domingo, 14 de diciembre de 2008

Oración de San Francisco a la Virgen María

 

Con la fe más viva y la ternura filial más profunda, Francisco fija la mirada en la Señora, la confiesa y la saluda: «¡Salve, Señora, santa Reina, santa Madre de Dios, María, virgen convertida en templo -hecha Iglesia-, y elegida por el santísimo Padre del cielo, consagrada por Él con su santísimo Hijo amado y el Espíritu Santo Paráclito; que tuvo y tiene toda la plenitud de gracia y todo bien! No ha nacido entre las mujeres ninguna semejante a ti, hija y esclava del altísimo Rey sumo y Padre celestial, Madre de nuestro santísimo Señor Jesucristo, esposa del Espíritu Santo: (...) ¡Salve, palacio de Dios! ¡Salve, tabernáculo de Dios! ¡Salve, casa de Dios! ¡Salve, vestidura de Dios! ¡Salve, esclava de Dios! ¡Salve, Madre de Dios! Ruega por nosotros...»
Francisco veía en María, por su condición de madre, la prolongación de la misericordia, del amor y de la omnipotencia de Jesús, su hijo y redentor nuestro. Ambos, como diría la teología posterior, fueron predestinados en un mismo decreto por el Padre para consumar la misma obra: la redención del género humano. Madre e Hijo constituyen un tándem indesglosable.
Dos fiestas eran para San Francisco objeto de particular fervor y regocijo, y para las que se preparaba con un retiro de cuarenta días de oración y ayuno: Navidad y la Asunción.
La Navidad, nos dice Celano, «la llamaba la fiesta de las fiestas, en la que Dios, hecho niño pequeñuelo, se crió a los pechos de madre humana» (2 Cel 199). Cuando meditaba este misterio, dicen las fuentes franciscanas que lloraba de ternura y agradecimiento. Este agradecimiento lo expresa ante el Padre cuando en el capítulo 23 de la primera Regla, su "credo", al hacer un repaso de la historia de la salvación, escribe: «Y te damos gracias porque (...) quisiste que Él, verdadero Dios y verdadero hombre, naciera de la gloriosa siempre Virgen beatísima Santa María» (1 R 23,3).
María es para Francisco, como no podía por menos, modelo y ejemplo. En un escrito dirigido a toda la Orden dice a los hermanos sacerdotes que celebran, reciben y administran el cuerpo del Señor: «Si la bienaventurada Virgen es tan honrada, como es justo, porque ha llevado en su santísimo seno al Señor..., ¡cuán santo, justo y digno debe ser quien toca con las manos ese mismo cuerpo en la eucaristía!»
José Álvarez Alonso, OFM,
María Santísima en la experiencia religiosa de Francisco de Asís,
en Santuario (Arenas de San Pedro), n. 115, mayo-junio de 1997, pp. 5-7]

No hay comentarios:

Publicar un comentario