquier otro hombre en todo el mundo antiguo” (Página 360).

La resurrección de Cristo posee tanta abundancia de evidencias entre las cuáles se incluye:

1. El testimonio de la historia:

     Un historiador judío de nombre Josefo escribió en su obra Tiempos Antiguos de los Judíos al final del primer siglo d.C. lo siguiente: “Había entonces un hombre en este tiempo, Jesús, un hombre sabio, si es que es legal llamarlo hombre, fue un hacedor de maravillas, un maestros de tales hombres que recibieron con agrado la verdad. Atrajo hacia sí a muchos judíos y también a muchos de los griegos; este hombre era el Cristo. Cuando Pilato le condenó a la cruz por la acusación del hombre principal entre nosotros, aquellos que le amaron desde el principio, no lo abandonaron; se les apareció vivo al tercer día. Los profetas divinos habían hablado de estas cosas y de miles de otras más acerca de él. Aún ahora la raza de los cristianos, los que tomaron su nombre de él, no se ha desvanecido.”

     Josefo fue un judío tratando de complacer a los romanos y no hubiera relatado esta historia de no haber sido verdadera; no era del agrado de los romanos que Pilato apareciera condenando al “Cristo”.

2. El testimonio de los Apóstoles:

     El Profesor de Leyes de la Universidad de Harvard, Simón Greenleaf, escribió en “Reconocimiento del Testimonio de los cuatro evangelistas según las reglas de evidencia administrada por las Cortes de Justicia” lo siguiente: “Las grandes verdades que declararon los apóstoles era que Cristo había resucitado de los muertos, y que solamente a través del arrepentimiento del pecado y la fe en Él, el hombre podía tener esperanza de salvación. Los apóstoles afirmaban esta doctrina a una sola voz, por donde quiera que anduvieran, no solo bajo condiciones de desánimo, sino ante los más espantosos errores que se puedan presentar delante de los hombres. Su maestro acababa de morir como un malhechor por la sentencia de un tribunal público. Su religión buscaba derrocar las religiones del mundo entero. Las leyes de cada país estaban en contra de las enseñanzas de sus discípulos; los intereses y las pasiones de los gobernantes y grandes hombres del mundo estaban en su contra; y las corrientes del mundo estaban en su contra. Ellos no encontraron otra cosa sino oposición, ultraje, desprecio, amargura, persecuciones, azotes, prisiones, tormentos y muerte cruel. Aún así, propagaron su fe celosamente y sobrellevaron todas esas miserias, persistieron sin desmayar, y por encima de todas las cosas, siempre gozosos. Fueron expuestos a muertes miserables uno tras otro, y los que sobrevivieron, prosiguieron con su trabajo con mayor ahínco y vigor. En muy pocas ocasiones se ha registrado en los anales de las guerras militares un ejemplo de lo que significa la constancia, la paciencia y un bravo coraje. Ellos tenían todas las razones posibles para revisar cuidadosamente los fundamentos de su fe y las evidencias de esas grandes realidades y verdades que afirmaban; estaban constantemente rodeados de presión para distraer su atención y desanimarlos. Por eso, de no haber sido por la resurrección de Jesús, era imposible que ellos persistieran en afirmar las verdades que creían, ellos sabían con certeza lo que había ocurrido”. (Greenleaf, Simon. Testimonio de los Evangelistas, Examinado  por las normas de Evidencias Administradas en las Cortes de Justicia, “Testimony of the Evangelists, Examined by the Rules of Evidence Administered in Courts of Justice”. Grand Rapids: Baker Book House, 1965 (reimpreso de la edición 1847).

    Después de la crucifixión, los apóstoles se escondieron por temor a las autoridades (que no tenían el coraje de irrumpir en la tumba de Jesús y “robar” su cuerpo como lo querían hacer mostrar las autoridades religiosas sobornando a los guardias). Aún así, de los doce apóstoles, once murieron como mártires predicando que Jesús era el Hijo de Dios quien se levantó de la muerte. Pedro negó a Jesús varias veces después de que habían arrestado a Jesús, pero luego de su crucifixión y sepultura, Pedro lleno de valor predicaba bajo amenaza de muerte en Jerusalén que Jesús era el Hijo de Dios quién había resucitado. Tan ferviente era la fe de Pedro que cuando llegó el tiempo de su propia crucifixión pidió que lo crucificaran de cabeza porque no era digno de morir como murió Cristo. Se cree que Tomás el que había puesto sus manos en las heridas de Jesús, murió como mártir atravesado por una lanza. Jacobo el hermano de Jesús que había dudado de sus afirmaciones, murió como mártir apedreado después de que Jesús se le apareciera (1 Corintios 15:7).

    Es difícil morir por una mentira. En la historia reciente hemos visto algunos morir por causas políticas en las cuales creyeron, pero no hay nadie que haya muerto por aquello en lo que no han creído. Algo transformó a estos intimidados y amilanados apóstoles en poderosos portadores de su fe. Jesús se les había aparecido. En el libro de Hechos se nos dice que Jesús se les presentó vivo a sus apóstoles. “Después de padecer la muerte, se les presentó dándoles muchas pruebas convincentes de que estaba vivo. Durante cuarenta días se les apareció y les habló acerca del reino de Dios” (Hechos 1:3).

3. Jesús de hecho murió en la cruz:

     Mientras colgaba en la cruz, “… le acercaron a la boca una esponja llena de vinagre y dijo: Todo se ha cumplido. Luego inclinó la cabeza y entregó el espíritu. Era el día de la preparación para la Pascua. Los judíos no querían que los cuerpos permanecieran en la cruz en sábado, por ser este un día muy solemne. Así que le pidieron a Pilato ordenar que se les quebraran las piernas a los crucificados y bajaran sus cuerpos. Fueron entones los soldados y le quebraron las piernas al primer hombre que había sido crucificado con Jesús, y luego al otro. Pero cuando se acercaron a Jesús y vieron que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y al instante le brotó sangre y agua. El que lo vio ha dado testimonio de ello, y su testimonio es verídico. El sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean” (Juan 19:30-35).

     “Un hombre corrió, empapó una esponja en vinagre, la puso en una caña y se la ofreció a Jesús para que la bebiera. –Déjenlo, a ver si viene Elías a bajarlo –dijo. Entonces Jesús, lanzando un fuerte grito expiró. La cortina del santuario del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. Y el centurión, que estaba frente a Jesús, al oír el grito y ver cómo murió, dijo: -¡Verdaderamente este hombre era el Hijo de Dios!” (Marcos 15:36-39).

     “Era el día de preparación (es decir, la víspera del sábado). Así que al atardecer, José de Arimatea, miembro distinguido del Consejo, y que también esperaba el reino de Dios, se atrevió a presentarse ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Pilato, sorprendido de que ya hubiera muerto, llamó al centurión y le preguntó al centurión si hacía mucho que había muerto. Una vez informado por el centurión, le entregó el cuerpo a José” (Marcos 15:42-45). El centurión tenía conocimiento de que Jesús había muerto; de otro modo el centurión no le hubiera confirmado el hecho a Pilato, y Pilato no le hubiera dado el cuerpo a José de Arimatea para ser enterrado.

“Entonces José bajó el cuerpo, lo envolvió en una sábana que había comprado, y lo puso en un sepulcro cavado en la roca. Luego hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro. María Magdalena y María la madre de José vieron dónde lo pusieron” (Marcos 15:46-47).

4. La Piedra:

     Cuando transcurrió el sábado, María Magdalena, María la madre de Jacobo, y Salomé compraron especies aromáticas para ir a ungir el cuerpo de Jesús. Iban diciéndose unas a otras: ¿Quién nos quitará la piedra de la entrada del sepulcro? Pues la piedra era muy grande” (Marcos 16:1, 3, 4). Mateo también describe la piedra como muy grande (Mateo 27:60). Se cree que la piedra pesaba unas dos toneladas.

5. El Sello:

    Aparte del hecho de que una piedra tan grande alejaría a los potenciales ladrones, más importante que el tamaño de la piedra era el sello colocado sobre la piedra. Los fariseos fueron a Pilato y le dijeron que Jesús había dicho que se levantaría después de tres días. Solicitaron a Pilato que diera órdenes para que la tumba fuera asegurada hasta el tercer día, “No sea que vengan sus discípulos, se roben el cuerpo y le digan al pueblo que ha resucitado. Éste último engaño sería peor que el primero. – Llévense una guardia de soldados – les ordenó Pilato-, y vayan a asegurar el sepulcro lo mejor que puedan. Así que ellos fueron, cerraron el sepulcro con una piedra, y lo sellaron; y dejaron puesta la guardia” (Mateo 27:64-66).

     A.T. Robertson en Ilustraciones de la Palabra en el Nuevo Testamento, Word Pictures in the New Testament (New York: R.R. Smith, Inc., 1931) describe el método probable que se utilizó para sellar la piedra “… probablemente con una cuerda a lo largo de la piedra y sellada en cada extremo tal como en Daniel 6:17 (“Trajeron entonces una piedra, y con ella taparon la boca del foso. El rey lo selló con su propio anillo y con el de sus nobles, para que la sentencia real contra Daniel no pudiera ser cambiada”. El sello fue colocado en presencia de la guardia romana a quienes dejaron a cargo para proteger el sello y el poder de la autoridad romana. La guardia hizo lo mejor que pudo para prevenir el robo y la resurrección (Bruce), pero reaccionaron más allá de la cuenta, más bien proporcionaron testigos adicionales a la realidad de la tumba vacía y la resurrección de Jesús (Plummer)”.

6. Las Ropas de la Tumba

     Cuando Simón Pedro entró al sepulcro de Jesús vio allí las vendas y el sudario que había cubierto la cabeza de Jesús, aunque el sudario no estaba con las vendas sino enrollado en un lugar aparte (Juan 20:3-9). John R.W. Stott comenta lo siguiente: “No es difícil imaginar lo que estaba a la vista cuando llegaron al sepulcro que alegró los ojos de los apóstoles: la gran losa de piedra, las vendas a un lado, en otro lado, el sudario que había cubierto la cabeza de Jesús y la separación entre ambas piezas. No es entonces de extrañar que “vieron y creyeron”. Un vistazo a esas ropas demostró la realidad y marcó la naturaleza de la resurrección. Las ropas no habían sido tocadas, ni dobladas, ni manipuladas por ningún ser humano. Eran como crisálidas desechadas de las cuáles ha emergido la mariposa”. (Stott, John R.W. Cristianismo Básico, Basic Christianity. Downers Grove: Inter-Varsity Press, 1971).

7. El Engaño:

     La respuesta de Pilato a los fariseos fue: “ustedes tienen la guardia”. De lo cual podemos interpretar que usted tiene la guardia romana o que ya tiene su propia guardia como la policía del templo. Las autoridades prevalecientes concluyen que la guardia romana estaba apostada en su lugar. De lo contrario, ¿por qué motivo irían los fariseos a Pilato para asegurar el sepulcro? No hubieran necesitado la autorización de Pilato para apostar la guardia del templo que permanecía bajo su control. Cuando Jesús resucitó, los guardias temerosos de la ira de Pilato, informaron a los jefes de los sacerdotes de todo lo que había sucedido (Mateo 28:11). Después de reunirse estos jefes con los ancianos y trazar un plan, le dieron a los soldados una fuerte suma de dinero y les encargaron: ‘Digan que los discípulos de Jesús vinieron por la noche y que, mientras ustedes dormían, se robaron el cuerpo. Y si el gobernador llega a enterarse de esto, nosotros responderemos por ustedes y les evitaremos cualquier problema.’ Así que los soldados tomaron el dinero e hicieron como se les había instruido. Esta es la versión de los sucesos que hasta el día de hoy ha circulado entre los judíos. (Mateo 28:13-15).

Debido a la estricta disciplina en el ejército romano, cualquier guardia romano tendría razones suficientes para temer las consecuencias de haber fallado en el deber, consecuencias aplicadas por un Pilato furioso que los hubiera acusado de dormir en su trabajo mientras el cuerpo era robado; esto representaba la pena capital, la muerte. Evidentemente los jefes de los sacerdotes ejercían influencia sobre Pilato, por eso sobornaron y prometieron a los temerosos guardias protegerlos si ellos mentían y cambiaban la versión de lo sucedido. Los jefes de los sacerdotes no hubieran tenido que sobornar a la guardia del templo que estuviera bajo su control directo. El recurrir al soborno de la guardia, se evidencia que el cuerpo de Jesús ya no estaba y que no había sido robado.

     El Profesor Albert Roper (Roper, Albert. ¿Se levantó Jesús de los muertos? (Did Jesus Rise from the Dead?) Grand Rapids: Casa de Publicación Zondervan, copyright 1965) calcula el número de la guardia romana entre diez y treinta y considera el sello en la tumba como el Sello Imperial de Roma (cuya violación acarrearía las consecuencias del Imperio Romano). El profesor William Smith (Smith, William (ed.). Diccionario de Griego y Antigüedades Romanas (Dictionary of Greek and Roman Antiquities). Rev.ed. London: James Walton y John Murray, 1870) nos informa que el número regular de la guardia romana es de cuatro, de los cuales uno de ellos siempre actuaba como centinela mientras el resto “disfrutaba de cierto grado de descanso; listos sin embargo para reaccionar ante la primera alarma”.

     Mateo describe lo que sucedió esa noche mientras la guardia estaba de turno, “… Sucedió que hubo un terremoto violento, porque un ángel del Señor bajó del cielo y, acercándose al sepulcro, quitó la piedra y se sentó sobre ella. Su aspecto era como el de un relámpago, y su ropa era blanca como la nieve. Los guardias tuvieron tanto miedo de él que se pusieron a temblar y quedaron como muertos.” (Mateo 28:2-4).

8. El Sufrimiento de Jesús:

     Algunos han dicho que Jesús no murió en la cruz sino que simplemente se desmayó. Que luego de ser colocado en el sepulcro, revivió, se levantó, y se fue.

     Hay algo que este argumento pasa por alto y es el sufrimiento físico que sufrió Jesús antes y durante su crucifixión que le llevó a su muerte. Jesús antes de ser llevado prisionero, viajó caminando a través de Palestina; sería razonable asumir que tenía buena condición física. La noche del jueves, anticipándose a su calvario en Getsemaní, Jesús sufrió una intensa agonía mental y según describe Lucas, un médico, sudó gotas de sangre. El sudar sangre es un fenómeno raro pero que puede ocurrir en estados emocionales intensos y es el resultado de las hemorragias producidas en las glándulas sudoríparas (Doctor en Medicina William D. Edwards; Wesley J. Gabel, Master en Divinidad; Floyd E. Hosmer, MS., AMI, “Sobre la Muerte Física de Jesucristo” (On the Physical Death of Jesus Christ, JAMA, 21 Marzo, 1986 – Vol. 255, No. 11, p. 1455).

     Después de que Jesús fue arrestado por los jefes de los sacerdotes en Getsemaní, los oficiales del templo y los ancianos se burlaron de él, le cubrieron los ojos y lo golpearon. Le preguntaron a una voz: “¿Eres tú, entonces, El Hijo de Dios? Ustedes mismos lo dicen, respondió Jesús (Lucas 22:70), así que la asamblea en pleno lo llevó ante Pilato donde le acusaron de agitar a la nación, de oponerse al pago de impuestos al emperador y de decir que era el Cristo, un Rey. Pilato no encontró nada de culpa en ese hombre y al saber que era galileo lo envió a Herodes. Herodes se alegró al ver a Jesús y esperaba presenciar algún milagro que hiciera Jesús. Herodes lo acosó con muchas preguntas; con desprecio y burlas le pusieron un manto lujoso y lo enviaron de vuelta a Pilato. Pilato informó a los jefes de los sacerdotes, a los gobernantes y al pueblo. Les dijo que no encontró nada de culpa en él, así que Herodes envió a darle una paliza para luego soltarlo, pero todos gritaron a una voz: “¡Llévate a ése! ¡Suéltanos a Barrabás! Y pedían que le crucificaran. Pilato decidió concederles su demanda.

     El azote legalmente predecía toda ejecución romana. Utilizaron un corto látigo de trenzas de cuero que tenía incrustado pequeñas bolas de hierro o pedazos afilados de huesos de oveja para lacerar la carne. Fue azotado en la espalda, en las nalgas y en las piernas. La intención del azote era debilitar a la víctima hasta que llegara a un estado de colapso o muerte. Como resultado, el desangramiento preparaba a la víctima y lo llevaba a un paro circulatorio y determinaba cuanto tiempo sobreviviría la víctima en la cruz.

     Los soldados romanos escupieron a Jesús y lo golpearon en la cabeza, colocándole una corona de espinas. Jesús estaba tan débil que los soldados romanos tuvieron que obligar a Simón de Cirene a cargar la cruz. Debido a que el peso total de la cruz estaba probablemente por encima de los 163 Kg., solamente el patíbulo o la barra horizontal con un peso de unos 40 a 68 Kg. fue cargada. Se colocaba sobre la nuca en el cuello de la víctima balanceada sobre ambos hombros.

Los romanos preferían clavar las manos de la víctima en la barra horizontal. Los hallazgos de restos de huesos de una víctima crucificada encontrados de Jerusalén, que datan del tiempo de Cristo, revelaron que se usaron clavos de hierro de 12,5 a 17,5 cm. de largo y de 3/8 pulgadas de grosor. Esos clavos atravesaban las muñecas y no las palmas de las manos. Los romanos también preferían clavar los pies de sus víctimas.

El peso del cuerpo colgado en una cruz, fijaba los músculos intercostales en un estado de inhalación y gravemente mermaba la exhalación de manera tal que la respiración era muy superficial. Para poder exhalar era necesario levantar el cuerpo afincándose sobre los pies, flexionar los codos y halar los hombros casi en una posición vertical. Sin embargo, al intentar hacer esto todo, el peso del cuerpo se colocaba sobre los tarsos produciendo un dolor cauterizante. Además, la flexión de los codos causaría rotación de las muñecas alrededor de los clavos de hierro causando un dolor espantoso y daño a los nervios medio. Levantar el cuerpo dolorosamente rasparía la espalda flagelada contra las ásperas astillas de madera. Por si fuera poco, se agregaría al sufrimiento los calambres musculares y las parálisis de los brazos extendidos y levantados. Como resultado, cada esfuerzo respiratorio se tornaba agonizante y agotador llevando eventualmente a la asfixia” (JAMA, 21 Marzo, 1986 - Vol. 255, No.11, p.1461).

    Dependiendo de lo severo de la flagelación, el sobrevivir en la cruz tomaba de tres a cuatro horas, hasta tres a cuatro días. Cuando la flagelación era relativamente suave, los soldados romanos agilizaban la muerte rompiéndoles las piernas debajo de las rodillas sofocando a la víctima. Por costumbre, uno de los guardias romanos atravesaría también el costado con una lanza o espada hasta el corazón.

El evangelio de Juan nos relata: “Al probar Jesús el vinagre, dijo: - Todo se ha cumplido. Luego inclinó la cabeza y entregó el espíritu.” (Juan 19:30). Para que los cuerpos no permanecieran en la cruz en sábado, le pidieron a Pilato ordenar que le quebraran las piernas a los crucificados y bajaran sus cuerpos. “Fueron entonces los soldados y le quebraron las piernas al primer hombre que había sido crucificado con Jesús, y luego al otro. Pero cuando se acercaron a Jesús y vieron que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y al instante le brotó sangre y agua.” (Juan 19:32-34).

     Es absurdo alegar que Jesús no murió en la cruz sino que sufrió un desmayo o un síncope, que luego revivió en la calma de la tumba, que recobró sus fuerzas después de pasar por un extenso trauma (incluyendo la espada que le atravesó el corazón), que él solo empujó una piedra de dos toneladas y que estuvo durante los siguientes cuarenta días ministrando a sus seguidores por toda la tierra Santa. Examinar la extensa evidencia histórica de su Resurrección, atestigua de su deidad y nos da la esperanza de que al creer en Él, tenemos la vida eterna, tal como el verdaderamente lo prometió.

Fuente: http://www.existedios.com/apologetica_de_la_biblia_cristiana/prueba-del-dios/5Evidencia-Poderosa-Sobre-la-Deidad-de-Cristo.htm

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