sábado, 22 de noviembre de 2008

Jiddu KrishKrishnamurti / Vedanta Advaita

  A partir del día 3 de agosto de 1929, en que Jiddu Krishnamurti reunió en Ommen (Holanda) a los miembros de la Orden de la Estrella de Oriente, organización que él mismo presidía y que se ocupaba de la preparación y recepción de la encarnación avatárica en su persona, quedó disuelta la Orden y en el mismo momento anunció repentinamente el abandono de los principios y leyes preconizados por la Sabiduría Perenne y Esoterismo de la Teosofía blavatskiana, que él mismo hasta entonces promulgaba y defendía, para pasar a predicar a partir de entonces una doctrina de rebeldía individual, acracia espiritual y libertad contrarias supuestamente a cualquier institución, tradición o método espiritual o religioso. Nunca se han podido determinar con exactitud las razones específicas de tan sorprendente y radical cambio, pero las diversas hipótesis que se han manejado, unas en el sentido de que rompía con las corruptelas institucionales y personalismos existentes dentro de la misma Sociedad Teosófica, otras relativas a su propia dificultad de asumir la trascendente responsabilidad de su parte en el rol avatárico que se le había asignado, y otras relacionadas con los dolores y sufrimiento resultantes de la catarsis iniciática que venía experimentando, se conjugan y sintetizan en los postulados que en dicha reunión públicamente formuló: “Yo sostengo que la verdad es una tierra sin senderos. La verdad, al ser ilimitada, incondicionada, inalcanzable a través de ningún tipo de camino, no puede ser organizada. La creencia es un asunto puramente individual, si se organiza se vuelve algo muerto, cristalizado, se convierte en una secta, una religión para ser impuesta a los demás”.

Pero si se analiza e investiga un poco más allá de esos principios teóricos y se examina su praxis en relación con la tradición védica de su país, se puede percibir claramente, y esa es la tesis que aquí preconizamos, la íntima conexión de toda la filosofía krishnamurtiana con el Vedanta Advaita de la tradición hindú, doctrina que todavía hoy es seguida por practicantes y buscadores espirituales tanto de Occidente como de Oriente.

La ruptura con la Escuela Teosófica

       Adoptado por Besant y Ledbeater el niño K. recibió junto con su educación una formación intensiva a nivel teosófico y tras diez años de estancia y estudios en Inglaterra, fue en 1922, estando en Ojai, un valle montañoso al sur de Los Angeles en los EEUU, cuando, al estar meditando sistemáticamente en torno a la imagen del Señor Maitreya, empezó a padecer durante semanas seguidas, según cuenta su amiga y confidente Mary Lutyens en su biografía “Krishnamurti, los años del despertar”, unos dolores insufribles en el cuello, cabeza y columna vertebral entremezclados con períodos de delirios, alucinaciones y sucesos visionarios, que le incapacitaban para dormir o comer durante días y le hacían abandonar el cuerpo físico por momentos. El mismo comentó a sus allegados “he bebido en las fuentes de la Alegría y la belleza eternas, estoy impregnado de Dios” y en sus cartas a Besant y Ledbeater contaba que “Me siento de nuevo en contacto con el Señor Maitreya, y no hay otra cosa que servirle”.
      Lo que K. llamaba “el proceso” volvería a ocurrir con variada intensidad a lo largo de su vida siguiente, entre dolores extremos y experiencias extracorporales, impregnado siempre de una “presencia” indefinida que continuó hasta el fin de sus días que parecía ser del mismo Instructor del Mundo, de manera que dicha situación crítica, perfectamente encajable en lo que en términos esotéricos teosóficos podemos entender como una mutación iniciática para adaptar su cuerpo y psiqué a un nivel superior y al papel avatárico que se le había encomendado, siguió repitiéndose hasta que en 1925 tuvo lugar el conocido adumbramiento, también en una congregación de la Orden de la Estrella, en cuyo momento  K. pareció encarnar y hablar por primera vez en primera persona como si tomase la palabra el Señor Maitreya, cuando ante todos los reunidos de forma resuelta y terminante expresó: “…y vengo para aquellos que quieren compasión, que quieren felicidad, que anhelan ser liberados, que desean encontrar la dicha en todas las cosas. Vengo para reformar y no para derribar, no vengo para destruir sino para construir”. En muy reiteradas ocasiones a lo largo de su existencia K. hizo referencia expresa a esa protección o “presencia” divina y misteriosa que le acompañó durante toda su vida, y en tal sentido durante aquellos años contaba a sus más inmediatos: “Cuando yo era un niño pequeño acostumbraba a ver a Sri Krishna,… cuando fui mayor empecé a ver al Maestro Koot Hoomi,… más tardé comencé a ver al Señor Maitreya… y ahora últimamente ha sido al Señor Buddha a quien he visto… Yo me he unido a mi Bienamado y mi Bienamado y yo recorreremos juntos la faz de la tierra…”


El “no método” y la rebelión de la consciencia

      Sus biógrafos narran detalladamente las características del proceso iniciático por el que estaba pasando por aquellos años, y que se traducía como ya ha quedado dicho, en intensos dolores físicos, desmayos, pérdidas de conocimiento, ensoñaciones, y toda una agonía que en sus misma palabras explicitaba como si le estuvieran “trepanando” el cerebro, de forma que fue tras aquellos ataques de dolores físicos y psíquicos, seguramente inevitables para transcender su anterior estado y pasar así a otro plano de superior entidad que le permitiese contar con las facultades y poderes inherentes al eminente rol y puesto para él destinados por la Jerarquía, cuando K. decidió interrumpir dicho proceso catártico de transformación de su consciencia, y sin llegar por tanto a su culminación final, resolvió apartarse rotunda y radicalmente de la Sociedad Teosófica.
      Y entonces, de manera totalmente inesperada y sorprendente para sus miembros, decidió la disolución de la Orden de la Estrella, mediante el mensaje arriba reseñado en el que cortaba todo lazo o relación con la Teosofía, y anunciaba en su lugar las bases de su nueva doctrina y praxis filosófica: el “no método”, la vía directa, una especie de estado de rebelión de la consciencia fundamentado en la inexistencia de sendero prefijado alguno, o de organización, dogma, religión, sacerdote, raza o bandera de cualquier índole. Una filosofía al margen de cualquier conocimiento o tradición o técnica psicológica alguna, que podría sintetizarse en la destrucción y transcendencia de la identificación con el ego separativo y con la mente personal y sus pasiones, en la unidad de consciencia transmutadora de cualquier oposición o resistencia egótica.
      Unicamente a través de la observación desidentificada y de la presencia unificadora, transcendediendo cualquier análisis intelectual o disección mental, podría uno liberarse y llegar a la iluminación. Cualquiera que fuera sinceramente disciplinado podría tener acceso a tal “satori”, si, rechazando cualquier sistema esotérico de evaluación espiritual, fuera capaz de aunar la duplicidad de los estados del observador y lo observado, y se situase en la plena vivencia del estado unificado de Observación/Meditación, logrando así por fin transcender de un salto todos los estados previos, fueran los que fuesen, de la mente, de las emociones y de los instintos personales. De esta forma Krishnamurti ofrecía a todo ser humano, con independencia del estado o nivel de consciencia/experiencia en que se hallase, la posibilidad milagrosa y transcendente de saltar a los niveles búdicos o incluso átmicos correspondientes al iluminado potencial que habita n todo ser humano.

La tradición Vedanta Advaita hindú y Krishnamurti

      Aunque en principio K. niega su adscripción a cualquier tradición, las similitudes de su doctrina con la filosofía Vedanta Advaita son, a nuestro modo de ver, más que evidentes. Los conceptos fundamentales, siempre presentes en su enseñanza, del no dual “Brahman” absoluto, el “avidya” (ignorancia), el “moksha” (libertad), el “Karma” (causación), la “vía negativa” de su método, la aparente y falsa “multiplicidad” del mundo fenoménico e ilusorio (“maya”), son todos ellos correlativos a esa antiquísima tradición hindú, que se remonta a los más vetustos “Vedas”. Podría decirse que Krishnamurti sería un auténtico “jivamukta” advaita que ve a “Brahman” en todas las cosas, en el sentido de la versión monista (Advaita) del Vedantismo tradicional.
Advaita es una palabra del vocabulario sánscrito que significa “no dos”, de manera que se podría traducir por sinónimo de “no dualidad”. Sin ser una filosofía religiosa propiamente dicha, Advaita sería una experiencia en la cual no existe la separación entre sujeto y objeto, entre un “yo” y el resto del universo, entre un “mí” y Dios. Es la experiencia más profunda de nuestra naturaleza: la experiencia y vivencia de la Consciencia, que se manifiesta entonces como felicidad, amor o belleza absoluta. Uno de sus máximos y más significados representantes, el hindú Ramana Maharshi al que luego haremos referencia expresa, aconsejaba la “investigación del yo” como método para los estudiantes menos avanzados, en cuyo método el aprendiz habría de mantener la atención enfocada en el origen del “pensamiento-yo” o en el “sentimiento-yo” cada vez que éstos se presentan en su psiqué, y así se llegará a la iluminación en que la atención vuelve hacia su fuente al final de cada pensamiento o sentimiento, y ya no hay necesidad de continuar enfocando la atención, y de esta forma el estudiante más avanzado puede ser llevado directamente a la experiencia de su verdadera naturaleza.
       Esta llamada “Vía Directa”, utilizada entre otros, además de por el citado Ramana Maharshi, por Sankara, por Sri Ramakrishna, por Nissargadatta, o por otros vedantistas más modernos como Jean Klein o Francis Lucille, o por otros como Consuelo Martín en España, les hace coincidir a todos ellos con Krishnamurti en el sentido de que solo la experiencia del estado de “no-dualidad” sumerge al cuerpo-mente-mundo en un estado de completa paz, felicidad y realización. En lugar de la conocida graduación jerarquica de los teósofos y de los niveles iniciáticos de consciencia postulados por el esoterismo tradicional que prescriben la ineludible necesidad de un ego (“manas”) maduro y adulto en qué basar la ascensión a niveles superiores de consciencia, K. proclamaba su rebeldía a tales condicionamientos y leyes, por él mismo anteriormente preconizadas, y sintonizaba perfectamente con los vedantistas en la “magia” perfectamente posible de esa vía directa, traducida y acogida en tantas modernas escuelas y chamanes de la devaluada “Nueva Era” por el célebre y manido “salto cualitativo”…, tan opuesto y contrario a la posición reiteradamente sostenida como principio fundamental por la creadora y transcritora de la Doctrina Secreta Helena Blavatsky de que “Ni un solo peldaño de la escalera que conduce al conocimiento puede ser ahorrado. Ninguna personalidad podrá jamás alcanzar o llegar a comunicar con el “Atma” (Yo Divino), excepto a través de “Buddhi-Manas” (Yo Superior)”.
      Y así vemos la coincidencia y casi comunión de K. con la tradición Vedanta Advaita cuando decía explícitamente: “La actitud basada en la evolución, en el sentido de devenir, crecer, lograr, hasta llegar a la realización final, es falsa. En el momento en que uno percibe en estado de escucha y atención total, se es totalmente libre”. La única enseñanza es la comprensión de uno mismo: “Mírense a sí mismos, investiguen dentro de sí mismos, y vayan más allá”. “La creación solo puede existir cuando la mente se halla vacía, en total silencio mental”. “El conocimiento es solo búsqueda de seguridad. Sólo el discernimiento instantáneo y la percepción directa y total permitirán la negación y disolución del yo”. “La verdad se produce cuando solo existe ‘lo que es’ y este ‘lo que es’ es el único pensador”. “Cuando no hay un centro –el yo- desde el que se experimente, todos los sentidos son excelentes y están totalmente despiertos, y entonces existe un estado de no-experiencia, un estado de observación pura”. En su negación de principios como la reencarnación, el Karma y de cualquier evolución gradual e iniciática, aquel que había comulgado en las fuentes más nucleares de la Jerarquía y que había ejercido las veces de amanuense en la redacción del conocido libro “A los piés del Maestro”, terminó expresando de forma reiterada que en su total negación de cualquier tradición o conocimiento “yo incluyo a los teósofos con sus jerarquías, con sus Maestros”.

Ramana Maharshi y Krishnamurti. ¿Quién soy Yo?

      Para el netamente vedantino Ramana Maharshi, de la misma manera que para K., la enseñanza básica para el sendero directo a la liberación es la Auto-Indagación. Y como sea que el pensamiento “Yo” es el primero que surge en la mente, si se persigue persistentemente la indagación “¿Quién soy Yo?” (Nan yar? en hindú), se destruyen todos los demás pensamientos, y finalmente el propio pensamiento “Yo” se desvanece, dejando únicamente el supremo Ser no-dual, el Silencio, de manera que así acaba la falsa identificación del Ser con el fenómeno del no-ser, como cuerpo/mente, y se produce la iluminación, Sakshatkara. Mediante una indagación constante hay que hacer que la mente permanezca en su origen, sin permitir que ande vagando y se pierda en el enredo de pensamientos creados por ella misma. Después de negar todos los principios y órganos de los sentidos cognoscitivos (habla, locomoción, entendimiento, excrección y procreación) como “esto no”, “esto no” (neti, neti), esa Consciencia que permanece únicamente es lo que Soy, cuya naturaleza es existencia-consciencia-bienaventuranza (Sat-chit-ananda). El Ser es aquello donde no aparece absolutamente ningún pensamiento “Yo”, lo que se denomina “Silencio”. Para Maharsi ese estado del Ser mismo es Dios; todo es Shiva, el Ser.
      Vemos por tanto que la similitud de tan drástica como aparentemente sencilla doctrina filosófica viene a coincidir casi al pié de la letra con todo aquello preconizado por el mismo Krishnamurti, cuando establece que el Yo es solo un producto del pensamiento, un conjunto de memorias, y por tanto una condición material del mismo cerebro con el que nos identificamos y que nos hace interpretar el presente en términos del pasado y así proyectarnos en el futuro. Para K., como para toda la doctrina vedantina, “ver es el acto de amor”, puesto que el amor es un estado de no-dualidad, sin la separación del Observador y lo Observado, de manera que la Consciencia no-dual (nirvikalpa-samadhi) es Dios, y la consciencia en el hombre es solo Dios, y en su consecuencia, K. insistía siempre, “tú eres el mundo, tú eres el universo” (Tat tvam asi).
      Por todo ello K. denunciaba toda religión organizada y toda tradición, y por todo ello negó cualquier darshana (sendero) o sadhana (método) hacia la verdad. K. rechazó cualquier autoridad espiritual, reivindicando que “la verdad es una tierra sin senderos” y que “uno es la puerta a través de la cual uno mismo tiene que pasar”. Como sea que el conocimiento, la tradición, etc., son solo parte de la memoria contenida físicamente en ciertas porciones del cerebro, lo que se requerirá es parar la actividad de ese cerebro, en un estado de meditación silenciosa, y eso, como el cerebro tiene en sí “una cualidad religiosa de unidad”, nos permitirá usar esa mente religiosa como un puro instrumento de percepción de la verdad. Nuestra mente religiosa es la verdad. 


Jean Klein y Krishnamurti: La vía directa

      Coincide asimismo K. con la concepción vedantina de otros autores más modernos de la linea Advaita, como son el suizo Jean Klein o el francés Francis Lucille, en su rechazo radical a la idea de la Sabiduría Perenne del antiguo sendero de las iniciaciones o grados de consciencia. El primero de ellos, en sus libros “La consciencia sin objeto” o en “Quien soy Yo”, desde una linea absolutamente tradicional Vedanta Advaita, con matices específicos en cuanto a la técnica meditativa y al estado contemplativo, viene a mantener tesis y posturas plenamente coincidentes con todas las sostenidas y postuladas por K. en dicho sentido, de manera que todos ellos parten de la filosofía común del despertar instantáneo, la vía directa y la iluminación al margen de una evolución paulatina en sucesivos grados iniciáticos.
      Para Klein “la meditación es la quietud que hay más allá de toda actividad y de la  llamada no-actividad, ya que el estado meditativo lo incluye todo al ser nosotros mismos meditación”. Para este autor la meditación no es precisamente ese estado de tranquilidad mental, sino que es lo que sustancialmente somos los seres humanos en potencia: somos básicamente meditación. No hay meditador, pues la idea de un meditador que medita es solo un producto de la mente, una quimera de la memoria. Solo hay meditación, el estado de meditación en el que nos sumimos cuando en el silencio mental desaparece el ego mental y nos disolvemos en el estado de meditación, que es el verdadero agente y la única presencia. “Nuestro estado natural es la quietud, de manera que en la contemplación completa no hay interferencia psicológica bajo la forma de interpretación, emotividad o distanciamiento. Fundamentalmente tú no eres nada, y si sigues el silencio hasta su fuente, puedes ser arrebatado por él en un momento”. Entonces habrá una súbita transferencia que pasará del observar como percepción al observar como ser, y ahí lo observado que es energía fija se disuelve en observación, en energía sin concentración”.

      Klein distingue claramente, como también K., entre el enfoque progresivo y el enfoque o vía directa e instantánea: “En la aventura espiritual uno procede bien por la vía progresiva o por la vía directa. En la llamada vía progresiva uno procede a través de un camino purificación y eliminación, y se reconoce por etapas, es decir a través de experiencias y en toda experiencia uno permanece en la relación sujeto-objeto, la cual es una expresión de vida pero no es la vida misma. Cuando admiras alguna cosa estás en una relación de separación, pues permaneces en la cantidad y la comparación. Pero en el verdadero admirar, la percepción y tú sois uno: no hay nadie para admirar ni nada que admirar, todo es expandido, todo es luz, sin centro ni periferia. En esta percepción inmediata de la vía directa hay una total ausencia de los objetos conocidos, pues para experimentar algo plenamente la mente debe de estar vacía, libre de memoria, de emotividad, de deseo de obtener y de expectativas. En la vía directa o inmediata aparece tu no-estado de fondo, que está esperando la relajación profunda de los hábitos de la mente y el cuerpo para poder hacer acto de presencia, esto es , Dios, la Gracia, la Presencia, que está siempre presente. Cualquier movimiento para alcanzarla es un alejamiento, porque cuando deseas algo es porque supones que te falta. Por tanto no hay evolución espiritual, puesto que tu ser natural no está en el proceso de devenir, todos los objetos aparecen y desaparecen en el fondo y solo sirven para revelar dicho fondo, el supremo no-estado en el cual estableces una no-relación con el objeto”.

      “En el enfoque progresivo uno se remite constantemente a la experiencia mediante la comparación con su estado anterior: el énfasis está en avidya, la ignorancia, mientras que en la vía directa no enfatizas la ignorancia sino que miras a la luz, a vidya. En la vía progresiva y evolutiva la meditación es una disciplina para aquietar la mente y llevarla a la ausencia de pensamiento, mas en la vía directa el meditar sentado se utiliza solamente como un laboratorio para observar como funciona tu mecanismo, poniendo el énfasis en el escuchar y en el observar. La meditación es un no-estado más allá de todos los estados, es la quietud que hay más allá de toda actividad y la así llamada no-actividad. La meditación lo incluye todo: se es meditación. En la contemplación completa no hay interferencia psicológica bajo la forma de interpretación, emotividad o distanciamiento, de forma que mediante ella llegas a un estado de no persecución de objetivos, una total apertura a lo incognoscible”.

      Sin embargo, sin dudar de la existencia momentánea de experiencias cumbre de índole superior, se podría objetar, que, en ausencia de una personalidad y un ego suficientemente maduro y consolidado, y de una autoconciencia profunda, o en otras palabras, sin el nivel iniciático correspondiente, esas experiencias instantáneas de unidad a las que tienden y llegan determinados ejercicios y prácticas pretendidamente vedantinos, serán simplemente el aroma pasajero y huidizo de un momento místico y fugaz consistente en haber rozado algún subplano del plano búdico, al no contar con la estructura psicológica y espiritual precisa que permitiría la continuidad y permanencia de tales estados. En otros casos, y por las mismas razones, la experiencia que se cree sagrada y mística será tan solo una flor primaveral fugaz del subplano astral superior correspondiente, un espejismo ilusorio más de la verdadera percepción de la unidad, que, de la misma manera, solo podrá permanecer realmente si se ha alcanzado el correspondiente grado iniciático, hijo y consecuencia de tantas vidas de esfuerzos, disciplinas y pruebas, tal y como imponen y establecen los misterios esotéricos guardados celosamente en los altares de la Gran Sabiduría de todos los tiempos.

Pre-ego, Krishnamurti y sendero iniciático

      Es evidente, en virtud de todo el análisis que hemos llevado a cabo en este pequeño estudio acerca de la influencia Vedanta Advaita en la obra y doctrina de Jiddu Krishnamurti, que al posicionarse, desde su ruptura con la Escuela Teosófica, en posturas tan contrarias a los fundamentos y principios del Esoterismo tradicional y de la Sabiduría Perenne como tronco común de toda la Espiritualidad y de todas las Religiones a lo largo de la historia de la Humanidad, lo que hizo fué esencialmente repudiar el rol o papel del Maestro espiritual, y apartarse de cualquier religión o tradición concreta, en una reivindicación suprema de la Libertad del hombre y del camino absolutamente individual de transcendencia de sus actuales límites  y enclaustramiento mental. Sin embargo es evidente que él mismo hizo de maestro y gurú espiritual para todos los que se acercaron a su praxis filosófica y, paradójicamente, es patente que el recuerdo histórico que de él se guarda es y será precisamente el de tal maestro. Esa es la proyección que, en franca contradicción con su tesis esencial, recibió en vida desde todos sus muchos “discípulos” y es desde esa posición desde la que se dirigió siempre a los mismos por mucho que él quisiera transponer tal matiz en sus numerosas conferencias públicas.
      De cualquier modo se desconocen todavía las implicaciones espirituales y psicológicas globales del abrazo de tantas gentes a su doctrina práctica, pero cualquier observador especialista en temas psicológicos o psiquiátricos, profano o agnóstico en temas espirituales, podría objetar en términos de pura lógica racional que, al tocar niveles y planos desconocidos, sería preciso y prudencial partir de un estado de verdaderas madurez y adultez psicológicas como fundamento y condición previa para poder acceder con garantías de seguridad y solidez a estados superiores de consciencia digamos “transpersonal”, sin incurrir en estados alterados de posibles psicosis, obsesiones o neurosis.

Toda la llamada Psicología Transpersonal (fundamentalmente a partir de Ken Wilber) hace hincapié en la inevitable necesidad de tener superados los estados pre-egóticos y prepersonales (tan habituales en las aventuras astrales, misticoides y chamánicas de tantas escuelas y ferias alternativas “light” del supermercado de la ya prostituída “nueva era”), para, tras construir una sólida y poderosa personalidad mental y  un ego suficiente en el mundo relacional moderno, poder pasar luego en el momento apropiado a superar y transcender los estados personales (ese ego maduro, mental y adulto, polarizado fundamentalmente en el cuerpo mental o manas inferior). De esta manera, y ya con todas las garantías de haber pasado satisfactoriamente los grados inferiores, el aspirante podrá finalmente aspirar al “transego” transmutador del ego separativo y de las cadenas sociales y culturales, y eventualmente tendrá un justo y bien ganado acceso al mundo realmente espiritual e iniciático, bajo la dirección del presentido maestro interno (el Yo superior), y en su caso, bajo la supervisión del Maestro externo, ascenderá a niveles sucesivos, por su orden y bajo leyes perennes e irrevocables, de los planos y niveles iniciáticos superiores.
No olvidemos en tal dirección las advertencias que ya Blavatsky hizo en su día, mucho antes del nacimiento de K., no solo en cuanto al papel esencial del Gurú en el camino de la consciencia superior, sino más concretamente acerca del efecto pernicioso que el ejercicio práctico meditativo de determinadas doctrinas exotéricas Vedantinas –las más similares a la praxis krishnamurtiana, decimos nosotros- podría traer como consecuencia, en cuanto a la posible desconexión del alma (o yo personal) de su fuente el Yo Superior, que si se careciese de la debida dirección podría causar hasta lo que se conoce por la “segunda muerte” del alma, que es como una implosión de la consciencia en la nada, en el sentido opuesto al “segundo nacimiento” del alma que se expande dentro de la divinidad mediante la unión primeramente con el Yo Superior y posteriormente con el Yo Divino. Tales diferencias no son una mera cuestión filosófica o teórica sino que tienen una relevancia e importancia espiritual práctica muy real desde el punto de vista esotérico.

      Aparte de estas serias y graves advertencias de Blavatsky, los mismos Maestros de la Jerarquía han hecho algunos comentarios específicos sobre las enseñanzas de Krishnamurti. Y así se sabe que el Señor Maitreya, por ejemplo, señaló que K. cometió un error al presumir que cualquiera podría alcanzar su nivel de consciencia de manera inmediata e instantánea, y en esa dirección en el libro “A través de los ojos de los Maestros; Meditaciones y Retratos” (de David Arias) quedó recogida su posición al respecto: “Aunque Krishnamurti tuvo razón en enfatizar la necesidad de contar con un pensamiento independiente, se equivocó al suponer que todo el mundo, con independencia de su Karma y limitaciones presentes, podría alcanzar instantáneamente ese punto al que él había llegado a través de vidas de esfuerzo y con la ayuda de aquellas Fuerzas Cósmicas a él impartidas solo por su papel de Heraldo de la Nueva Era”.

Otros significados miembros de la Jerarquía han indicado asimismo que K. estaba enseñando una versión errónea del Vedanta Advaita en el sentido avanzado anteriormente por H. Blavatsky, incidiendo en los peligros que representaba sobre todo su rechazo de un sistema esotérico de evaluación espiritual y su invitación generalizada a una meditación intensa sin protección oculta, lo cual podría conducir a la hipocresía y al autoengaño.

Y así en “El Iniciado en el Círculo Oscuro” (de Cyril Scott) se establece que “ En vez de implementar las Nuevas Enseñanzas que tanto se necesitaban, Krishnamurti se escabuyó de las responsabilidades de su rol como profeta y maestro para volver a una pasada reencarnación y a una antigua filosofía de su propia raza (el Vedantismo Advaita), la cual carece de utilidad para el Mundo Occidental en el ciclo presente, aunque aquellos a los que habla piensen que están recibiendo un mensaje nuevo, y todo ello conlleva una grave responsabilidad. El fracasó –al menos parcialmente- en transmitir el mensaje que debiera haber transmitido…

Otro defecto en su enseñanza pseudo-Advaita es que él se dirige a la personalidad, al hombre del plano físico (el yo personal) como si fuera la Mónada (el Yo divino) o por lo menos el Ego (el Yo superior). Por supuesto que la Mónada, la Chispa Divina, es la Absoluta Existencia-Conocimiento-Felicidad, y por tanto eternamente libre, pero eso no significa que la personalidad aquí abajo, estando inmersa en un sin fin de dificultades kármicas, pueda compartir su consciencia, o incluso la del Ego (el nexo entre la personalidad y la Mónada). Es fundamental entender que la meditación intensa y continuada lleva a estados de consciencia e inmersiones en otros planos donde la guía del Maestro es absolutamente indispensable”.

      El mismo Gurú o Maestro anterior de K., Koot Hoomi, quien, tal y como él había reconocido taxativamente en numerosas ocasiones, había dirigido sus pasos espirituales hasta su ruptura con la Escuela Teosófica, ha expresado también un severo aviso acerca de las consecuencias de su filosofía, cuando en 1975, en “Perlas de Sabiduría”, Vol. XIX, pag. 29, dictó lo siguiente: “Hoy Krishnamurti, denunciado por la Hermandad, cuestiona a los verdaderos maestros y al sendero de la iniciación, proclamando que el individuo se vale y se necesita solo a sí mismo y que éste es el único Dios que existe. Está llevando a miles de jóvenes en la dirección de la desobediencia sofisticada al Dios interior (el Yo divino), al Cristo maestro interno (Yo superior), y a los maestros de la Hermandad, de forma que este ser caído ha sido el instrumento de una filosofía que no es ni representa de ninguna manera las verdaderas enseñanzas de la Gran Hermandad Blanca”.

Conclusión

      Es justo y necesario recalcar que Krishnamurti no llegó al nivel de consciencia que exponía en sus charlas, conferencias, libros y entrevistas, por medio del “no-método” de conciencia instantánea que él preconizaba, sino que llegó a dicho nivel precisamente a raíz de su paso por la iniciación en sus fases iniciales, bajo la supervisión de su Maestro, y de cuyo sendero se retiró antes de llegar a sus etapas finales, en medio de una crisis y catarsis que le debió resultar insoportable, tal y como hemos expuesto anteriormente. De manera que, al no haber permitido el impacto total de las energías cósmicas que sobre él hubieron de ser vertidas, la consumación de dicho proceso iniciático en su persona quedó frustrada, quedando sus efectos a medio camino, y en su consecuencia toda la doctrina de K., con sus evidentes matices de similitud con la tradición Vedanta Advaita, es la plasmación  frustrada de lo que pudo ser y no fue, al haber abortado y malogrado el proyecto avatárico en la parte que afectaba a su persona y a su función.
      Parafraseando a Helena Blavatsky, la aplicación práctica de teorías y enseñanzas como las del “no-método” de K. sería “como destruir un puente sobre un abismo: el caminante nunca podrá alcanzar su objetivo en la otra orilla”. Es en esta dirección que nuestra gran esoterista, en “Los Escritos Esotéricos”, pag. 413, escribió: “Para no confundir la mente del estudiante occidental con las oscuras complicaciones de la metafísica hindú, hay que hacerle mirar al manas inferior, o mente, como ego personal (yo personal) durante el estado de vigilia, y como Antahkarana solo durante aquellos momentos en que aspira hacia el Ego superior (el Yo superior), y así se convierte en el medio de comunicación entre los dos. Es por esa razón por la que se llama “Sendero”… Ver esa función del Antahkarama es tan necesario como ver a la oreja como medio para oir, o al ojo para ver; de manera que hasta que el sentido de ahamkara, esto es, del ”Yo” personal o egoísmo (el yo sintético), no sea enteramente disuelto en el hombre, y el metal inferior no se fusione y unifique totalmente con el Buddhi-Manas (el Yo superior), es lógico pensar que destruir el Antahkarana sería como destruir un puente sobre un abismo infranqueable; el caminante no podrá nunca alcanzar la otra orilla. Y ahí radica la diferencia entre la enseñanza exotérica y la esotérica….En contra de lo que opina la doctrina exotérica los esotéricos decimos que ni un solo peldaño de la escalera que conduce al conocimiento puede ser saltado. Ninguna personalidad podrá nunca llegar a ponerse en comunicación con Atma, excepto a través de Buddhi-Manas; intentar convertirse en un Jivanmukta antes de que uno haya llegado a ser un Adepto es como querer alcanzar Ceilán desde India sin cruzar el mar. Por lo tanto si destruímos el Antahkarana antes de que el Yo personal esté absolutamente bajo el control del Ego impersonal (el Yo superior), nos arriesgamos a perder a éste último y de que seamos cortados para siempre de él, a menos que nos demos prisa en reestablecer el contacto mediante un supremo y último esfuerzo. Solamente cuando estemos indisolublemente unidos con la esencia de la Mente divina (el Yo superior) podremos destruir el Antahkarama”.

  En definitiva el sistema pedagógico que desarrollan tanto determinadas ramas del Vedanta Advaita como el mismo K. entrañan riesgos evidentes para la realización última del alma, y por tanto significan un auténtico desvío del verdadero camino por querer atajar y ahorrarse tramos del mismo.

Y aunque no cabe duda de que hay  factores positivos dentro de las enseñanzas de Krishnamurti para la humanidad, como son su permanente exhortación a que el actual ser humano piense por sí mismo, su diagnosis acerca de los peligros del ego, el mental y el yo personal, y su llamada de atención sobre la urgente situación de la humanidad en su ámbito global, y que su praxis, con todas la reservas y prudencias explicitadas, puede tener temporalmente un efecto beneficioso sobre ciertos individuos en sus fases iniciales de crecimiento, nunca podrán sus enseñanzas impulsar y desarrollar una profunda transformación de la consciencia humana, en el sentido mesiánico de cambio paradigmático que habría significado la asunción de su papel avatárico.

Su escuela y su no-método no podrán promover una verdadera Edad Dorada en el auge y crecimiento conjunto de la humanidad, fundamentalmente porque rechaza los fundamentos, leyes y principios de la Sabiduría Perenne de todas las edades, limitándose a aspectos y niveles muy concretos y relativos, y porque toda su filosofía se sitúa expresamente al margen del sendero imperecedero de las iniciaciones, única base y catapulta posible para un verdadero ascenso y evolución del ser humano.

Fin

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