jueves, 18 de septiembre de 2008

Los cátaros y la Inquisición

 

 

Por Marisa Azuara

Catiers era el insulto de la Inquisición contra los herejes occitanos.

“A la hoguera con ellos” fue la consigna que se propaló como estopa ardiente, a lo largo del siglo XIII, por las cálidas tierras Occitanas. Un país, una tradición, una voluntad y una forma de entender la vida sucumbieron bajo los leños de unos poderes que, amenazados por antiguos secretos que asomaban de nuevo a la luz, se resistían a perder su hegemonía.

Durante el periodo de transición que marcó el paso de la Alta a la Baja Edad Media, la jerarquía de Roma y el emergente centralismo de los reyes Capetos decidieron aunar esfuerzos para impulsar una cruzada que metiera en cintura a los poderosos nobles feudales del Sur y enterrara aquellas creencias que amenazaban con cambiar el orden establecido. Ya en 1002 se habían constatado los primeros síntomas de nerviosismo, por parte de la curia católica, al hacer subir a las hogueras, en Toulouse, a diez canónigos de la iglesia colegiada de la Sainte-Croix que habían difundido textos gnósticos. Pero, aparte de algunas escaramuzas, concilios, anatemas, discusiones, crímenes, torturas y, por supuesto, los decretos que expidieron los Papas a fin de confiscar las tierras de los herejes y declarar proscritos a aquellos que no acataban la ideología de su infalible teocracia, la crisis se mantuvo en estado latente durante los siguientes doscientos años.

El detonante que hizo estallar el conflicto fue el asesinato, el 15 de enero de 1208, del legado pontificio de Narbonne, Pierre de Castelnau. Fue durante su ceremonia de canonización, tres meses más tarde1
, cuando se cerraron los acuerdos que dieron lugar, a lo largo de todo el siglo XIII, al más vergonzoso y demencial baño de sangre, torturas y miedo que se produciría en tierras europeas hasta el estallido de la Segunda Guerra Mundial.

La Iglesia no consideró concluida la cruzada contra los occitanos hasta 1321, cuando logró reducir a cenizas, en Villerouge Termenes, muy cerca de Carcassone, a Guilhem Bélibaste, el único perfecti cátaro que quedaba vivo. Desde aquel lejano 1002 en que se encendieron las primeras hogueras habían transcurrido 319 años marcados por la destrucción, el terror, las ejecuciones, las delaciones, la miseria y el miedo. Años que cambiaron no sólo la idiosincrasia de aquella especie de paraíso en que se había convertido Occitania sino la esencia de toda una Europa que estaba llamada a ser la dueña del Mundo.

La Iglesia de los Buenos Cristianos
El término “catiers”, o como se traduciría en castellano “putos”, referido a las víctimas de tal salvajada, podría resultar irónico de no ser porque fue el despectivo que utilizaron contra ellos sus verdugos mientras duró la persecución cátara. En especial, era la expresión que usaba el Santo Oficio, que ha pervivido hasta la actualidad bajo el nombre de Congregación para la Doctrina de la Fe, y que “En el nombre de Dios” condenó a sus propios hijos a la muerte más cruel y espantosa que mente humana haya sido capaz de idear: arder vivos y lentamente en una pira.

¿Pero, quiénes eran los cátaros? Eran gentes sencillas que cometieron el “error” de no estar de acuerdo con la opulencia y la hipocresía de un clero que los oprimía con sus exigencias de diezmos y alcabalas mientras alardeaba de sus riquezas y un depravado estilo de vida. Hartos de que no se escucharan sus demandas, decidieron volver sus ojos hacia el Cristianismo Primitivo y crear una nueva iglesia a imagen del antiguo arrianismo. Se llamaría la Iglesia de los Buenos Cristianos y, ante la imposibilidad de obedecer a la sede de Alejandría, dependería de la sede de Constantinopla separándose de este modo de la jerarquía Romana. No era probable que la Iglesia de Pedro perdiese un territorio y un poder que tanto le había costado conquistar.

El primer documento que se conserva sobre la Iglesia de los Buenos Cristianos data de 1167. Certifica la imposición de manos que Nicetas de Constantinopla, un pope ortodoxo, realizó en el castillo de Saint Felix de Caramon sobre la multitud de fieles que la había solicitado. En esa misma ceremonia se ordenaron seis obispos y se constituyeron las comisiones que delimitarían los territorios que iban a formar las diócesis de Albi, Toulouse, Carcassone y Agén, con lo que puede darse por constituida la nueva Iglesia. No era compleja en exceso. Su jerarquía la formaba el obispo de la diócesis que se auxiliaba de un hermano mayor, llamado a sucederle en el puesto, y un hermano menor, que ocupaba la vacante que dejaba el hermano mayor al ser ascendido. Esta cúpula sería la encargada de ordenar a los “perfecti”, especie de diáconos que se ocupaban de las predicaciones y de impartir las penitencias mediante el rito del “consolamentum”. Más tarde, con el recrudecimiento de la persecución, los buenos cristianos hubieron de adaptarse a las circunstancias y establecieron que fueran los mismos “perfecti” quienes ordenasen a los fieles que lo merecieran.

El dogma de la doctrina cátara podría simplificarse diciendo que creían que Dios había creado el Universo, pero que era Satanás quién había creado la Tierra. Parece sencillo; pero llegaron a desarrollar complicadas teologías sobre el Bien y el Mal, el espíritu y la materia, el libre albedrío y el rechazo del bautismo de agua para abrazar el bautismo por el espíritu. Sus ritos y creencias estaban basados en el convencimiento de que el nacimiento del Cristianismo se había producido no con la muerte de Cristo sino con la bajada de las lenguas de fuego sobre los apóstoles durante el Pentecostés judío. Su liturgia se reducía al “consolamentum”, o imposición de manos, una suerte de sacramento que sustituía al bautismo, la penitencia, la confirmación e incluso, en muchos casos, la extremaunción; el “melhorament” que consistía en hacer tres reverencias al paso de un “perfecti”; y el “aparelhament” o confesión penitencial comunitaria. También debían practicar el ayuno los lunes, jueves y viernes, no comer animal que se reprodujera mediante cópula, mantener la castidad sexual y vivir austeramente.

Piphles, Arrianos, Catiers o Tejedores
Mucho se ha especulado hasta el momento con el significado de la palabra cátaros. Desde que su cuna se halla en el británico término “cat”2 (perspectiva ciertamente improbable, ya que por los años en que se manifestó la herejía gran parte del orgulloso Albión se hallaba bajo la influencia de la corte de Poitiers), hasta su significación más aceptada en la actualidad que derivaría del griego “cathar”, es decir, puro.

Sin embargo, los cátaros se llamaban a sí mismos “cristianos”, “pobres de Cristo”, “buenos cristianos” y, en ocasiones, “buenos hombres”; nada más. Datan de 1157 los primeros documentos, que se expidieron durante el Segundo Concilio de Reims, en los que el Papado encargaba oficialmente a los obispos la persecución de los herejes a los que denominaba indistintamente “piphles”3; “arrianos”; “catiers” o “tejedores”, que en ningún momento se refería a que ejercieran el noble oficio textil, puesto que por aquellos años apenas si lo practicaba en el continente europeo alguna anciana que le daba a la rueca. Entre los hombres, y más si vivían en un medio hostil como las estribaciones pirenaicas, estaba mejor visto que sus oficios giraran en torno a la agricultura o la ganadería. En realidad, “tejedores” era un insulto. Provenía de la veneración que los “bonshomes” manifestaban por María Magdalena, título que debe traducirse por “Princesa Tejedora” según explican el Protoevangelio de Santiago, uno de los apócrifos más célebres en la época reproducido en “La Leyenda Aurea” de Jacobo de la Vorágine, y “Jesús o el secreto mortal de los Templarios”, de Robert Ambelain.

Otro apelativo que llama la atención en el texto es la denominación de “arrianos”. Está muy extendida la idea de que la doctrina cátara se hallaba influida por las enseñanzas maniqueas y bogomilas, y probablemente tengan razón quienes así lo contemplan. Aunque no resulta conveniente obviar el curioso sobrenombre de “arrianos”. El arrianismo, la religión de los nobles y de los reyes europeos, parecía extinguido desde el siglo VIII, pero hay demasiadas pruebas de que las creencias “Gothas”, o “Godas” para los españoles, siguieron perviviendo en las cortes de los Hagsburgo, los Aragón, los Anjou, los Saboya, los Medici o los Sforza hasta el Renacimiento; y ahí quedan las catedrales góticas para certificar su transmisión. Tampoco puede dejar de tenerse en cuenta que los trovadores medievales, así como las leyendas sobre los grandes mitos griálicos que ellos difundieron por toda Europa, salieron de las cortes occitanas. El pueblo llano no tenía ni conocimientos ni medios para divulgarlas. Si a ello se añade que Bernard de Claravall y el teólogo dominico Tomás de Aquino se referían a los cátaros como a “esos perros arrianos infectados por la peste que viene del Sur”, no cabe más que empezar a preguntar en qué consistía el arrianismo y por qué era tan temible. Un dato que apoya las palabras de San Bernardo y Santo Tomás es el hecho de que los cátaros, tras recibir el consolamentum, pasaban a ostentar el nombre de Juan. ¡Curioso! Juan es precisamente el vocablo sobre el que giran todas las herejías que la iglesia exterminó sin contemplaciones. En la mente de los lectores aleteará, sin duda, el misterioso final de los templarios y la extrema devoción que manifestaron por tan relevante santo. Sin duda, el triángulo Juan, Magdalena y Jesús ha sido, y es, el más temido por la jerarquía de la Iglesia de Roma. Explicar los motivos resulta materia extensa que requeriría un análisis de mayor calado que el aquí propuesto.

Parece asimismo improbable, pese a la aceptación de que la hipótesis ha gozado, que la palabra cátaros pueda derivar del griego “cathars”, puros, ya que no existe tradición, fuera de la medicina o la botánica, de aplicar raíces griegas a la lengua; mucho más si ésta era vulgar como el occitano que se hablaba en la región. Así pues, lo que indicaría el sentido común, y ya que la palabra cathars en su acepción de puros no fue utilizada hasta el siglo XIX por Eckbert de Schnau, es que su significación habría que buscarla en el vulgar “catiers” que es la expresión utilizada en los legajos inquisitoriales.

Tal como explica en su obra “La Verdadera Historia de los Cátaros” la Conservadora Jefe del Patrimonio de Francia, a cuyo cargo se encuentra el Centro de Estudios Cátaros de Carcasonne, Anne Brenon, la palabra “catiers” supondría un grave insulto. Acertado razonamiento, ya que la palabra “catiers” derivaría del francés “catin”, que significa prostituta. No resulta tan extraño, como podría parecer a primera vista, que los perseguidores utilizaran este término para referirse a sus enemigos. Menos aún, al considerar que la única santa por la que los cátaros mostraron veneración fue María Magdalena a la que la iglesia consideraba una “gran pecadora”, y de la que aseguraba, hasta que se desdijo en las postrimerías del siglo XX, que era una prostituta; es decir “une catin”. Mucho debía molestar en la basílica de Letrán la relación entre la santa y los cátaros, pues en aquel año de 1209, de infausta memoria histórica, eligieron la fecha de su conmemoración, 22 de julio, para iniciar la cruzada y llevar a cabo la matanza de Beziers. Sólo en ese día, todos los habitantes de la apacible ciudad francesa, aproximadamente veinte mil, de los que sólo el cinco por ciento eran cátaros, fueron pasados a cuchillo y fuego, delegando en Dios la tarea de distinguir entre fieles y herejes a la hora del Juicio Final. A dos mil de ellos, la mayoría mujeres y niños, que se habían refugiado en la Iglesia de la Magdalena, los encerraron y les prendieron fuego junto a todas las reliquias de la Santa.

In Memoriam
Hoy, a punto de cumplirse el ochocientos aniversario de la tragedia, la Humanidad sigue confusa ante la palabra apropiada para designarlos, así como sobre el verdadero papel que jugaron en la Historia y la trascendencia que para ésta supuso su desaparición. Pero, en el fondo de cada una de las palabras que se dedican a los “Bonshomes”, en el fondo de cada uno de los homenajes y recuerdos que se celebran en memoria de los “Buenos Cristianos”, hay un sentimiento de respeto y admiración por todos aquellos que perdieron la vida en la creencia de que el mundo podría mejorar.

Los cátaros trascendieron la materia para alcanzar las estrellas. Su legado no se redujo a la palabra que se utiliza para reconocerlos. Va mucho más lejos. Ahora es el momento de recoger aquella herencia y, como asegura Wolfram von Eschenbach en su poema Parzival, después de setecientos años volverá a florecer el olivo. Ha llegado el momento de recuperar la memoria de la Historia; de recuperar el recuerdo que arranque de las tinieblas del olvido y del miedo la dignidad, el valor, los conocimientos y los frutos de aquellos que dieron su terrena existencia para guiar a los hombres desde esa Eternidad, en la que las palabras carecen de sentido, hacia un mundo más justo y humano.




110 de marzo de 1208.
2Gato.
3Un despectivo que significa liantes.

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