sábado, 18 de octubre de 2008

El caso Galileo

http://ar.geocities.com/paginadeprueba2005/Galileo/caso_galileo.htm

Al intentar probar que la Tierra gira alrededor del Sol, Galileo adoptó un modo de razonar que no sólo llevó a que la Iglesia le procesara, sino también a la nueva metodología científica de contrastación de hipótesis

Owen Gingerich

Las dificultades de Galileo con la Iglesia católica, que acabaron en su proceso y consiguiente humillación, se suelen describir como una confrontación entre la ciencia empírica y el dogmatismo ciego. A pesar de su abjuración, no hay duda que Galileo creía que el sistema heliocéntrico copernicano era cierto. Hoy, una vez firmemente establecido el Sol como centro del sistema planetario, es fácil afirmar que la razón estaba de parte de Galileo y que la Iglesia estaba equivocada. Pero en tiempos de Galileo las opiniones y pareceres estaban lejos de ser tan obvios o evidentes.

Galileo defendió el sistema copernicano con una serie de argumentos ingeniosos y originales que en gran parte se basaban en sus recientes observaciones con el telescopio. Desde un punto de vista moderno la defensa de Galileo parece imponerse de inmediato, pero cuando presentó sus ideas no había aún ninguna prueba observacional de la nueva cosmología, y hasta el propio Galileo hacía notar que nunca admiraría lo suficiente a aquellos que habían adoptado el sistema heliocéntrico en contra de la evidencia de los sentidos. Para los criterios de la época, su razonamiento no sólo se oponía a la Iglesia tradicional, sino que también dejaba mucho que desear desde un punto de vista lógico. Yo diría que Galileo estaba infringiendo las reglas admitidas de la ciencia, pero que al hacerlo creó unas nuevas reglas, que han sido aceptadas desde entonces.

El desenlace del caso Galileo, en el que la Iglesia ganó la batalla pero perdió la guerra, tuvo consecuencias históricas importantes, entre las que cabe destacar el desplazamiento de la actividad científica hacia los países protestantes del norte. Trescientos cincuenta años después, en un momento en que algunos vuelven a proclamar los derechos de la religión a hacer ciertas afirmaciones cosmológicas, el caso Galileo tiene todavía mucho que decir acerca de la práctica de la ciencia y de su filosofía. Estaba en juego tanto la verdad de la naturaleza como la naturaleza de la verdad.

Para comprender el caso Galileo es necesario recordar a grandes rasgos cómo se introdujo la cosmología copernicana algunos decenios antes. Cuando por fin se publicó en 1543 la obra magna dé Copérnico. De revolutionibus orbium coelestium (Sobre las revoluciones de los orbes celestes), no se podía aducir en favor de su sistema ni una sola prueba observacional inequívoca. El logro de Copérnico había sido fruto de la mente. Había reparado en que, reordenando las órbitas de los planetas de forma que el Sol estuviera próximo a su centro, aparecía una sorprendente regularidad. El planeta más rápido, Mercurio, tenía la órbita más cercana al Sol; el planeta más lento, Saturno, la más alejada; y también se ordenaban según sus períodos los planetas entre ambos. El esquema ofrecía una explicación natural de algunas observaciones que no la tenían en las teorías anteriores, como, por ejemplo, la geometría del arco retrógrado de cada planeta (el segmento de la órbita en el que parece que el planeta invierte el sentido de su marcha). Sin embargo, este poder explicativo tenía unos costes muy altos: lanzaba a la Tierra a un vuelo vertiginoso alrededor del Sol, teniendo que arrastrar de alguna manera a la Luna en ese giro. Todo este modelo era ridículo en el marco heredado y admitido de la física aristotélica. "Todo se ha venido abajo, ya no hay coherencia", se lamentaba algo más tarde John Donne. Y la coherencia es la niña mimada de la ciencia y la piedra de toque que permite rechazar las teorías poco firmes.

Con el fin de dar a conocer el punto de vista de la comunidad de astrónomos unos cincuenta años después de la publicación del De revolutionibus, me propongo describir un imaginario congreso de la Unión Astronómica Internacional celebrado en 1592. El vicepresidente, C. Clavio, de Roma, se ha levantado para alabar la exposición del presidente, Tycho Brahe, de Dinamarca. Tycho acababa de introducir otro sistema cosmológico intermedio: los planetas giran entorno al Sol, pero éste y los planetas que le acompañan giran alrededor de una Tierra inmóvil. Clavio hace ver que el sistema de Tycho conserva admirablemente las relaciones que había descubierto Copérnico en la disposición armoniosa de los planetas y ofrece una explicación tan natural de los movimientos retrógrados como la que ofrecía la hipótesis copernicana. Como había dicho el propio Tycho la disposición de Copérnico no contravenía en lo más mínimo los principios de la matemática, pero dotaba a la Tierra (este cuerpo perezoso, tardo y no apto para moverse) de un movimiento tan veloz como el de los planetas etéreos. El sistema de Tycho salva con brillantez la física tradicional, al mantener a la Tierra en reposo, y no entra en contradicción con textos bíblicos, como el salmo 104: "¡Dios mío, qué grande eres!.. Tú asentaste la Tierra, inconmovible para siempre jamás".

DISPUTA COSMOLÓGICA representada en el frontispicio dei Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo de Galileo, impreso en la ciudad de Florencia en el año de 1632. Los tres personajes son: Aristóteles (izquierda), Ptolomeo (centro), que porta un modelo de esferas geocéntricas, y Copérnico (derecha), que lleva un emblema de su propia teoría heliocéntrica. En conversaciones con el Papa Urbano VIII, Galileo se había comprometido a escribir una exposición neutral del sistema ptolomeico y del copernicano, pero el Diálogo distaba mucho de ser imparcial. La defensa sostenida por Galileo de la cosmología heliocéntrica terminó en un proceso de la Sagrada Congregación de la Inquisición. El estandarte lleva la dedicatoria del Diálogo a Fernando II de Medica, Gran Duque de Toscana. El término "Linceo" identifica a Galileo como miembro de la Academia de los Linceos, sociedad científica formada en 1603.

Un sondeo informal entre los delegados revela una cierta división de opiniones: aproximadamente la mitad aceptan la opinión de Tycho, pero los demás sostienen que la elección de sistemas es irrelevante, ya que todos esos modelos geométricos no son sino hipotéticos. Algunos de los que adoptan esta última postura citan el prefacio anónimo (atribuido a Andreas Osiander) al libro de Copérnico: "que nadie espere nada cierto de la astronomía... no sea que... salga de este estudio más ignorante de lo que entró". Menos del diez por ciento apoyaban al astrónomo siciliano Francesco Maurolico que decía que Copérnico merecía unos azotes. La inmensa mayoría prefería las tablas de Copérnico para calcular las posiciones de los planetas, pero ello no suponía comprometerse con la cosmología heliocéntrica, dado que las tablas se habían compuesto con independencia de cualquier ordenación determinada de los planetas.

Aunque al jesuita Clavio y al luterano Tycho les une una gran amistad, las tensiones internacionales son patentes. Michael Maestlin, de Tübingen, proclama a los cuatro vientos sus críticas al nuevo calendario de Clavio. Maestlin está también picado porque su estudiante Johannes Kepler, que ha podido asistir gracias a una ayuda para jóvenes astrónomos, no comparte su opinión de que el calendario gregoriano es obra del diablo. Por lo que se refiere a Galileo Galilei, un profesor interino de matemáticas en Pisa de 27 años de edad, ningún miembro del congreso ha oído hablar de él.

Casi unos cuatrocientos años después, millones de personas, que .no saben quiénes fueron Tycho, Clavio, Maestlin o Kepler, conocen el nombre de Galileo. La prominencia de Galileo se debe a sus importantes contribuciones a la física y a la astronomía, pero su fama se vio, sin duda, incrementada por el proceso de la Inquisición. En atinada expresión del físico del siglo diecinueve David Brewster, Galileo se convirtió en un "mártir de la ciencia". Hoy, casi trescientos cincuenta años después de su proceso y abjuración, el mismo Vaticano se ha propuesto volver a abrir el caso.

A veces se presenta la condena de Galileo como si hubiera sido un proceso por herejía. Hablando estrictamente, el sistema copernicano nunca fue condenado oficialmente como herético, ni tampoco Galileo fue condenado por herejía. El, juez que se ocupó del caso acusó a éste de "vehemente sospecha de herejía". Tuvo también en cuenta que eran muchos los teólogos que opinaban que se debía considerar herético el sistema copernicano, pero ésta no llegó a ser nunca la posición oficial de la Iglesia. Para comprender estas posturas es necesario examinar tanto las circunstancias históricas del proceso como lo que filosóficamente estaba en juego.

Al final del siglo dieciséis no había todavía ninguna razón que impusiera la teoría copernicana como una imagen física del universo. Todos los astrónomos conocían bien la teoría en sus rasgos esenciales, pero muy pocos pensaban que describiera el mundo real. Era opinión ampliamente compartida que la verdad no se encontraba en la astronomía sino en la Biblia. El Libro de la Escritura, dictado a la letra por Dios, gozaba de una situación privilegiada. El propio Galileo aceptaba esta doctrina sin titubear. Sin embargo, no por eso sostenía necesariamente que 'el itinerario intelectual hacia la verdad pasara sólo por la parcela de los teólogos. Argüía que el Libro de la Escritura podía ser ambiguo, mientras que el Libro divino de la Naturaleza podía ser probado y contrastado. Concedía que la Biblia tenía su lugar, pero creía también que la Biblia enseñaba cómo ir al cielo, pero no cómo va el cielo.

¿Cómo va de hecho el cielo y qué revela el Libro de la Naturaleza acerca de su movimiento? Una respuesta desenfadada podría ser: observemos con el telescopio. El telescopio produjo en Galileo un impacto psicológico enorme. Durante años había sido, a lo sumo, un copernicano tímido o incluso hasta indiferente, y a sus estudiantes de Pisa (o más tarde, de Padua) les había enseñado los argumentos habituales en favor de una Tierra inmóvil y centro del universo. Mas en el otoño de 1609, provisto de un tubo óptico que él mismo había construido (un perspicillum, como él lo llamaba), lo enfocó al cielo y quedó asombrado de lo que vio. A los pocos meses estaba en prensa un libro suyo en el que daba cuenta de sus observaciones: Sidereus nuncius (El mensajero sideral). Hablaba de montañas en la Luna y mencionaba estrellas y satélites hasta entonces desconocidos. La Luna era semejante a la Tierra y no el globo etéreo de puro cristal que habían imaginado sus predecesores. La Vía Láctea parecía ser un conglomerado de innumerables estrellas. Y lo más sorprendente de todo: cuatro astros acompañaban a Júpiter en su desplazamiento. Galileo los llamó astutamente los Planetas Medíceos con la esperanza de obtener un puesto en la corte del Gran Duque Cósimo II de Medici.

Las observaciones de Galileo con el telescopio puede que excitaran su complacencia, pero la exposición que ofrece en el Sidereus nuncius no presenta ninguna prueba inequívoca de que hubiera adoptado el sistema copernicano. Sin embargo, apenas el libro había salido de prensas, cuando descubrió algo extraordinario que de un golpe falseaba el sistema ptolomeico: las fases de Venus.

Cuando Galileo había estado haciendo sus sorprendentes descubrimientos a finales de 1609 y comienzos de 1610, Venus estaba demasiado próxima al Sol para poderla observar. Avanzado el verano, un antiguo alumno suyo, Benedetto Castelli, le hizo notar a Galileo que en el sistema copernicano Venus debería mostrar toda la serie completa de fases: desde un disco oscuro, pasando por el cuarto creciente y la forma convexa, hasta la forma llena, totalmente iluminada. En el sistema ptolomeico, por el contrario, el epiciclo de Venus está encerrado entre la Tierra y el Sol y, por tanto, Venus sólo muestra fases crecientes; no pasa nunca por detrás del Sol y no se nos puede mostrar plenamente iluminada.

Hasta octubre no dirigió Galileo su perspicillum hacia Venus, que en ese momento estaba en su fase convexa. A primeros de diciembre, cuando el planeta había disminuido hasta una diminuta media luna, adelantaba su descubrimiento en un anagrama: "Haec immatura a me iam frustra leguntur o.y." ("Por el momento estas materias son excesivamente recientes para poderlas interpretar". Las letras "o.y" forman parte de la frase primigenia, pero no encajan en el anagrama.) Sin duda eligió esta forma velada de darlo a conocer para tener tiempo de estar seguro de' su descubrimiento; Venus podría hallarse siempre detrás del Sol, en cuyo caso volvería a otra fase convexa. Con esta estratagema Galileo salvaguardaba también la prioridad del descubrimiento; puesto que había sido Castelli el primero en mencionar esta posibilidad, otros podían haber estado muy cerca de hacer el mismo descubrimiento.

Galileo fue subiendo puestos en la escala social envuelto siempre en polémicas. Sus descubrimientos le habían granjeado un nuevo empleo de matemático en la corte de los Medici, y le habían llevado a la fama que tanto ansiaba. La fama, a su vez, implicaba un cierto poder, el poder quizá de persuadir a toda la jerarquía católica para que adoptara el sistema copernicano. Al menos Galileo estaba lo suficientemente pagado de sí como para esperar que les persuadiría.

En su precipitación por dejar asentada su prioridad, Galileo fue a veces más agresivo de lo que la prudencia parecía recomendar. Se enzarzó en una disputa con el jesuita C. Scheiner sobre cuál de los dos había sido el primero en descubrir las manchas solares. Además, Scheiner prefería creer que el Sol era impoluto y que las manchas eran nubes que se interponían. Galileo probó lo contrario, exhibiendo cierta mordacidad contra Scheiner. Giorgio de Santillana insinúa en su libro, El crimen de Galileo, que Scheiner no le perdonó nunca y que, años más tarde, encabezó la venganza de los jesuitas. Cierto que Scheiner estaba en Roma cuando tuvo lugar el proceso de Galileo, pero no hay ninguna prueba de que tuviera algo que ver con tales maquinaciones.

Por Año Nuevo de 1611, precisamente cuando Venus había redondeado su elongación occidental, empezó a aparecer la fase creciente y Galileo descifró su anagrama a Kepler: "Cynthiae figuras aemulatur mater amorum" ("La madre del amor imita las figuras de Cintia"), o, en otras palabras, Venus tiene las mismas fases que la Luna. Cuando Galileo comprendió que las fases observadas de Venus eran incompatibles con el sistema ptolomeico, no pudo dejar de advertir que, de hecho, el Libro de la Naturaleza estaba diciendo algo sobre cómo va el cielo. Descartado el sistema ptolomeico, Galileo dio su apoyo al sistema copernicano, prescindiendo del apaño de Tycho.

Durante un almuerzo con Cósimo de Medici y su viuda madre, la Gran Duquesa Cristina de Lorena, se entabló una discusión sobre la realidad de los satélites de Júpiter. Galileo no estaba presente, pero sí Castelli. Castelli, que por influencia de Galileo acababa de ser nombrado profesor de matemáticas en Pisa, se enzarzó en una animada discusión con Cristina sobre si hay conflicto entre la Biblia y la teoría heliocéntrica. Resultado directo del debate fue el reto que se le hizo a Galileo para que defendiera su punto de vista de que el Libro de las Escrituras no pone ninguna objeción insuperable al sistema copernicano. Galileo redactó un análisis convincente que incluía el brillante epigrama sobre que la Biblia enseña cómo ir al cielo, pero no cómo van los cielos. (En realidad, Galileo había tomado el dicho del cardenal César Baronio, bibliotecario del Vaticano.)

ALGUNOS PASAJES CENSURADOS del De revolutionibus orbium coelestium de Copérnico. Las modificaciones los hacen meramente hipotéticos con lo que la Iglesia podía admitir la cosmología heliocéntrica. Estas correcciones son del ejemplar de Galileo y las había hecho él mismo. Siguiendo las instrucciones de la Sagrada Congregación del Indice, Galileo tachó la última frase del capítulo 10, que decía: "Tan grande es, sin duda, la obra divina del todopoderoso". Cambió también el título del capítulo siguiente, que pasó de "Sobre la explicación del triple movimiento de la Tierra" a "Sobre la hipótesis del triple movimiento de la Tierra y su explicación". La decisión de sólo censurar el De revolutionibus y no condenarlo se tomó en 1616, en parte por la presión del cardenal Maffeo Barberini, que subiría más tarde al trono pontificio con el nombre de Urbano VIII. Ese mismo año se le avisó a Galileo que no se expresara con demasiada vehemencia en favor del sistema copernicano, si bien oficialmente no se le prohibió enseñarlo.

Pero una cosa era hacer ver que la ordenación heliocéntrica es compatible con el Libro de la Escritura y otra muy distinta probar que el Libro de la Naturaleza habla inequívocamente en favor de Copérnico. Para comprender esta parte de la controversia es necesario recordar las dos formas de la lógica aristotélica: inducción y deducción.

La inducción es el proceso por el que el pensamiento llega a conclusiones generales a partir de casos particulares; creo que es el proceso básico de aprendizaje. Fijémonos, por ejemplo, en la reproducción de las aves: las gallinas ponen huevos, los petirrojos ponen huevos, las avestruces ponen huevos, etc. etc., y, por tanto, generalizamosafirmando que todas las aves son ovíparas, todas ponen huevos. Sin embargo, no hemos probado la conclusión, pues cabe la posibilidad de que se dé un contraejemplo. Por este motivo el razonamiento inductivo no puede conducir a una verdad indudable; algo que sabían todos los filósofos escolásticos coetáneos de Galileo.

LA DISTRIBUCION PROBABLE de los ejemplares censurados debía De revolutionibus orbium coelestium de Nicolás Copérnico en 1620 hace pensar que la eficacia debía decreto de 1616 se limitó fundamentalmente a Italia; es evidente que el decreto no se urgió ni siquiera en otros países católicos, como por ejemplo España. Los círculos en rojo representan ejemplares censurados y los círculos negros los no censurados. El número indica la cantidad de ejemplar que había en un mismo lugar. Se ha elaborado el mapa siguiendo la historia de unos 500 ejemplares de las dos primeras ediciones. Probablemente había otros 500 ejemplares con una distribución semejante a la de los aproximadamente 380 libros cuyas localizaciones se dan en el mapa aquí ilustrado

La deducción es diferente. Dadas unas premisas verdaderas, la conclusión alcanzada por una deducción válida ha de ser necesariamente verdadera. Sea el silogismo:

A. Si llueve, las calles están mojadas. B. Llueve.

C. Por tanto, las calles están mojadas.

Fijémonos ahora en este otro, en el que se han intercambiado B y C:

A. Si llueve, las calles están mojadas. B.

Las calles están mojadas. 

C. Por tanto, llueve.

Quien tenga unos rudimentos de lógica sabe que este segundo esquema de razonamiento es una manifiesta falacia. Pues las calles podrían estar mojadas por otras razones: por haberse fundido la nieve; porque la sección municipal de limpieza de calles cumple mejor su cometido; o porque un regimiento de caballería ha pasado por el lugar.

¿Cómo se aplica este análisis a la defensa que del copernicanismo hizo Galileo? Consideremos este silogismo:

A. Si el sistema planetario es heliocéntrico, Venus muestra fases.

B. El sistema planetario es heliocéntrico.

C. Por consiguiente, Venus muestra fases.

Esquema deductivo válido; pero no era ésta la forma que tenía la argumentación de Galileo. Este intercambió la segunda premisa y la conclusión:

A. Si el sistema planetario es heliocéntrico, Venus muestra fases.

B. Venus muestra fases.

C. Por consiguiente, el sistema planetario es heliocéntrico.

Es evidente que Galileo había cometido un fallo garrafal de lógica elemental, que el propio Kepler le echó en cara. Podía haber otras muchas explicaciones de las fases observadas de Venus; por poner un caso, el sistema de Tycho también las predecía.

Cuando la "Carta de Galileo a Cristina" circuló y se difundió por Roma en 1616 provocó esta respuesta del cardenal Roberto Bellarmino, cabeza de los teólogos católicos del momento, quien escribía a otro copernicano, el padre Paolo Antonio Foscarini, lo siguiente:

"Con sumo gusto he leído la carta en italiano y el ensayo en latín que Vuestra Reverencia me ha enviado, por lo que le estoy muy agradecido; y confieso que ambos escritos están llenos de ingenio y de enseñanzas. Mas, puesto que me pide mi opinión, se la expondré en pocas palabras, dado que Vd. dispone ahora de poco tiempo para leer y yo poco para escribir.

"Primero. Digo que V.ª R.ª y el señor Galileo obran prudentemente al contentarse con hablar hipotéticamente [ex suppositione] y no absolutamente, como siempre he creído que había hablado Copérnico. Pues decir que, supuesto que la Tierra se mueve y que el Sol está quieto, se salvan mejor todas las apariencias que con las excéntricas y los epiciclos es expresarse correctísimamente, y no encierra ningún peligro; y al matemático le basta. Pero querer afirmar que el Sol está realmente inmóvil en el centro del mundo... y que la Tierra se halla en la tercera esfera y gira muy rápidamente alrededor del Sol encierra un gran riesgo no sólo de irritar a todos los filósofos y teólogos escolásticos, sino también de dañar nuestra sagrada fe al hacer falsas a las Sagradas Escrituras. V.° R.° ha hecho ver que hay muchas formas de exponer la Biblia, pero no las ha aplicado en particular, y, sin duda, habría encontrado enormes dificultades si hubiera intentado explicar todos los pasajes que ha citado....

"Tercero. Digo que si hubiera una verdadera demostración de que el Sol está en el centro del mundo y la Tierra en la tercera esfera y de que no es el Sol el que gira alrededor de la Tierra sino ésta entorno al Sol, entonces sería necesario andar con mucho tiento al explicar aquellos pasajes de la Escritura que parecen contrarios, y decir más bien que no lo entendemos que decir que algo es falso. Pero no creeré que se dé tal demostración hasta que no se me presente. Y no es lo mismo demostrar que, supuesto que el Sol está quieto en el centro y la Tierra en el cielo, se salvan las apariencias que demostrar que en verdad el Sol está inmóvil en el centro y la Tierra en el cielo. Creo que puede que se dé la primera demostración, pero tengo muy serias dudas sobre la existencia de la segunda. ..."

Galileo sabía que no podía establecer lógicamente, por deducción, el sistema copernicano, pero la situación no era tan sencilla. El sistema copernicano no sólo predecía las fases de Venus, sino que era un modelo que explicaba también otras muchas cosas. Si la Tierra era un planeta, los otros planetas podrían ser semejantes a la Tierra, y de hecho la Luna parecía serlo cuando la miraba con su telescopio. El sistema copernicano ordenaba los planetas según sus períodos; e igualmente, cuando el telescopio reveló los satélites de Júpiter, se vio también que se ordenaban según sus períodos, como si fuera un sistema solar en miniatura.

La forma de razonar de Galileo era semejante a la inducción, sólo que más refinada. Era un inicio de lo que ahora llamamos método hipotético-deductivo: la contrastación de un modelo hipotético que, a medida que va superando con éxito cada prueba, adquiere una verosimilitud más convincente. En nuestros días no es la palabra "verdad", sino la palabra "modelo" la que engalana las páginas de las revistas científicas.

Por lo que a los teólogos se refería, el punto en litigio no era, en realidad, el sistema copernicano. No me cansaré de repetirlo, porque es un punto que nunca se recalca lo suficiente. El campo de batalla era el método mismo, el camino que lleva al conocimiento seguro del mundo, la cuestión de si el Libro de la Naturaleza podía rivalizar de alguna manera con el Libro inherente de la Escritura como avenida hacia la verdad. En opinión del cardenal Bellarmino y de otros teólogos católicos, el proceder de Galileo era esencialmente inductivo y, por consiguiente, no excluía la posibilidad de error. Esos argumentos contingentes eran insuficientes para forzar una reinterpretación de la Escritura que podría erosionar la inerrancia de la Biblia.

Para estar completamente seguros de que se evitaba la confusión en las mentes populares (en especial porque los problemas de la interpretación de las Escrituras eran centrales en la confrontación con los protestantes), a las autoridades eclesiásticas les pareció prudente condenar la teoría copernicana. El primer paso fue conocer la opinión de los teólogos sobre estas dos proposiciones distintas: 1) la inmovilidad del Sol, 2) la movilidad de la Tierra. El informe, que esencialmente era un documento interno, decía que la proposición sobre la inmovilidad del Sol era disparatada y formalmente herética porque contravenía el sentido literal de la Escritura, pero que la proposición sobre la movilidad de la Tierra era simplemente errónea. El problema, pues, era qué se hacía con el informe. Se pensó en dos acciones coordinadas: contener y controlar a Galileo, e incluir al De revolutionibus en el Indice de libros prohibidos.

Mas esta última medida implicaba algunos inconvenientes prácticos. Se consideraba al libro de Copérnico como una contribución importante a la reforma de la astronomía, de la que dependía el calendario y la determinación precisa de la Pascua. Atendiendo a estas circunstancias, la Sagrada Congregación del Indice decidió no proscribir el libro sino expurgarlo y corregir algunos pasajes.

Algo de estas deliberaciones ha llegado hasta nosotros por los chismes recogidos en el diario de Giovanfrancesco Giovanfrancesco, un secretario diplomático oriundo de la Toscana de Galileo. Buonamici escribía que "el Papa Paulo V era de la opinión de declarar a Copérnico contrario a la fe; pero los cardenales Bonifacio Caetani y Maffeo Barberini se opusieron abiertamente al Papa y lograron parar la medida con las buenas razones que adujeron". Los dos cardenales eran personajes centrales en la controversia cosmológica. Barberini había de desempeñar más tarde un papel más relevante en la vida de Galileo, y a Caetani se debe la sugerencia de censurar el De revolutionibus.

Nos, Roberto Cardenal Bellarmino, habiendo oído que se propala la calumnia de que el señor Galileo Galilei ha abjurado en nuestra presencia y que se le ha impuesto una penitencia saludable, y habiendo sido requerido para manifestar la verdad, declaramos que el susodicho señor Galileo no ha abjurado ni en nuestras manos ni, que nosotros sepamos, en las de ninguna otra persona de Roma o de ningún otro lugar de ninguna opinión o doctrina por él sostenida, ni se le ha impuesto ninguna penitencia saludable; sino que tan sólo se le ha comunicado la declaración hecha por el Santo Padre y promulgada por la Sagrada Congregación del Indice, en la que se da a conocer que la doctrina atribuida a Copérnico que [dice que] la Tierra se mueve alrededor del Sol y que el Sol está inmóvil en el centro del mundo y que no se mueve de oriente a occidente es contraria a las Sagradas Escrituras y, por consiguiente, no se la puede sostener o defender. En fe de lo cual hemos escrito y subscrito la presente de propia mano, el veintiséis de mayo de 1616.

CARTA A GALILEO del cardenal Roberto Bellarmino que precisa qué clase de advertencia se le dio a Galileo en 1616. Arriba el original y en medio la copia de Galileo. Cuando en 1633 la Inquisición insinuó que se le había prohibido escribir sobre la cosmología copernicana, Galileo dio a conocer, primero, su copia y más tarde la carta original. Ambas cartas se encuentran ahora entre los papeles de Galileo en los archivos secretos del Vaticano.

En opinión de Caetani, la teoría copernicana era falsa y opuesta a la Escritura, pero no herética. Esto puede parecer hoy una distinción sutil e irrelevante, pero ciertamente no lo era en el siglo diecisiete. Las instrucciones para la censura rezaban:

"Si algunos pasajes de Copérnico sobre el movimiento de la Tierra no son hipotéticos, conviértaselos en tales; y así no serán opuestos a la verdad ni a la Sagrada Escritura. Al contrario, en cierto sentido estarán de acuerdo con ellas debido a la naturaleza incierta de las suposiciones, que el estudio de la astronomía suele emplear como un derecho peculiar".

Precisamente cuando la Sagrada Congregación del Indice estaba actuando contra el libro de Copérnico, Galileo estaba en Roma tratando por todos los medios de ganar adeptos para el sistema heliocéntrico. Parece que estaba convencido de que él solo podría mover a los dirigentes católicos en pro de su postura. De hecho, tenía en Roma poderosos amigos que simpatizaban con sus ideas, incluso entre los eclesiásticos, pero las fuerzas conservadoras tenían también mucha fuerza, y entre ellas se contaba el Papa Paulo V.

Mientras Galileo estaba en Roma se puso en marcha la otra parte de la respuesta papal al informe de los teólogos. Se debía convocar a Galileo ante el cardenal Bellarmino y advertirle que no se pronunciara con excesiva vehemencia en favor del sistema copernicano. El Papa le comunicó a Bellarmino que si Galileo se mostraba obstinado, se le ordenara guardar silencio. Para estar seguros de que se cumplían los deseos del Papa, la entrevista tuvo lugar en presencia de dos frailes dominicos, es decir, de dos miembros de la orden que tenía a su cargo la administración de la Inquisición.

Galileo colaboró aceptando los consejos de Bellarmino. Sin embargo, después de la entrevista empezaron a circular por Roma rumores de que se le había prohibido oficialmente a Galileo enseñar la teoría copernicana. Evidentemente los rumores incomodaron a Galileo, quien solicitó y obtuvo un escrito de Bellarmino en el que éste aseguraba que tal prohibición no había existido. En la carta se decía entre otras cosas:

"Nos, Roberto cardenal Bellarmino, habiendo oído que se propala la calumnia de que el señor Galileo Galilei ha abjurado en nuestra presencia y que se le ha impuesto una sentencia saludable ha sido castigado... declaramos que el señor Galileo no ha abjurado de ninguna opinión o doctrina por él sostenida; ni se le ha impuesto tampoco ninguna penitencia saludable; sino que tan sólo se le ha notificado la declaración hecha por el Santo Padre y promulgada por la Sagrada Congregación del Índice, en la que se da a conocer que la doctrina atribuida a Copérnico... es contraria a las Sagradas Escrituras y, por consiguiente, no se la puede sostener o defender".

En estas condiciones se impuso silencio a Galileo por el momento. Durante siete años se quedó en Florencia y se sujetó al consejo del cardenal Bellarmino. Siguió tan intrigante y vivaz como siempre, pero reservó su minuciosidad agresiva para otras materias, como, por ejemplo, los cometas de 1618. En su libro sobre los cometas (Il Saggiatore, o El Ensayador) evitó tratar del sistema copernicano, pero incluyó tal cantidad de observaciones acerca de la naturaleza de la ciencia que a veces se ha llamado a este libro su manifiesto científico. Dice, por ejemplo en el parágrafo 6:

"La filosofía está escrita en ese grandioso libro, que está continuamente abierto ante nuestros ojos (lo llamo universo). Pero no se puede descifrar si antes no se comprende el lenguaje y se conocen los caracteres en que está escrito. Está escrito en lenguaje matemático, siendo sus caracteres triángulos, círculos y otras figuras geométricas. ...sin las cuales andamos a tientas en un oscuro laberinto".

Aún no se había acabado de imprimir Il Saggiatore cuando llegó una noticia que alegró a todos los católicos liberales. El recién elegido Papa, que tomó el nombre de Urbano VIII, era Maffeo Barberini, uno de los cardenales que habían intervenido para que no se condenara el De revolutionibus. Barberini era amigo de las artes y miembro, al igual que Galileo, de la reducida y selecta Academia de Linceos, una de las primeras sociedades científicas. Los regocijados Linceos aún tuvieron tiempo de cambiar la portada del libro de Galileo y dedicarlo al nuevo Pontífice. Antes del año Galileo estaba ya en Roma y era recibido por el Papa en varias ocasiones. Urbano le aseguró que le habían leído Il Saggiatore, con gran satisfacción por su parte. Galileo insinuó que le gustaría seguir escribiendo, y en particular que tenía la intención de escribir un libro sobre los méritos relativos de los sistemas copernicano y ptolomeico, pero que sus enemigos se lo impedían.

CARACTERÍSTICAS "TERRESTRES" en la superficie de la Luna. Galileo menciona estas y otras observaciones en apoyo de la teoría heliocéntrica. La existencia de montañas, cráteres y otros "defectos" constituía un indicio de que los cuerpos celestes no eran esencialmente distintos de la Tierra. Por tanto, era razonable suponer que la Tierra era un planeta y no una esfera fija de naturaleza enteramente diferente. El dibujo superior lo hizo el propio Galileo después de haberse construido un telescopio astronómico en 1609. En la misma página se lee el comienzo de un horóscopo para Cósimo II de Medici.

Por lo que sabemos de ambos personajes se podría reconstruir el hilo de la conversación. "Absurdo, -pudo haber respondido el Papa- ya antes impedí que se considerara herético el sistema copernicano, y ahora puedo protegerte. Pero recuerda, tu exposición ha de ser neutral: no tienes ninguna prueba física del sistema copernicano".

"Sí que la tengo -contestó Galileo-. Creo que las mareas son la prueba de que la Tierra se mueve y tengo la intención de titular mi libro Sobre el flujo y reflujo del mar. "

"No, -dijo Urbano- no lo titularás así. Ese título atribuiría una importancia excesiva a lo que tú consideras una prueba física, pero Dios podría haber creado un mundo en el que las mareas se debieran a cualquier otra causa y no necesariamente al movimiento de la Tierra." Adviértase que el argumento de Urbano es el mismo que el de Bellarmino: incluso en el caso en que el movimiento de la Tierra produjera mareas, la observación de las mareas no implica necesariamente que la Tierra se mueva. El caso es especialmente irónico, porque el argumento físico de Galileo basado en las mareas era enteramente erróneo. (Las atribuía al cambio diario en la velocidad de la Tierra que resultaba del movimiento compuesto de rotación y revolución.)

Galileo se alborozó al ver que la suprema autoridad derogaba la amordazante orden, y se volvió a Florencia para seguir trabajando en su libro. Adoptó la fórmula popular de un diálogo, como había hecho su padre, un músico notable, que escribió un Diálogo sobre la música antigua y moderna. Los tres interlocutores de Galileo son: Simplicio, un tradicionalista que tiene el mismo nombre que un comentarista de Aristóteles del siglo vi; Salviati, que casi siempre expone las opiniones del propio Galileo; y Sagredo, un hombre de mundo, despierto, que hace preguntas inteligentes y a quien la mayoría de las veces le convence el razonamiento de Salviati.

En la argumentación dispuesta en favor del sistema copernicano se incluyen las fases de Venus, la armonía de la ordenación de los planetas y la existencia de las mareas. Difícilmente se puede considerar neutral a la obra, pero concluye con el argumento del Papa puesto en boca de Simplicio:

"Confieso que su argumento del flujo y reflujo del mar es, con mucho, el más ingenioso de los que he oído hasta la fecha; pero no lo considero verdadero ni concluyente; así, teniendo siempre presente una doctrina muy sólida que recibí de una persona muy docta y eminente... sé que si a vosotros dos os preguntaran si Dios en su infinito poder y sabiduría podría otorgar al elemento del agua el movimiento recíproco de cualquier otra forma... ambos responderíais que sí habría podido y sabido hacerlo de muchos modos, algunos de ellos por encima de las posibilidades de nuestro entendimiento."

FASES DE VENUS, que desempeñaron un papel importante en la conversión de Galileo a la tesis copernicana. Un estudiante, Benedetto Castelli, señaló que en el sistema ptolomeico Venus sólo mostraría fases crecientes, porque estaría siempre entre la Tierra y el Sol; en cambio, en el sistema copernicano Venus mostraría toda la gama de fases. En 1610 Galileo dirigió su telescopio al planeta y pudo observar el paso de una forma convexa a otra creciente. Pensó que era una pruéba en favor del sistema planetario heliocéntrico de Copérnico, pero también había otros que sostenían que tales descubrimientos empíricos no podían proporcionar una demostración rigurosa, ya que se podían pensar otras ordenaciones del sistema planetario que explicaran esas mismas observaciones. El gráfico, que muestra las fases de Mercurio, la Luna y las de Venus, está tomado del tratado del matemático suizo Matthias Hirzgarter, de 1643.

El fragmento parece inofensivo del todo, y, sin embargo, es sorprendentemente inapropiado como argumento final de las cuatro jornadas precedentes de diálogo. A lo largo de toda la obra Galileo ha intentado mostrar que el razonamiento a partir del Libro de la Naturaleza puede, al menos, establecer que una visión del mundo es mucho más plausible que la otra. No cabe duda de que éste ha sido el método de la ciencia desde entonces. Se podría argüir (como hizo Alfred North Whitehead) que, puesto que un creador omnipotente podía haber hecho el mundo como hubiera querido, lo que sobre todo incumbe a los científicos es descubrir cómo eligió hacerlo.

Al publicarse el Diálogo los enemigos de Galileo se sintieron afrentados y se apresuraron a persuadir al Papa de que el libro era descaradamente favorable al sistema copernicano. Convencieron, además, al Papa de que le había presentado como un insensato al poner Galileo su argumento en boca de Simplicio, cuyo nombre evocaba el de "simplón". El Papa, de acuerdo en que Galileo había ido demasiado lejos, dio vía libre a la Inquisición.

Para proceder contra Galileo se presentaban dos tipos de obstáculos: la doctrina de Copérnico nunca había sido declarada oficialmente herética y el Diálogo había obtenido el imprimatur de los censores. No obstante, los inquisidores sacaron de los archivos vaticanos un documento fascinante: un informe de la entrevista de 1616 entre Galileo y Bellarmino. En el informe se decía que se le había hecho un requerimiento oficial, y que el astrónomo había prometido no enseñar ni defender de ninguna forma la doctrina copernicana. El Papa estaba furioso; Galileo no sólo le había hecho aparecer como un insensato, sino también le había engañado en lo tocante al resultado del trámite de 1616.

En febrero de 1633 se llamó a Roma a Galileo y se le indicó que se pusiera inmediatamente en camino a pesar de los rigores de un viaje en invierno para un anciano de casi setenta años. Se le acusó de desobediencia ante un tribunal de diez cardenales. Con todo, la prueba documental era muy irregular: el documento no estaba firmado ni certificado por un notario, tal como lo exigía un requerimiento de esta clase. Bellarmino había muerto y era por tanto difícil poner en claro la naturaleza del documento. De ahí que los inquisidores, sin revelar la fuente de sus acusaciones, trataron de conseguir que Galileo admitiera que se le había hecho un requerimiento, con lo que habría quedado establecida y legalmente probada la legitimidad del documento presentado. Pero Galileo jugó al final su triunfo. Avisado por sus amigos y los espías de éstos, supo que la Inquisición estaba investigando su visita a Roma de 1616 y se trajo consigo una copia de la carta de Bellarmino. Esta jugada insospechada de Galileo desmanteló a la Inquisición, y los cardenales decidieron levantar la sesión y aplazarla.

Fue un duelo de agudeza e ingenio, y Galileo había superado al Papa. El poder secular, sin embargo, seguía estando en manos de la Iglesia, y el Papa no podía tolerar el bochorno de haberle llamado a Roma para nada. El propio Galileo podía entenderlo así, y por ello estaba dispuesto a un cierto compromiso. Se podía arreglar todo el asunto fuera del tribunal: Galileo confesaría que había ido demasiado lejos, se arrepentiría, se le enviaría después a su tierra y se le mandaría evitar en sus escritos los temas cosmológicos.

Se puede imaginar el sobresalto de Galileo el 16 de junio de 1633 al descubrir que no se había respetado el acuerdo y que en el libro de decretos se había insertado esta frase: "se ha de interrogar a Galileo Galilei... respecto a la acusación, si es necesario aplicándole tortura; y si se confirma, tras abjurar de la vehemente [sospecha de herejía] ante toda la Congregación del Santo Oficio, hay que condenarlo a prisión...". Se le conminaba, además, a no seguir tratando, ni de palabra ni por escrito, sobre la movilidad de la Tierra, y se prohibía el Diálogo.

En la página siguiente se recogen los resultados del interrogatorio. Galileo dijo (en italiano): "No sostengo ni he sostenido esta opinión de Copérnico después de que se me indicara que debía abandonarla". Se le vuelve a pedir a continuación que diga la verdad bajo amenaza de tortura. Galileo respondió: "Estoy aquí para someterme, y yo no he mantenido este parecer después que se pronunció la decisión, como ya he manifestado". Por último, hay una anotación que dice que no se puede hacer nada más; y esta vez el documento está firmado de puño y letra de Galileo, como es de rigor.

Galileo fue devuelto a su casa de Arcetri, en las afueras de Florencia, en donde permaneció bajo arresto domiciliario hasta su muerte en 1642. Debido en parte al proceso contra Galileo, el centro de la ciencia creativa se desplazó hacia el norte a los países protestantes, y en concreto a Holanda e Inglaterra.

Estoy un tanto perplejo e intrigado ante las alternativas con que se enfrenta hoy el Vaticano al volver a abrir el caso Galileo*. En primer lugar, no sé qué bien podría reportar el anunciar que no se debería haber declarado herética la teoría de Copérnico, ya que, hablando con precisión, nunca fue declarada herética. En segundo lugar, Galileo fue procesado no tanto por herejía cuanto por desobedecer órdenes, y parece incuestionablemente claro que ignoró el primer decreto del Indice cuando publicó su Diálogo.

En mi opinión, hay espacio abierto a la maniobra si se aceptan los argumentos de Galileo en torno a la relación entre ciencia y Escritura. La verdad de la Biblia, para aquellos que desean afirmarla sin rechazar los descubrimientos de la ciencia, no se debe buscar en una interpretación literal de los seis días de la creación, del Sol parado en la batalla de Gabaón o de la realidad física de la estrella de Belén. Tomo la frase de Galileo como él la tomó del cardenal Baronio: "La Biblia enseña cómo ir al cielo, no cómo van los cielos". Este juicio, me parece a mí, confirmaría lo que desde entonces han aceptado los teólogos tanto católicos como protestantes. Tendría también algo que decir en la controversia que actualmente se desarrolla en Norteamérica a propósito de cómo deben enseñarse en las escuelas las doctrinas de la evolución darwiniana y la así llamada ciencia de la creación.

Cuando los creacionistas de California intentaban que en los libros de texto de biología se presentara la evolución como una mera hipótesis, tenía la sensación de algo que me era familiar. Esa fue la táctica que la Inquisición siguió con el libro de Copérnico: era admisible si se lo presentaba como hipotético. Creo que los creacionistas van a tener tanto éxito como en su día tuvo la Sagrada Congregación del Indice. Galileo creía, por supuesto, que se podía defender el sistema copernicano como una realidad física y no simplemente como una ordenación geométrica hipotética. Es una ironía de la historia que los propios métodos galileanos de argumentación científica sirvieran como instrumentos para hacer ver que lo que en ciencia se tiene por verdadero es tan sólo lo razonable o lo probable; la verdad no puede ser nunca definitiva ni absoluta. Lo que hace a la ciencia tan fascinante es el esfuerzo por irse acercando cada vez más al objetivo inalcanzable del conocimiento perfecto.

El poeta Robinson Jeffers pensaba en esto cuando escribía: "Los matemáticos y físicos tienen su mitología: trabajan al lado de la verdad, sin llegar a alcanzarla nunca; sus ecuaciones son falsas, pero las cosas funcionan". Los matemáticos y físicos no pueden pretender que sus enunciados son verdaderos, pero han desechado toda una serie de cosas que no dan el resultado apetecido, y están elaborando una imagen del universo maravillosamente coherente. El sistema copernicano es, sin duda, parte de esta coherencia. Un universo que lleva miles de millones de años evolucionando forma parte también de esta coherencia. Galileo hizo un notable esfuerzo por comunicar a su público esta imagen de belleza y coherencia racional. En nuestros días, los científicos le honrarían si ayudaran a sus respectivos públicos a entender mejor no sólo la majestad y belleza de la moderna imagen científica del universo, sino también el proceso de formar hipótesis y contrastarlas por el que se la alcanza.

16 de junio de 1633

El mencionado Galileo Galilei por los motivos antes mencionados etc. el Sto. Padre ha decretado que ha de ser interrogado sobre la acusación, amenazándole incluso con la tortura; y, si la mantiene, previa una abjuración de la vehemente [sospecha de herejía] ante toda la Congregación del Santo Oficio, ha de ser condenado a prisión según el arbitrio de la Sgda. Congregación, mandándosele, además, que en adelante no se ocupe en modo alguno, ni de palabra ni por escrito, de la movilidad de la Tierra ni de la estabilidad del Sol; o de lo contrario reincidiría en la pena. Y se prohibirá el libro escrito por él, que lleva por-título Diálogo de Galileo Galilei Linceo. Además, a fin de que todas estas cosas lleguen a conocimiento de todos, mandó que se envíen copias de la sentencia, que se dará más adelante, a todos los Nuncios Apostólicos y a todos los Inquisidores de la depravación herética, y sobre todo al Inquisidor de Florencia, quien leerá en público dicha sentencia a toda su Congregación, habiendo convocado también al máximo número posible de aquellos que enseñan matemáticas.

LIBRO DE DECRETOS de la Sagrada Congregación de la Inquisición que recoge la condena de Galileo en 1633. La causa contra Galileo se vio interrumpida al presentar éste la carta que en 1616 le dirigió el cardenal Bellarmino. Se llegó después a un acuerdo: Galileo se arrepentiría y prometería no volver a escribir de cosmología. Sin embargo, no se respetó el acuerdo, y se vio forzado a sufrir el humillante ritual de la abjuración, seguida de un arresto domiciliario, la proscripción del Diálogo y una prohibición expresa de volver a escribir en adelante sobre el sistema copernicano. (Archivos Secretos del Vaticano.)

ABJURACIÓN DE GALILEO tal como aparece en el libro de decretos a continuación de la condena. Luego se retiro a su casa de Arcetri, en las afueras de Florencia, donde encontró la muerte en 1642.

"No sostengo ni he sostenido esta opinión de Copérnico después que se me indicara que debía abandonarla; por lo demás, estoy aquí en vuestras manos, haced conmigo lo que os plazca."

Requerido una vez más a decir la verdad, pues de lo contrario se recurriría a la tortura:

"Estoy aquí para someterme, y no he sostenido esta opinión después que se pronunció la decisión, como he dicho antes."

Y puesto que no se podía hacer nada más en ejecución del decreto, obtenida su firma, se le envió a su lugar.

"Yo, Galileo Galilei, he testificado como consta más arriba".


*NOTA: Como es obvio, este artículo fue escrito varios años antes de que el Vaticano cerrara el caso  Galileo

No hay comentarios:

Publicar un comentario