lunes, 20 de octubre de 2008

La asombrosa inteligencia de una neurona

 

La inteligencia que puede llegar a tener una única neurona ha estado infravalorada hasta ahora, cuando tres estudios coinciden en que una única célula cerebral es capaz de reconocer el sentido del tacto sin ayuda alguna o de activar la función de toma de decisiones o de aprendizaje.

Según publicó la revista científica británica "Nature", una a una, las neuronas contribuyen mucho más a nuestro comportamiento, capacidad de decisión y cálculo de lo imaginado nunca.

Uno de los principales problemas que afronta el cerebro de los mamíferos es de abastecimiento: no contamos con suficientes células nerviosas como para contar con una responsable para cada percepción, comportamiento o memoria.

Para incrementar su potencial de almacenamiento, el cerebro actúa de manera semejante a una orquesta sinfónica interactuando varias áreas entre sí, al tiempo que se sirve de las sinapsis -transmisión de señales entre neuronas- para formar una red de circuitos neuronales.

Los tres informes publicados ahora, sin embargo, reclaman el papel que cada neurona es capaz de jugar de forma individual.

Dirigido por la estadounidense Karel Svodoba, del Instituto Médico Howard Hughes de Virginia, el primero de los estudios se elaboró a partir de un nuevo método para estimular con luz las neuronas situadas en la zona del cerebro del ratón encargada de controlar el tacto de los bigotes.

El equipo de científicos demostró que una breve ráfaga de actividad en menos de un centenar de neuronas es todo lo que el cerebro necesita para activar la función de toma de decisiones o de aprendizaje.

El segundo estudio se propuso determinar la influencia de una única célula en la capacidad de las ratas de procesar el sentido del tacto.

Liderados por Michael Brent y Arthur R. Houweling, de la Universidad Humboldt, en Berlín, los investigadores recurrieron a la estimulación eléctrica de una neurona de la corteza cerebral para descubrir que un ligero aumento de su actividad ya incide directamente en el desarrollo de la sensibilidad al tacto del animal.

De nuevo Svodoba y esta vez junto al también norteamericano Christopher D. Harvey, abordaron en un tercer estudio la función de las conexiones individuales, o sinapsis, entre neuronas, que permiten a las células nerviosas comunicarse con otras a través de los axones y dendritas.

A medida que crecemos y el cerebro se desarrolla, el número de sinapsis se incrementa o reduce en función de la actividad o ejercicio mental que se realice.

Experimentos anteriores revelaron que la estimulación de una única sinapsis era capaz de modificar su solidez y fuerza, pero los modelos realizados con ordenador observaron que, en estos casos, se producen interferencias entre una sinapsis y sus vecinas.

Los científicos confirman en este tercer estudio que las sinapsis cercanas a las conexiones que han sido reforzadas también terminan siendo más fáciles de potenciar.

De este forma, sus descubrimientos aluden a la existencia de un tipo de sistema de clasificación neuronal donde las interacciones locales entre sinapsis vecinas pueden llegar a permitir la agrupación de modelos de almacenamiento de memoria.

Cuando el príncipe Hamlet sostiene la calavera del bufón Yorick, en el acto V de la tragedia shakesperiana, recuerda con nostalgia su gracia, sus chanzas y sus piruetas, pero no menciona al cerebro que se alojaba en su interior, ahora convertido en podredumbre que le revuelve el estómago por su hedor insoportable. Ni Shakespeare, con su portentosa fantasía, podía imaginar que esa masa informe cerebral que daba vida al bufón era una tupida red de neuronas, cuyos secretos la ciencia no lograría descubrir hasta pasados cuatro siglos.

Hoy sabemos, gracias a la rápida evolución de las neurociencias, que el cerebro humano es el objeto más complejo del universo, compuesto por diez mil millones de neuronas o células nerviosas. Supongo que nadie las ha podido contar una a una, pero yo me fío de los cálculos difundidos por los neurólogos, quienes me aseguran, además, que cada una de ellas puede tener, a través de sus prolongaciones (axones y dendritas) miles de conexiones sinápticas instantáneas con otras neuronas (traslado de información de unas a otras en las sinapsis o puntos de encuentro). Lo cual quiere decir que en mi cerebro, en teoría, se cuentan por billones las conexiones, enlaces o sinapsis, las cuales ocasionan unos impulsos eléctricos que viajan por el cerebro a una rapidez de 320 Km. por hora, configurando mi personalidad. Los números marean y parece increíble que tal actividad se produzca dentro de mi cabeza sin yo darme cuenta. Pero el doctor Riley es taxativo: “Es mayor el número de formas posibles de conectar las neuronas en el cerebro que el de átomos del universo”. (Otros, más prudentes, las comparan con las estrellas de la Vía Láctea). Para el Nobel de Medicina (1972) Gerald Edelman, “contar el número de neuronas y sus conexiones nos llevaría unos 32 millones de años”. En todo caso, el cerebro es el gran “disco duro” humano, metáfora informática que nos ayuda a entender algo mejor su estructura y funciones, y al que José Antonio Jáuregui define como “el ordenador emocional del hombre”.

Esas conexiones conforman una red neuronal que sirve para controlar las funciones físicas y químicas del individuo, cuyas reacciones se producen a causa de los neurotransmisores, hormonas que son mensajeros químicos, con estimulación eléctrica. Las neuronas que, por cualquier causa, no se conexionan, mueren por falta de actividad (sin conexión no hay vida). En cambio, nuevas experiencias pueden activar las células creando nuevos axones, sobre todo en el período de la pubertad y juventud, y cuantas más veces se repita una conexión, más fuerte será la ruta (o autopista) informativa. La pedagogía actúa, sin saberlo, de acuerdo con esta máxima: repite y repite hasta que quede “grabada” la información. Podemos aumentar nuestras capacidades, porque “tenemos pruebas”, dice Riley, de que el desarrollo es un proceso continuo, gracias a la sucesión de imágenes que nos van proporcionando los sentidos. Esta actividad se da en todos los cerebros de mamíferos, pero lo que nos hace humanos es la corteza cerebral, cada día mejor estudiada. Es, en definitiva, el triunfo de la química, porque como dice el profesor Karl Vogt, “el cerebro humano segrega pensamientos como el estómago jugo gástrico, el hígado bilis y el riñón orina”

Ya estudié las partes y funciones del cerebro, pero era muy joven para comprender toda su complejidad. En esa trama y urdimbre de la red neuronal, la masa total no es uniforme, ni todas sus partes tienen la misma función. Me bastará con una consulta a una base de datos o al Atlas del sistema nervioso, para recordar nombres y funciones, pero no es suficiente ese conocimiento. Lo fundamental es que, por ejemplo, mi respiración depende del bulbo raquídeo, y mi equilibrio del cerebelo; que la pequeña amígdala genera las emociones; que el hipotálamo regula mis deseos de hambre y sed; que no podría soñar sin el mesencéfalo en buenas condiciones; que mis sentimientos de amor, odio, envidia, tristeza o alegría son productos elaborados en mi sistema límbico. Así, como enseñan los neurobiólogos, no se necesita ningún “espíritu” invisible que los ponga en marcha. De sorpresa en sorpresa, de asombro en asombro, voy constatando que los experimentos científicos lo reducen todo a impulsos eléctricos, originados por las combinaciones químicas de las hormonas. Descartes pensaba que el alma humana residía en la glándula pineal, escondida en lo más profundo del cerebro. Pero ya sabemos que esta glándula es sólo la productora de una hormona, que bautizaron como “melatonina”, con la singularidad de que esa fabricación sólo se produce por la noche, huyendo de la luz. Esta melatonina pone en marcha el reloj biológico de los animales, es decir, que rige el ritmo vital de todos los vertebrados. Esto explica mis “depresiones de invierno” y la euforia primaveral, ya que la luz frena la producción de ese componente químico. ¿No es maravilloso? Ya sé por qué “la primavera la sangre altera”: porque hay menos melatonina en mi sangre.

No obstante, aún no he llegado a comprender por qué pienso, razono y puedo ser creativo. Una cosa son los sentimientos, las emociones y las reacciones involuntarias de mi personalidad, pero ¿qué me hace diferente a los demás mamíferos? ¿qué hace diferentes a hembras y varones? Leo en algún libro que los cerebros de hombres y mujeres presentan algunas diferencias, y por tanto sus funciones también difieren. Por ejemplo, los dos hemisferios femeninos del cerebro “charlan” continuamente entre sí, lo que les produce un flujo de dopamina, la productora del placer neurológico, mientras que los masculinos pueden guardar silencio durante horas. Es sabido que los fetos empiezan teniendo un cerebro femenino pero, a las ocho semanas, los incipientes testículos de los varones comienzan a producir testosterona, que se multiplica con la pubertad, quedando esclavizados a ella el resto de la vida, como nos enseña el doctor Brizendine, neuropsiquiatra americano. Por su parte, asegura el mismo profesor, las hembras son las que en realidad seleccionan al macho que les conviene. El feminismo podría tener una base científica. “La condición sexual básica o primaria en el ser humano es la femenina. La naturaleza masculina es fruto de un trabajo de corrección de esa estructura básicamente femenina”, asegura Hugo Liaño, Jefe de Neurología de la Clínica Puerta de Hierro, en su obra Cerebro de hombre, cerebro de mujer (1988). La identidad de género sólo se puede explicar por el cerebro. Están en un error tanto los que hablan de enfermedad como los que acusan de viciosos a los homosexuales. Está demostrado, por ejemplo, que el hipocampo es mayor en el varón que en la hembra, y que los transexuales masculinos tienen el hipocampo tan pequeño como las mujeres.

Todos los experimentos indican que poseemos dos mentalidades: una emocional (más antigua, de origen animal) y otra racional (más moderna, exclusiva de la especie humana). Ambas dependen de las informaciones recibidas por la percepción sensorial con cuyos datos el cerebro construye una especie de holograma, que la memoria conserva, como indica Karl Pribran, neurofisiólogo de la universidad de Stanford. Los dos hemisferios cerebrales están compuestos de cuatro lóbulos (temporales, frontales, parietales y occipitales) donde se procesan las informaciones sensoriales, pero están recubiertos por algo mucho más importante: un fina piel de pocos milímetros de espesor, llamada corteza cerebral (también conocida como “cortex”, del latín “cerebral cortex”), que cubre las circunvalaciones de los lóbulos. Esta corteza integra las funciones mentales más superiores, la movilidad general, la percepción y el raciocinio. ¿No podríamos llamarla “la piel de la conciencia”?

Creo que estoy en el buen camino, porque, según los científicos, “la pasión por aprender es la herramienta para sobrevivir”. Hace cien mil años, el cerebro humano era igual que el de hoy en su estructura, aunque las experiencias lo van modernizando constantemente en sus funciones. El sistema nervioso surgió y evolucionó a partir de la necesidad de moverse, por eso sólo tienen cerebro los animales que lo necesitan. Según el profesor Gregory, “el cerebro no se ha diseñado para buscar la verdad, sino para sobrevivir”. Antonio Damasio, por su parte, aclara que nacemos con un mandamiento que se lleva en los genes, que es el de mantener la vida durante nuestra existencia. “Cada operación de nuestro cerebro gira alrededor del problema de mantener la vida”. En otras palabras, yo diría que nos pasamos nuestra corta vida luchando siempre con la muerte.

La ciencia anatómica me dice que no tengo un cerebro, sino tres. A saber: un cerebro heredado de los primeros reptiles, donde están situados los mandos para controlar la vigilia, el sueño y las reacciones automáticas. Otro, superpuesto, paleo-mamífero, similar en todos los mamíferos, que coordina la memoria y las emociones. Un tercero, plenamente humano, que envuelve a los anteriores y que constituye la corteza, fábrica del pensamiento abstracto. El cerebro, al contrario que el resto del cuerpo, no siente dolor. Se le pueden clavar miles de agujas sin que el paciente sufra. Pero todos los científicos coinciden en que la actividad del cerebro depende de las órdenes recibidas de “genes” y ”memes” (ambiente y circunstancias) que interaccionan constantemente en las diferentes zonas neuronales. En la actualidad, su capacidad se ha multiplicado en forma exponencial, gracias a Internet, porque, como dice Damasio, los programas informáticos “ayudan al cerebro a ser más creativos y capaces”.

Un científico en la cuna

El aprendizaje se inicia desde los primeros días de vida. Los científicos están descubriendo cómo niños muy pequeños se desarrollan emocional e intelectualmente y se están dando cuenta que desde el nacimiento los bebés acceden a una asombrosa cantidad de conocimiento acerca del mundo que los rodea.
La premisa válida es que los niños como los científicos están en un mismo camino. Las nuevas investigaciones nos muestran que los bebés y niños preescolares conocen y aprenden acerca de lo que les rodea a un ritmo que nosotros ni nos imaginamos. Ellos piensan, sacan conclusiones, hacen predicciones, buscan explicaciones y aún hacen experimentos. Se puede afirmar que los niños y los científicos pertenecen a una misma clase de personas la de ser los mejores aprendices del universo.
Como dice Alison Gopnik, sicóloga especialista en Pensamiento infantil:
“subo las escaleras, abro la puerta suavemente y miro hacia la cuna, ¿Qué es lo que vemos? La mayoría de nosotros diría un bebé, expresión de inocencia y desprotección. Pero en realidad lo que vemos en la cuna es la mente mas poderosa que jamás haya existido, una maquina prodigiosa de aprendizaje como ninguna en el universo. Sus dedos pequeños y su boca son instrumentos de exploración que investigan este mundo extraño con mas precisión que una sonda interplanetaria” 1.
Existe consenso entre los científicos del desarrollo infantil y es que los niños no son casetes en blanco, o de apetitos sin freno o aún observadores intuitivos. Bebes y niños preescolares piensan, observan y razonan, ellos consideran evidencias, toman conclusiones, realizan experimentos, resuelven problemas y buscan la verdad.
El científico como niño

Los sicólogos del desarrollo infantil argumentan que los niños se conducen como los científicos lo hacen en su trabajo. Los niños crean y revisan teorías de la misma manera que los científicos crean y revisan teorías. De modo que los científicos son niños grandes, además son exitosos aprendices porque emplean habilidades cognitivas que la evolución diseñó para ser empleada por los niños.
Cableando el cerebro

Un cerebro adulto tiene alrededor de 100 billones de neuronas que es el mismo número de estrellas de nuestra galaxia La Vía Láctea. El cerebro de un bebé contiene casi el mismo número de neuronas que tendrá de adulto, sin embargo este cerebro solo pesa un cuarto del peso que tendrá de adulto. ¿Qué crece, qué cambia?
Las neuronas crecen, además ocurre el cableado, o red compleja de conexiones que se dan entre las neuronas. Este cableado depende de la actividad y la experiencia, esta fluye a través de los órganos sensoriales del bebé y esto provoca que las neuronas se conecten una con otra para formar la sinapsis. Cuando dos neuronas forman una sinapsis, sustancias químicas (neurotransmisores) pueden fluir entre ellos y entonces la conexión es completa y la comunicación se efectúa.
En esta etapa del desarrollo infantil el cerebro esta en una furiosa actividad y el cableado neuronal es gigantesco, el consumo de glucosa se incrementa y a los 2 años alcanza los niveles de un adulto. La actividad cerebral del niño entre los 2 y 10 años es el doble de la de un adulto.
Al nacer cada neurona infantil tiene 2,500 conexiones (sinapsis) y estas se incrementan geométricamente hasta alcanzar las 15,000 conexiones por neurona cuando el bebé tiene entre 2 y 3 años, y un adulto tiene entre 5,000 – 10,000 conexiones, algunas fuentes citan 10,000 conexiones por neuronas. Desde el punto de vista neurológico ellos son unos alienígenos cerebrales si cabe el término y además quien no ha comprobado como son los niños a esas edades, incansables y superactivos la explicación quizás sea esta febril actividad que soporta su cerebro en interacción con el mundo que los rodea.
Luego de este pico sináptico el cerebro entra en una fase de reacomodo y afinamiento sináptico, y el viejo lema “Úselo o deséchelo” adquiere plena vigencia, las conexiones que se emplean se preservan y el cerebro realiza una feroz eliminación de las conexiones no empleadas preservando aquellas que la experiencia muestra que son útiles. Al final las conexiones ínter neuronales vigentes que permanecen son aproximadamente 1 cuatrillón de conexiones o sinapsis (un 1 seguido de 15 ceros), ¡increíble, no! ¡Que tal malla de sinapsis!. Puedes imaginarte una malla o red con esa cantidad de puntos (sinapsis) dentro del cerebro.
Infantes sintetizadores y clasificadores de conocimiento

Como escribí líneas atrás los bebes y niños preescolares, realizan similares acciones que los científicos, y en este acontecer van almacenando sus propias teorías y conocimientos en lo que viene a ser su aprendizaje temprano, este aprendizaje se da en 4 áreas: a saber.
Aprendizaje temprano (este aprendizaje se da en todo niño en edad preescolar)
1) Psicología diaria: En esta área los infantes comprenden y aprenden acerca de cómo las personas de su entorno piensan, sienten y como esto se relaciona con sus propias creencias.
2) Lenguaje: dominio activo del lenguaje o idioma con el que se comunican en su entorno familiar y social.
3) Física diaria: en esta área los infantes aprenden acerca de cómo los objetos se mueven y como ellos interactúan con estos objetos.
4) Biología diaria: los niños formulan sus conocimientos acerca de los seres vivos (plantas y animales) .
Cuando un niño empieza su educación obligatoria lo ideal es que los docentes sepan el bagaje de conocimientos y teorías que trae cada niño y a partir de ese cimiento construir su educación, sean estas teorías correctas o erradas jamás desecharlas sino a partir de ellas y mediante los procesos del juego, exploración espontánea, predicción y la retroalimentación procesos que usó en casa, sumados a las actividades variadas que se trabajen en el aula permitirle a los niños la oportunidad de seguir siendo los científicos que eran antes de entrar al colegio

1. El desarrollo cerebral. Si pudiéramos acercar el oído, equipado de auriculares amplificadores de sonido, a un embrión humano diez o doce semanas después de ser concebido, nos sorprendería oír unos incesantes chisporroteos con que informa de su incesante actividad. Como pájaros distantes, las células nerviosas de una zona del cerebro llaman a sus vecinas en otros sitios del cerebro, y estas a su vez llaman a sus amigas y así continúan relacionándose incesantemente. Estas células denominadas neuronas, son alargadas y semejan redes de alambre y las señales que emiten no son sin tino. Esos golpes de electricidad, esos sonidos distintivos del cerebro infantil, son ondas coordinadas de actividad neural, y esas olas pulsantes cambian y dan forma al cerebro del recién nacido, esculpiendo circuitos mentales que forman "patrones", centros receptores y emisores, que con el tiempo permitirán al recién nacido percibir la voz del padre, el roce materno, o distraerse con los juguetes móviles de la cuna (Gazzaniga, 1978).
Y este es el primer dato epistemológico: la actividad eléctrica de las neuronas da forma a la estructura física del cerebro (McClean, 1986): genética y medio ambiente se conforman. El disparo rítmico de las neuronas es esencial en la construcción de una pluralidad de centros vitales —cerebros múltiples— que actúan como "pilotos" en la interpretación de toda experiencia humana (Colavito, 1995). Este proceso empieza mucho antes del nacimiento. El cerebro no es un ordenador, ni es una pizarra en blanco, ni una substancia no extensa a lo Descartes. El cerebro empieza a trabajar para formarse mucho antes de estar concluido. Y el mismo alambrado cerebral que forma los diversos centros informáticos antes de nacer, es el mismo que produce esa explosión de conocimientos humanos después de nacer (Pearce, 1992).

l cerebro de un bebé humano nada mas nacer, está ya equipado con mil millones de neuronas, tantas como estrellas en la Vía Láctea. A la espera hay un trillón de células "gliales" (del griego "cola de pegar") que protegen y nutren las neuronas. Y aunque todas las células posibles están ya en el cerebro, la actividad primaria cerebral es precisamente dar forma a esos "patrones" pilotos a través de los cuales el niño va no solamente a ver, tocar, oler, oír, moverse, etc., sino también "leer" toda actividad colindante. Cada uno de nosotros nos definimos por el "patrón" piloto primario. Durante los primeros años del bebé el cerebro sufre una serie de cambios extraordinarios. Nada mas nacer, el cerebro establece trillones de conexiones entre las neuronas que le es imposible mantener. Por eso, a continuación, en un proceso similar a la selección de Darwin, el cerebro elimina conexiones "sinapsis" que o no ha usado o han sido poco usadas. Las sinapsis no válidas por falta de uso son eliminadas, empezando hacia los diez años o aún antes. Tras este corte radical queda un cerebro con "patrones-pilotos" distintivos en cada uno de nosotros. A la edad de los 11 años, cada uno tenemos ya marcado el cerebro primario a través del cual vamos a vivir; este cerebro es anterior a los sistemas de substitución que el cerebro del hemisferio izquierdo del neocortex va a formar. Este hemisferio, aunque depende para su vida e información del hemisferio derecho del neocortex (ya formado, deformado o ausente en parte, según la crianza), no tiene acceso al mundo exterior, sino sólo al cerebro vecino derecho y así mismo (Colavito, 1995).
Y este es el segundo dato epistemológico: A los 11 años los humanos tenemos ya tres cerebros en el hemisferio derecho del neocortex, el reptílico-kinestético, el límbico-auditivo, y el mimético-visual. Y a esta edad empiezan a formarse los otros dos cerebros pendientes, el mimético-simbólico del hemisferio izquierdo del neocortex y el logo-digital del "módulo interprete". En suma, a los 11 años tenemos tres cerebros con los que ya estamos unidos en razón y sentimiento al mundo colindante y a nosotros mismos. Lo que no tenemos todavía es el mundo de los conceptos abstractos y de los símbolos, ni el mundo logomáquico digital del cerebro izquierdo. Estos se desarrollan mas tarde al igual que los lóbulos frontales. Esos tres cerebros iniciales, el reptílico, límbico y mimético derecho, o como los denomina la Dra. Colavito, el tipo-maya, tipo-mito y tipo-mimético-visual, tienen un sistema de dilación en la percepción misma capaz de verse a sí mismos y por lo tanto de objetivarse como historia personal o de grupo, es decir cultura. Y lo mismo los otros dos cerebros. Cada uno actúa independientemente del otro, a excepción de los cerebros del hemisferio izquierdo del neocortex que necesitan el lado derecho para informarse e informar al resto.
Además de la responsabilidad de los padres en educar a sus hijos directamente, ya que sin la estimulación materna los cerebros no se forman o se deforman, y la obligación estatal de suministrar a esa tierna edad ambientes estimulantes a los cerebros infantiles que puedan compensar las deficiencias domésticas, hemos de plantear inmediatamente la cuestión epistemológica mas importante en este proceso. ¿Cómo se estimula el cerebro infantil? ¿Cómo se forma? ¿Quién tiene poder en esa formación, la naturaleza o la crianza, la biología o el medio ambiente? Esta es la pregunta clave y tal vez la más difícil. Unos consideran a la naturaleza (biología) como la determinante en la formación del cerebro. De ahí las diferencias de raza, color, tipo de sangre, etc. Otros opinan que es la sociedad (cultura) la que determina la formación del cerebro. "Nosotros somos inocentes, la sociedad es la culpable", escribía Rousseau. Según el paradigma biocultural, esta dicotomía desaparece, ya que la actividad neural antes descrita y medida en los laboratorios, muestra que la biología no se moviliza si la crianza no la activa. Naturaleza/crianza se interactivan la una a la otra, de forma que no hay cerebro si la crianza no lo activa, ni hay cultura que active donde las sinapsis han sido ya eliminadas, o no estén presentes. Experiencias ricas durante el crecimiento producen cerebros ricos en complejidad. Experiencias pobres disminuyen incluso el tamaño del cerebro hasta en un 20 a un 30%, según los investigadores del Colegio Baylor de Medicina. Aunque estas verdades, ahora comunes de neurobiología, eran ya conocidas hace tiempo, sólo recientemente se ha visto cómo estos cambios se llevan a efecto.
En resumen, los humanos no venimos programados genéticamente. Naturaleza-medio ambiente, o biología-cultura se interactivan mutuamente aun para poder llevar a cabo el primer gesto humano. Como dice el Dr. Stanley Greenspan de la Universidad de George Washington: "No se trata ya de una competición. Ahora estamos asistiendo a un baile".
2. Naturaleza y genes. Este baile genético empieza alrededor de la tercera semana de gestación. Una delgada capa de células se dobla hacia dentro formando simultáneamente un cilindro lleno de fluido, que conocemos como el tubo neural. Las células del tubo neural proliferan a razón de 250.000 células por minuto y, a continuación, en una serie de pasos estrictamente coreografiados, aparecen la masa cerebral y la espina dorsal. Es en esta fase donde la naturaleza actúa como socio mayoritario, pero aun entonces la crianza también desarrolla un papel vital. Cualquier cambio en el útero materno, mala nutrición, abuso de drogas, o infecciones puede desmantelar la precisión de esta organización neural. La epilepsia, el retraso mental, el autismo o la esquizofrenia son resultados de la falta de colaboración entre naturaleza y crianza. Numerosos experimentos con pacientes que tienen disociación cerebral entre los dos lados de los hemisferios cerebrales (Gazzaniga, 1987) prueban el origen de estas enfermedades antes atribuídas a la determinación genética sin haberse podido comprender la parte que la crianza tiene en ellas. El desarrollo del sistema central nervioso de un embrión no sigue los pasos que parecerían lógicos: miniatura en la niñez y tamaño mayor en el adulto. Al contrario, el salto en la madurez es enorme, algo así como si un renacuajo de repente se convirtiese en rana. Y este crecimiento lo ha de realizar el tubo neural emigrando a grandes distancias, marcando con exactitud las conexiones necesarias para unir una parte del cerebro con otras. Y mientras va emigrando, construye estaciones temporales de comunicación, incluyendo el mismo tubo neural, que al igual que la cola del renacuajo, termina desapareciendo. Y lo mismo neuronas destinadas a formar parte del cortex cerebral. Millones de estas neuronas se han de abrir camino a empujones y encontrar su lugar exacto a través de colonias establecidas previamente por emigrantes anteriores, ya que su aparición en el desarrollo del cerebro mamal es tardío.
De todos los problemas que el sistema nervioso ha de resolver, el más escabroso es sin duda "la alambrada" matriz del mismo sistema celular, la base de los cerebros "pilotos". Nada más nacer, cuando la proliferación de conexiones celulares explota, cada una de las neuronas del cerebro formará conexiones con millares de otras. Constituyen una especie de telaraña de fibras como de alambre llamadas "axones" —cilindroejes— que transmiten señales, y "dentritas" que las reciben. Con estas forman "sinapsis", ese claro estructural desde donde el cilindroeje de una neurona envía señales a las dentritas de otra. En un principio cilindroeje y dentritas están tan próximos que casi se tocan. Pero mientras las cortas y peludas dentritas apenas se mueven de su sitio, los cilindroejes recorren distancias enormes, el equivalente microscópico de kilómetros. ¿Cómo es esto posible? Los cilindroejes van a caballo de los llamados "granos-conos", (Growth cones), un deslizante grano que se asemeja a una ameba. Lo que los científicos acaban de descubrir es que estos granos coniformes van equipados con una especie de sonar o radar molecular, en busca de señales provenientes de proteínas. Algunas de estas proteínas los atraen, otras los repelen.

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